domingo, 21 de diciembre de 2014

¡Feliz Navidad!




Leemos en el Evangelio (Lucas 2, 11s.) que en la Nochebuena los ángeles dijeron a los pastores: “No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un salvador, que es el Mesías, el Señor. Y esto os servirá de señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre.”

Y eso es lo que encuentran los pastores cuando responden a la llamada y acuden a la cueva que servía de establo, y que sirvió de refugio a la Sagrada Familia, como de forma tan emotiva muestra la escena de la película Natividad, a la que pertenece el video de entrada; solo con el corazón los pastores podrán ver que en este niño se ha realizado la promesa realizada al profeta Isaías 700 años antes del nacimiento de Cristo – Mirad la virgen ha concebido y dará a luz un hijo, y le pondrá por nombre Emmanuel, que significa Dios con nosotros – porque no van a ver nada prodigioso, nada extraordinario, nada espectacular ni grandioso…, y sin embargo y al mismo tiempo ¡tan extraordinario!, ¡tan asombroso!, Dios viene al mundo como un niño inerme y necesitado de ayuda, no quiere nuestra sumisión, lo que quiere es nuestro amor.

Como dijo el Papa Benedicto XVI en la homilía de la Misa de Nochebuena de 2006:

“Pidamos al Señor que nos dé la gracia de mirar esta noche el pesebre con la sencillez de los pastores para recibir así la alegría con la que ellos tornaron a casa. Roguémosle que nos dé la humildad y la fe con la que San José miró al niño que María había concebido del Espíritu Santo. Pidamos que nos conceda mirarlo con el amor con el cual María lo contempló. Y pidamos que la luz que vieron los pastores también nos ilumine y se cumpla en todo el mundo lo que los ángeles cantaron en aquella noche: “Gloria a Dios en el cielo y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor”. ¡Amén!”

¡Feliz Navidad!      

lunes, 8 de diciembre de 2014

Yo amaba mi propio camino. Ahora, te ruego, alúmbrame para seguir.

“No, no me digas si está bien o mal, eso es muy subjetivo ¿dime qué es lo que harías tú en ese caso?”, es la “pregunta” con la que muchas veces, como respuesta final, se trata de zanjar cualquier intento de argumentar racionalmente en torno a debates que, con profundas implicaciones, exigen una opción que es siempre una elección moral – anticoncepción, aborto, fecundación in vitro, alquiler de vientres, eutanasia, etc. - , y lleva implícita la doble afirmación de que, en realidad, llegado el caso, yo no actuaría conforme a lo que defiendo, que responde además a una concepción tan subjetiva como su contraria. En parte es posible, ¿cómo voy a afirmar lo contrario?, no siempre tenemos la fortaleza suficiente para actuar de forma coherente con lo que pensamos, y las presiones y/o seducciones del mundo que nos rodea tampoco ayudan, por no hablar de la conciencia errónea sobre tantas cosas, pero no creo que pueda defenderse seriamente que las opciones morales solo quepa afrontarlas desde una perspectiva subjetivista.

En realidad la cuestión no es nueva, y ya hace ya muchos siglos frente al relativismo y subjetivismos sofista, para el que lo justo o lo injusto no era sino el resultado de una convención que podía ser distinta en cada ciudad, (¿no suena muy actual ese positivismo, al que ya me referí en un post?), Sócrates (470–399 a.C.) defendía que lo justo había de ser lo mismo en todas las ciudades, que su definición debía de valer universalmente, y por eso buscaba una definición universal de lo bueno y lo malo, lo justo y lo injusto, lo moral y lo inmoral, no como un conocimiento abstracto,  puramente intelectual, sino como medio para la acción porque, decía, una vez conocido lo “bueno” no podríamos dejar de actuar conforme a él. Su final fue el que cabía esperar, claro, acusado de impío, por situar por encima de la Polis (la Ciudad-Estado) la obediencia debida a la voz interior de su conciencia, fue condenado a muerte, que se ejecutó al modo tradicional, suicidándose bebiendo “tosigo”, un preparado de cicuta. Sus acusadores y jueces sabían perfectamente que el respeto, incluso el de un solo hombre, por la verdad y por el bien contenía un potencial revolucionario tan grande que podía repercutir negativamente en las leyes, injustas, de la Polis, y también, por supuesto, en sus estatus personal dentro de su entramado político-jurídico-económico.

Pero el debate sigue, dos milenios y medio después, y para defender ese subjetivismo en la toma de decisiones morales, se niega que pueda haber una ciencia moral ya que, afirman, se trata de algo extraño el hombre, que le viene impuesto por agentes externos (familia,  sociedad, Estado, religión, etc.) negando la libertad humana, y proponen una ética que hace depender el juicio moral de las circunstancias en que se encuentra la persona, del fin que se pretende, de las consecuencias que se derivan de la acción, o de las costumbres o valoraciones vigentes en cada época, convirtiendo esas circunstancias, fines, y consecuencias en fuentes de la moralidad de los actos humanos, actos que se regirían esencialmente por la conciencia de cada cual, que se erige en norma suprema.

Y en principio, si no se matiza, parece que debe ser así, que la conciencia es esa norma suprema que ha de regir la conducta del hombre, incluso contra la autoridad que trata de imponer sus propias reglas, y a este aspecto y a la objeción de conciencia me he referido en alguna ocasión. Pero el problema no se aborda de forma completa si no se plantea otra cuestión, y es si el fallo de la conciencia, el de cada cual, tiene siempre razón, si es infalible o no lo es, y si es posible que pueda no estar rectamente formada, que sea errónea en definitiva, y no justifique, por tanto, todos los actos de una persona aun cuando obre en conciencia; y esto parece igualmente claro que también debe ser así, porque si el principio de la fuerza justificadora de la conciencia errónea fuera universalmente válido habría que admitir, por ejemplo, que Hitler, Stalin, y todos sus cómplices y secuaces que masacraron a millones de personas con plena convicción moral de estar haciendo lo correcto deben estar ahora mismo gozando en el cielo junto a sus víctimas, y eso no parece – repugna de hecho - que pueda ser así.

La respuesta está en “la verdad”, que no puede ser obviada, y que es el concepto central a partir del cual hay que entender la conciencia como rectamente formada en la medida en que es permeable y está orientada hacia ella, lo que significa de hecho la anulación de la mera subjetividad que termina siendo puro conformismo o conveniencia si renuncia a la búsqueda de lo bueno, lo justo, lo moral, si renuncia a la búsqueda de la verdad. Como señalaba el cardenal Ratzinger (“Verdad, valores, poder”), “La identificación de la conciencia con el conocimiento superficial y la reducción del hombre a la subjetividad no liberan sino que esclavizan. Nos hacen completamente dependientes de las opiniones dominantes y reducen día a día el nivel de las mismas opiniones dominantes. Quien equipara la conciencia a la convicción superficial la identifica con seguridad aparentemente racional, tejida de fatuidad, conformismo y negligencia. La conciencia se degrada a la condición de mecanismo exculpatorio en lugar de representar la transparencia del sujeto para reflejar lo divino, y, como consecuencia, se degrada también la dignidad y la grandeza del hombre. La reducción de la conciencia a seguridad subjetiva significa la supresión de la verdad.”

No, no creo que pueda defenderse seriamente que las opciones morales solo puedan ser afrontadas desde una perspectiva puramente subjetivista, al margen de la verdad; de hecho, ¿lo admitirían quienes lo proponen en todos los casos, por ejemplo ante el racismo, la trata de blancas o la pena de muerte? Estoy seguro que no, porque deberán convenir conmigo en que no todo vale, aun cuando creamos tener la cobertura de nuestra  propia conciencia si no nos hemos preocupado antes de formarla, e incluso la hemos mantenido a veces en el error, a propósito, renunciando a la búsqueda de la verdad ante la sospecha de que ésta podría complicarnos la existencia, porque intuimos que el fallo de la conciencia sería entonces contrario a lo que nos place o interesa.

La respuesta está en la verdad, que debemos buscar incansables ante esas opciones o elecciones morales que se nos puedan plantear, y es cierto que puede ser en ocasiones un camino arduo, pero renunciar a ello, plegándose mansamente a las opiniones más o menos dominantes  - políticamente correctas - del entorno social, o a los propios deseos, gustos, apetencias o conveniencias, no puede ser una opción.

Pidamos, como pidió en una ocasión el Cardenal Newman, “(Señor) Yo amaba mi propio camino. Ahora, te ruego, alúmbrame para seguir.” 

domingo, 30 de noviembre de 2014

Algunas reacciones al discurso del Papa Francisco en el Parlamento Europeo



En el viaje de regreso de Estrasburgo, en donde pronunció sendos discursos ante el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa el pasado 25 de noviembre, el Papa Francisco respondió a las preguntas de algunos periodistas que le acompañaban en el avión, y hay una que es significativa, y que reproduzco con la respuesta del Papa – con muchas gracia – a continuación: P. “Su Santidad ante el Parlamento Europeo ha pronunciado un discurso con palabras pastorales, pero que pueden sonar también como palabras políticas y pueden parecerse, en mi opinión, a un sentimiento socialdemócrata. Por ejemplo, cuando dice que hay que evitar que la fuerza real expresiva de los puebles sea removida por el poder de multinacionales. ¿Podríamos decir que Su Santidad es un papa socialdemócrata? R.“Sería reductivo. Me siento como en una colección de insectos: “Este es un insecto socialdemócrata…”. No, yo diría que no. No oso calificarme de uno u otro partido. Me atrevo a decir que lo que afirmo procede del Evangelio: es el mensaje del Evangelio, asumido por la Doctrina Social de la Iglesia. Concretamente en esa frase y en otras cosas – sociales o políticas – que he dicho, no me he separado de la Doctrina Social de la Iglesia. La Doctrina Social de la Iglesia viene del Evangelio y de la tradición cristiana. Lo que dije acerca de la identidad de los pueblos es un valor evangélico, ¿verdad? Y yo lo digo en este sentido. Pero la pregunta me hizo reír, ¡gracias!”

Y es significativa porque da cuenta de las reacciones que ese discurso ha suscitado en diversas personas, grupos y formaciones, que quieren hacer suyas – parcial e interesadamente, claro – algunas de las palabras del Papa; sin ir más lejos, Pablo Iglesias, líder de “Podemos”, tuiteaba durante el discurso: ”Qué dignidad podrá encontrar quien no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o el trabajo que le otorga dignidad” Bien Bergoglio!”, o, “Ahora el papa se refiere a las multinacionales y poderes financieros que secuestran la democracia. El PP no acompaña nuestro aplauso.”; y ayer mismo, en un programa de debate de La Sexta, un catedrático que defendía el programa económico de Podemos, en solo unos minutos que lo estuve viendo, citó varias veces al Papa Francisco, en referencia a las palabras de ese discurso, como argumento de autoridad para defender su programa.

Pero ¿qué dijo el Papa para suscitar tales reacciones, y tan curiosos portavoces?

No voy a glosar ni a resumir el discurso, cuya lectura – fácil y breve - es muy interesante y aconsejable, y cuyo enlace he dejado al principio a tal fin; baste con decir, como el Papa respondió al periodista, que no es un discurso político ni cabe identificarlo con ningún partido, aunque pueda tener consecuencias - y sería deseable que así fuera - en ese y otros ámbitos, sino que es el mensaje del Evangelio y de la tradición cristiana recogido por la Doctrina Social de la Iglesia, una gran desconocida, incluso para muchos católicos.

Y es una lástima porque, como afirmaba el Papa Francisco el pasado 2 de octubre, en una reunión con los participantes en la Asamblea plenaria del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que coincidía con el 5º aniversario de la publicación de la Encíclica de Benedicto XVI, ”Caritas in veritate”, - y aunque fuera en referencia a este documento – es clave para la evangelización de lo social, con valiosas orientaciones sobre la presencia de los católicos en la sociedad, las instituciones, la economía, las finanzas y la política, o para enfocar adecuadamente un fenómeno como el de la globalización (p.42), un hecho que no es a priori ni bueno ni malo, sino que será lo que hagamos con ella, porque si por un lado abre posibilidades de redistribución de la riqueza a escala planetaria, como nunca se ha visto antes, por otro lado, si se gestiona mal - como se está haciendo - puede incrementar la pobreza y la desigualdad, no solo entre unos países y otros, sino dentro de los mismos países considerados como más ricos, al exacerbar las diferencias entre los distintos grupos sociales, y crear nuevas desigualdades y pobrezas.

En esa misma reunión el Papa Francisco se refería a aspectos del sistema económico actual, como la explotación del desequilibrio internacional en los costes laborales, que además de afectar a la dignidad de los millones de personas que suministran la mano de obra barata, destruye empleo en aquellos países en los que el  trabajo está más protegido, lo que plantea el problema de crear mecanismos de tutela de los derechos laborales, y del medio ambiente, frente a una ideología consumista que no se siente responsable de una cosa ni otra, una ideología egoísta y hedonista que, como advertía Benedicto XVI en esa misma Encíclica (p.43), al olvidarse de los deberes que los derechos presuponen, convierten a estos en arbitrarios, apreciándose “con frecuencia una relación entre la reivindicación del derecho a lo superfluo, e incluso a la trasgresión y al vicio, en las sociedades opulentas, y la carencia de comida, agua potable, instrucción o cuidados sanitarios elementales en ciertas regiones del mundo subdesarrollado y también en la periferia de las grandes ciudades.”

A su vez, el crecimiento de la desigualdad y de la pobreza - advertía el Papa entonces, como en  este discurso ante el Parlamento europeo - ponen en peligro la democracia inclusiva y participativa, que siempre presupone una economía y un mercado que no excluya y que sea justo, por lo que se trata de superar las causas estructurales que lo provocan, siendo básicos para la inclusión social de los más necesitados, como señaló en su exhortación ”Evangelii gaudium”, la educación, el acceso a la atención sanitaria, y el trabajo para todos. Se trata de decir – como dice tan clara y tan firmemente el Papa en esa exhortación, y que tan duro sonará a tantos oídos acostumbrados a las consignas del liberalismo radical - no a una economía de la exclusión, no a la nueva idolatría del dinero, no a un dinero que gobierna en lugar de servir, y no a la inequidad que genera violencia (pp.53-60), porque “Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».”, advirtiendo de que “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca.”

En un sistema idolátrico del dinero, que defiende la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz., y de ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común, y desprecien la ética y rechacen a Dios, que se consideran contraproducentes, porque relativizan el dinero y el poder, y condenan la manipulación y la degradación de la persona; porque “la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud.”

No, no es un programa socialdemócrata, ni el programa de Podemos ni de ningún otro partido político, y tampoco es el “programa” del Papa Francisco, es Doctrina Social de la Iglesia, pura y dura, que requiere, frente a todos esos problemas y desafíos (y otros muchos más) que atañen al hombre y a toda la sociedad,  una respuesta de todos los cristianos – y de todos los hombres de buena voluntad - que sea conforme al Evangelio.

Merece la pena conocerla.

domingo, 23 de noviembre de 2014

A propósito de la postura de la Iglesia sobre el aborto.


Leo un post en un blog en el que se trata de poner de manifiesto la existencia de contradicciones en la Iglesia respecto del aborto a lo largo de la Historia, como si su postura actual – inequívocamente antiabortista - fuera una cuestión discutible y discutida, una opinión que puede cambiar en función de las circunstancias, como de hecho ya ha ocurrido, y no es así, o no por lo menos en el sentido que cabe inferir de ese post, en la línea de otros que se empeñan en mostrar una Iglesia atrincherada en la irracionalidad y el oscurantismo, enemiga de la ciencia y de la “luz de la razón”.

Nada más lejos de la realidad, y precisamente el aborto no es un tema para tal empeño.

A ver, si bien es cierto que en el Nuevo Testamento no hay una referencia explícita al aborto, de ahí no cabe interpretar que sea una cuestión abierta al debate, porque sí que existe un mandato divino muy claro, “no matarás”, que no dejó en los primeros tiempos del cristianismo ningún margen para la discusión, que solo se produce cuando la creciente comunidad cristiana transciende el ámbito cultural judío – en el que la unanimidad contraria a esa práctica obviaba toda discusión - y entra en contacto con la cultura greco-romana, en la que no solo es que estuviera difundido el aborto, que se fue incrementando en el tiempo con lo que llamaremos “relajación” de las costumbres (la patricias romanas abortaban con frecuencia, para vengarse de sus maridos, ocultar su infidelidad, o simplemente porque sí, porque un nuevo nacimiento no encajaba en, como diríamos hoy, “su proyecto vida” ), sino que se permitía el infanticidio.

En ese contexto los primeros autores cristianos lo tuvieron claro, y ya en la Didaché, un texto cristiano que podría ser anterior a algunos libros del Nuevo Testamento, se condena sin ambages ambas prácticas [“No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido”]; en parecidos términos se expresa la Epístola de Bernabé, compañero de San Pablo, de finales del siglo I, y la Epístola a Diogneto, un texto de alrededor del año 150 en el que su autor, anónimo, explica cómo son los cristianos, y dice que “Los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. [...] Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos, pero no exponen a los que les nacen” –no les matan-; o el Apologético de Tertuliano, de la segunda mitad del siglo II, que lo expone con claridad meridiana cuando afirma que “La ley que una vez nos prohíbe el homicidio, nos manda no descomponer en el vientre de la madre las primeras líneas con que la sangre dibuja la organización del hombre, que es anticipado homicidio impedir el nacimiento. No se diferencia matar al que ya nació y desbaratar al que se apareja para nacer, que también es hombre el que lo comienza á ser como fruto de aquella semilla.”

Pero claro, la cuestión que se planteó entonces – como hoy, aunque sin el conocimiento y los medios científicos de que hoy se dispone - es cuando el hombre comienza “a ser”, porque si solo “es” a partir de un determinado momento hasta entonces no habría un ser humano y ni siquiera se podría hablar propiamente de aborto, y ya a partir del siglo IV, mientras que hay quienes como Basilio el Grande y Gregorio de Nisa defienden la tesis de origen estoico de la animación simultánea en el mismo momento de la concepción, San Agustín venía a “admitir el aborto” al considerar que la animación del ser humano no era inmediata sino retardada, y ocho siglos después Santo Tomas de Aquino estuvo de acuerdo con él, expresando que el aborto no era homicidio a menos que el feto tuviera ya un alma, algo que en su opinión – siguiendo a Aristóteles - sucedía después de la concepción, porque el alma humana entraba en el feto en torno al día 40 u 80 según el feto fuera masculino o femenino, por lo que, como no era posible conocer el sexo hasta el parto, o el aborto, sólo se excomulgaba por abortos posteriores al día 80.

La discusión teológica se mantuvo abierta hasta que en 1869 Pío IX proclama la hominización inmediata a la concepción, según la cual el alma humana está presente desde el mismo de la concepción, opinión que se mantiene desde entonces, y que lo que implica es que el ser humano lo es desde ese mismo momento de la concepción, algo que – refiriéndose obviamente a la condición de ser humano, no a la presencia del alma – resulta que han venido a corroborar los avances científicos.

Y es que la ciencia ya ha respondido a la pregunta acerca de cuándo comienza la vida humana (no la “persona”, que es un concepto distinto, jurídico, y por tanto arbitrario, que permitiría con la mayoría necesaria legalizar el infanticidio, como en Roma), y a este respecto existe un virtual consenso: un ser vivo es aquél que ha iniciado su ciclo vital y aún no lo ha terminado, y cuyas partes forman un todo, y esa es la realidad del embrión: el ser humano empieza con el zigoto, resultado de la “fusión” de un óvulo y un espermatozoide, y el zigoto unicelular, en el día uno de la concepción, es ya un organismo único de la especie homo sapiens. Inmediatamente después de ser concebido empieza a producir enzimas y proteínas humanas y a dirigir su propio crecimiento y desarrollo. No se trata de una simple masa de células, simple tejido, o de un ser humano “potencial” o “posible”, sino de un ser humano, “una nueva, genéticamente única, recién existente, vida humana individual”, sin que la apariencia física del embrión juegue papel alguno en el debate, porque cada uno de nosotros hemos sido antes adolescente, niño, infante, feto, y embrión, y aunque en estos primeros estadios éramos particularmente vulnerables y dependientes, éramos sin duda seres humanos completos y distintos, como confirman los principales textos de embriología humana y biología del desarrollo; lo que cambia es el “formato” no la naturaleza, que es la misma, siendo una arbitrariedad cualquier línea divisoria que se quiera trazar en ese proceso evolutivo que separe lo que se presume humano de lo que no.

Creo que a la vista de esos argumentos científicos, incontestables, la cuestión de la postura personal de cada cual frente al aborto puede quedar perfectamente al margen de si profesa o no una religión – que nadie lo utilice como excusa para no posicionarse -, porque de lo que se trata es de si queremos proteger o no la vida de un ser humano, prohibiendo darle muerte, y que los católicos si acaso tenemos un argumento más para estar en contra del aborto, que es pecado, pero nada más (y nada menos); y, en cualquier caso, de lo que no me cabe duda es de que la postura de la Iglesia en relación con el aborto termina siendo a la postre mucho más conforme a la razón y a la ciencia que la postura de pro-abortistas o simples pro-elección, quienes lo que afirman sin rubor que un ser humano es o no es en función de la voluntad de un tercero, su madre; es decir, que si la madre quiere el feto es un ser humano merecedor de toda protección, y si no quiere, no lo es…. ¿y tiene esto alguna lógica? Pues que me lo expliquen.

jueves, 30 de octubre de 2014

El profeta de la nada

Hace poco leía en un artículo que hace un par de siglos escribió Larra: "Ha llegado un amigo mío de París, con la noticia de que Dios no existe, cosa que sabe de allí de muy buena tinta", y sus palabras, que me suenan tan actuales hoy como ayer – y es que no hay nada nuevo, salvo el ropaje científico-tecnicista, si acaso más complejo hoy que entonces, con el que se quiere presentar tal noticia - me han venido a la cabeza después de oír algunas intervenciones del Sr. Richard Dawkins, etólogo, zoólogo, evolucionista darwiniano, y predicador ateo; un debate en la Universidad de Oxford con Mr. Roban Williams, Arzobispo de Canterbury (bastante decepcionante, la verdad, tal vez porque la corriente que represente del anglicanismo a fuerza de intentar acomodarse al mundo para ser aceptado ya no sabe exactamente dónde está), otro, más interesante y con mas enjundia, aunque el foro no sea tan elegante, un programa de la televisión australiana, con el cardenal de la Iglesia católica George Pell, y alguna que otra intervención en programas, concentraciones, etc., porque la verdad es que el Sr. Dawkins es mediáticamente muy activista y prolífico, como el Sr. Hawkings, al que ya me he referido en otras post, como Los Reyes Magos contra Hawking, a propósito de un titular en El Mundo, y en No hay más dios que la ciencia, y Hawking es su profeta.

Los argumentos que le he oído - solo voy a referirme a algunos, otro empeño sería largo y tedioso –, tienen en muchos casos poco de científicos, porque se refieren a cuestiones que no pueden tener respuesta desde la ciencia, y la verdad es que no me valen.

No me vale el argumento de que la vastedad del Universo hace extraordinariamente improbable que seamos la única forma de vida evolucionada, para llegar a la conclusión de que “no somos el ombligo del Universo, en un paraíso planetario diseñado para nosotros por un creador.”, es decir, que Dios no existe. Es una idea que puede ciertamente afectar a los creacionistas, y hacer las delicias de los ufólogos, pero a mí como católico no me afecta, porque tengo claro que no tienen nada que ver una cosa y otra, que si existen o no otros planetas o universos, que es un campo propio de la ciencia, no tiene nada que ver con la existencia o no de Dios, que escapa a ella; y eso no es algo que haya tenido que aceptar a la fuerza por el desarrollo de la ciencia, porque si de la insignificancia de la tierra en el universo se trata, ya en el “Almagest”, un tratado astronomía muy conocido y usado durante la Edad Media, se afirmaba que “la tierra, comparada con las distancia de las estrellas fijas, no tiene una magnitud apreciable y debe ser tratada como un punto matemático”, y nadie pensó nunca que tuviera la menor relación con las cuestiones religiosas, como tampoco la tendría el descubrimiento de vida en otros planetas, si alguna vez se descubriera. Lo siento, pero no me vale.

No me vale que oponga como argumento a lo que simbólicamente expresa el Antiguo Testamento en el Génesis, cuando presenta la obra del Creador como una secuencia de seis días de trabajo, el conocimiento científico de que el desarrollo del Cosmos y del mundo se ha producido a los largo de miles de millones de años, porque, sencillamente, me parece un argumento infantil, como no me vale la idea de que la teoría de la evolución de Darwin explica la existencia de todo el mundo animado, y la nuestra como seres humanos, sin necesidad de acudir a un Dios creador, porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan en ese proceso de millones de años, y no puede excluir en absoluto la existencia de Dios. Lo siento, pero no me vale.

No me vale el argumento de que sea posible ser bueno al margen de la religión – se refiere al hecho religioso en general, sin distinguir entre unas y otras –, y de que virtudes como la generosidad, la humildad, la bondad, etc., no solo no son exclusivas de los cristianos, sino que los hay que no las tienen, y de ahí concluya que la religión es innecesaria y que Dios no existe, porque es un razonamiento falaz; y no solo porque el argumento no sirve a tales efectos – en todo caso se estaría planteado la utilidad instrumental de la religión para la implantación en la sociedad de ciertos valores cívicos, y la existencia o no de Dios no depende de ello -, sino porque si bien el cristianismo no es un código ético-cívico, sí que es evidente que se siguen graves consecuencia morales, éticas, y también cívicas, del mandato de amar a Dios y al prójimo si se entiende con toda su completitud y radicalidad, mientras que el ateísmo no aporta nada a tales efectos, salvo la falta de referencia alguna al margen de lo que en cada caso y tiempo digan las leyes o las costumbres, por bárbaras que sean, y porque en definitiva lo que se reprocha no son esas virtudes, que se reconocen como buenas, sino su infracción por los cristianos, descubriendo a todo esto el Mediterráneo, que somos pecadores. Ya, ya lo sabemos, como sabemos que “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos” (Lucas 13,30), y que al atardecer de la vida – San Juan de la Cruz nos examinarán del amor, y eso vale para todos. Lo siento, pero no me vale.

No me vale el argumento – lanzado como soflama en una concentración, y repetido en un debate -  de que si la Iglesia contabiliza como católicos a todos los que están bautizados, debe también admitir que Hitler era católico, porque fue bautizado como tal, de dónde viene a extraer la conclusión no solo de que no era ateo sino católico, sino de que habría actuado como tal al asesinar en serie a millones de personas, discapacitados y judíos principalmente; Richard, Richard…., hasta Ud. debe darse cuenta, porque tonto no es, de que es un argumento falaz, insostenible desde el punto de vista puramente lógico–formal, por no hablar desde el puro sentido común. Lo siento, pero no me vale.

Dawkins, al igual que Hawking, sería otro profeta, pero yo lo calificaría como el profeta de “la nada”, y no solo porque sostenga, aunque reconozca su incapacidad para explicarlo, que el mundo, el Universo entero se creó por sí solo de la nada a partir del Big-Bang (aunque su concepto de “nada” es bastante curioso, porque reconoce que incluye al menos moléculas, fuerzas electromagnéticas, y el vacío, que por sí solo ya es algo), sino porque lo que subyace en su pensamiento es un vacío que intenta disfrazar con un lenguaje científico, una “nada” que, como una especie de gnosticismo cientifista, estaría al alcance – sin atisbar siquiera en realidad, aunque con una fe pétrea en que lo conseguirán, como él mismo reconoce – de unos pocos elegidos, una elite contada de súper-científicos “conocedores” de la verdad, mientras que los demás, pobres mortales ingenuos que seguimos pensando que la nada significa eso precisamente, nada, deberíamos asentir por la fe a la propuesta omnicomprensiva del mundo y del hombre que él nos hace desde lo que dice que es la ciencia, y que excluye por completo a Dios.

Lo siento pero no me vale, desde un punto de vista racional, no me vale, y como decía hace unos años Benedicto XVI, “No debemos dejar que nos limiten la mente con teorías que siempre llegan solo hasta cierto punto y que, si nos fijamos bien, no están en competencia con la fe, pero no pueden explicar el sentido último de la realidad”. 

La verdad – incluida la científica, siempre que no desbarre y salga fuera de lo que es el objeto de su estudio – no puede contradecir a la Verdad.

domingo, 5 de octubre de 2014

No hay más dios que la ciencia, y Hawking es su profeta


Por favor, que nadie vea nada irrespetuoso contra Hawking en el título de esta entrada, vaya por delante mi respeto hacia su persona y hacia su trabajo científico, pero es que no deja de llamar la atención el ateismo militante de algunos científicos – Richard Dawkins también estaría entre ellos -, a los que la palabra Dios es que no se les cae de la boca, y porfían con ocasión o sin ella, aprovechando cualquier oportunidad  para hacer profesión de su fe, tanto en la ciencia como en su rechazo de la existencia de Dios. ¡Ay, si los cristianos hiciéramos lo mismo! En realidad están obsesionados con Dios, y hablan más de Él que la mayoría de las personas que, inmersas en un ateismo práctico, simplemente viven y se comportan al margen de Dios, como si no existiera, y más que buena parte de los cristianos, la mayoría diría yo, para quienes la palabra apostolado parece constreñirse a los Apóstoles y, si a caso, a los curas.

El tema es que durante varios días se ha celebrado en Tenerife el Festival Starmus, un encuentro de divulgación científica al que han acudido científicos de primer nivel para acercar la investigación a la sociedad, explicando de forma accesible conceptos científicos de vanguardia en el campo de la Astronomía, y en el que una de las estrellas invitadas fue Stephen Hawking que, como cualquier estrella que se precie, no tenía por qué sujetarse el guión previsto para el debate y, por supuesto, y aunque no venía a cuento, no se privó de hablar de algunos de sus temas recurrentes, como la inexistencia de Dios, y de su anti-religiosidad, por diferentes razones que lanzó como una andanada.

El aperitivo empezó antes de que comenzara el festival, en una entrevista que publicaba El Mundo el pasado 21 de septiembre, en la que afirmaba que la religión cree en los milagros, pero “el milagro no es compatible con la ciencia”; a ver, podrá creer o no en los milagros, que no cree, pero afirmar que no lo hay porque son incompatibles con la ciencia no solo es una afirmación de principio (no hay nada fuera de la ciencia, y de esa premisa extraigo conclusiones) sino que es una evidencia que no aporta nada, ¡claro que es incompatible!, precisamente por eso es un milagro, porque no se ha producido el resultado que inevitablemente debía producirse conforme a las leyes de la naturaleza, que son inexorables, salvo que haya una intervención externa a ellas mismas, claro, que impida que se produzca ese resultado previsto, y ahí es cuando se produce el milagro. 

Ya en el festival, en uno de los debates, fue cuando realizó una serie de manifestaciones que trascienden de lo científico para adentrarse en otros campos del saber – porque también lo son, por mucho que les pese a los cientifistas - , como es el teológico y el filosófico; porque eso es lo que hace Hawking cuando afirma que “Tanto la religión como la ciencia parecen explicar el origen del Universo, pero considero que la ciencia resulta más convincente, ya que responde continuamente a preguntas que la religión no puede contestar.” …vale, pero tal vez sea porque no es misión de la religión averiguar cual es la función de la “radiación de fondo de microondas”, que es algo que compete evidentemente a la ciencia, sino la relación del hombre con el Dios creador de todo, incluso de esa radiación de fondo, sea eso lo que sea; y eso es lo que hace Hawking cuando afirma que “nadie puede probar que hubo un Creador”, refiriéndose obviamente a una prueba científica, cuando eso es algo más que evidente, como es evidente que tampoco se puede probar lo contrario, puesto que la ciencia solo puede referirse a aquello que compete a su materia, la naturaleza, no a lo que está fuera de ella.

A este respecto, en el libro “Dios y el mundo”, Joseph Ratzinger recordaba las palabras de el Libro de la Sabiduría, “Dios se deja hallar por los que no le tientan”, es decir, por aquellos que no desean someterle a un experimento; es decir, Dios no es una magnitud determinable según categoría físico espaciales, y “si pretendemos poner a Dios a prueba y hacemos determinadas cosas pensando que Él tendría que reaccionar, cuando lo convertimos, valga la expresión, en nuestro objeto de experimentación, habremos tomado un rumbo en el que, a buen seguro, no lograremos encontrarle. Porque Dios no se somete a experimento. No es algo que podamos manipular.” 

La religión – siguió Hawking, desatado, en otros campos del saber como sociología, psicología, moral o politología – nos ha acompañado a lo largo de toda la Historia y nos ha dejado cosas como la Inquisición, la desigualdad de la mujer, o el problema eterno de Palestina…La religión debería hacer que la gente se comporte cada vez mejor, pero no parece que esté cumpliendo ese objetivo. Mucha gente no religiosa, sin embargo, sí que se comporta mejor, y sin necesidad de creer en ningún Dios.”

Se trata en realidad de una mezcolanza de ideas y conceptos que tiene poco de científica, que no tienen respuesta desde la Ciencia, al menos desde la astrofísica, eso seguro, y que responden a unas ideas y opiniones personales de Hawking que no deberían pasar por ciertas por razón de su fama y relevancia como investigador. No voy a referirme a cada una de esas afirmaciones, porque sería largo y tedioso, baste recordar el réquiem satánico que fue el siglo XX, un infierno de asesinatos y homicidios en masa, de masacres y crímenes violentos, un compendio de atrocidades en el que se ha matado a más hombres que nunca, desde concepciones ideológicas ateas como fueron el nazismo y el comunismo, que tiene sus prolegómenos en el genocidio de La Vendée, en el XIX, durante la Revolución Francesa, al que ya me referí en La´mi du peuple, para desmontar esa especie de apología simplista de “el buen ateo”; y baste reconocer lo evidente – y solo voy a hablar por los cristianos -, y es que no todos los que se dicen cristianos lo son, e incluso los que lo somos no siempre actuamos como tal, porque somos pecadores, y por eso entonamos en cada celebración eucarística, y personalmente en cada examen de conciencia, el mea culpa, como hay ningún problema en reconocer que hay personas que alejadas de la fe cristiana no solo son buenas sino que son admirables, y a lo mejor están más cerca de Dios que muchos cristianos de precepto dominical, pero es que eso no sería por razón de su ateismo, sino a pesar de él.

Tal vez Hawking debería recordar sus propias palabras en Oviedo, en la entrega del premio Príncipe de Asturias, cuando afirmó que “la ciencia siempre es lo penúltimo y está sometida a revisiones y nuevas hipótesis. El por qué existe algo y no la nada, el milagro de la vida y la maravilla de la mente humana piden explicaciones de “totalidad” que la ciencia no aporta.”

Ese es el camino razonable para un necesario y fructífero diálogo entre fe y ciencia, entre fe y razón, eliminando ese falso antagonismo que desde determinadas concepciones se pretende imponer como una verdad científica. 

domingo, 28 de septiembre de 2014

Aclarando algunos conceptos: sobre óvulos y embriones.



El video que antecede responde a una intervención en directo de la alcaldesa de Zamora, Rosa Valdeón (PP), en un programa de debate en la televisión regional de Castilla León, a propósito de la retirada de la ley que iba a derogar la actual ley del aborto, en el que en defensa de su posición declaradamente pro-abortista, utiliza como razón “científica”, uno de los argumentos más falaces, y estúpidos, que utilizan esos grupos, y es que en realidad todo óvulo que no es fecundado es un aborto, es decir, que toda menstruación de una mujer es un aborto incipiente. Es literal, y ahí está el video para comprobarlo.

A ver, a la pregunta acerca de cuándo comienza la vida humana – otra cosa es el concepto jurídico de persona, que depende de a quién la ley le otorgue esa condición en cada momento – efectivamente debe responder la ciencia, y el consenso científico en este asunto es unánime, y no admite fisuras, un ser vivo es aquél que ha iniciado su ciclo vital y aún no lo ha terminado, y cuyas partes forman un todo, y esa es la realidad del embrión; el ser humano empieza con el zigoto, resultado de la “fusión” de un óvulo y un espermatozoide, por lo que el zigoto unicelular, en el día 1 de la concepción, es ya un organismo único de la especie homo sapiens, con sus 46 cromosomas definitorios. Inmediatamente después de ser concebido empieza a producir enzimas y proteínas humanas y a dirigir su propio crecimiento y desarrollo, se trata de un ser humano, “una nueva, genéticamente única, recién existente, vida humana individual”.

Por tanto, Sra. Alcaldesa, y demás simpatizantes de la alegre cofradía del aborto libre o simples pro-choice, es absolutamente falso que el embrión sea una simple masa de células o un simple tejido, porque el embrión es desde el primer momento un ser humano definido genéticamente y con capacidad para auto-desarrollarse, y es radicalmente falso comparar la destrucción de un embrión con la destrucción de un óvulo, o de un espermatozoide, porque el espermatozoide y el óvulo por separado no son seres humanos, pueden llegar a serlo si se “fusionan”, pero mientras no se produzca la fecundación son eso, simples espermatozoides y óvulos, no poseen los 46 cromosomas del nuevo organismo ni tienen capacidad para auto-desarrollarse como tal, como sí ocurre con el embrión, que es precisamente por eso un ser humano de facto.

Después ya vendrán otros debates, sobre si ese ser humano merece o no protección, en qué medida o desde cuando, sobre la prevalencia o no del derecho a la vida de ese ser humano frente  a otros “derechos”, según que circunstancias o según que tiempo haya transcurrido desde la concepción, etc., pero la evidencia científica es la que es, y me parece de una absoluta falta de respeto a las personas a las que se dirige utilizar un argumento tan falso y tan estúpido como el que utilizó, al afirmar que una menstruación ya es un “aborto incipiente” para restar importancia al aborto, probablemente porque está convencida de la estupidez de sus votantes y de las personas a las que se dirige.

A los mejor nos hemos ganado esa falta de respeto, y tendremos que rectificar. Digo.

sábado, 27 de septiembre de 2014

Llamar a las cosas por su nombre



Reproduzco por su indudable interés, y por la claridad de ideas y de exposición, las palabras de Monseñor Reig Pla, Obispo de Alcalá de Henares, a propósito del anuncio de retirada por el Partido Popular de la ley de protección de los derechos del concebido y de la mujer embarazada, que derogaba la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo, de Salud Sexual y Reproductiva y de la Interrupción Voluntaria del Embarazo. No es seguro que, de haber salido adelante, hubiera sido un gran paso adelante desde el punto de vista de la disminución cuantitativa de los abortos que se pudieran realizar en España a su amparo, pero conceptualmente sí que lo era, un paso pequeño si se quiere, pero en la buena dirección, y todas las batallas ideológicas – como la que desarrollaron y siguen desarrollando pro-abortistas o pro-choice - empiezan por dominar los conceptos.

Ahí dejo la carta, dura para todos los que tienen alguna responsabilidad, por acción u omisión, no solo en la comisión directa de ese crimen execrable que es el aborto, sino en no poner los medios necesarios para intentar impedirlo, dura porque llama a las cosas por su nombre, y eso duele, pero también una llamada a no caer en el desánimo, y a seguir luchando en todos los frentes por el derecho a la vida.

LLAMAR A LAS COSAS POR SU NOMBRE
Un verdadero reto para los católicos

Mons. Juan Antonio Reig Pla
Obispo de Alcalá de Henares

1. El Presidente del Gobierno de España y del Partido Popular ha confirmado la retirada de la reforma de la ley del aborto que pretendía “limitar” cuantitativamente el “holocausto silencioso” que se está produciendo. Mantener el derecho al aborto quiebra y deslegitima el supuesto estado de derecho convirtiéndolo, en nombre de la democracia, en una dictadura que aplasta a los más débiles. Ninguna ley del aborto es buena. La muerte de un solo inocente es un horror, pero “parecía” que “algo” estaba cambiando en las conciencias de algunos políticos relevantes respecto del crimen abominable del aborto (Cf. Concilio Vaticano II, Gaudium et spes, 51).

Dicho esto conviene denunciar, con todo respeto a su persona, que el Presidente del Gobierno ha actuado con deslealtad respecto a su electorado al no cumplir su palabra en esta materia, explicitada en su programa electoral; también ha actuado con insensatez pues ha afirmado que lo sensato es mantener el “derecho al aborto”, es decir, el derecho a matar a un inocente no-nacido, el crimen más execrable. Además ha faltado a la verdad, pues su partido tiene mayoría absoluta en el Parlamento y, sin embargo, afirma que no hay consenso, algo que no ha aplicado a otras leyes o reformas infinitamente menos importantes.

Ha llegado el momento de decir, con voz sosegada pero clara, que el Partido Popular es liberal, informado ideológicamente por el feminismo radical y la ideología de género, e “infectado”, como el resto de los partidos políticos y sindicatos mayoritarios, por el lobby LGBTQ; siervos todos, a su vez, de instituciones internacionales (públicas y privadas) para la promoción de la llamada “gobernanza global” al servicio del imperialismo transnacional neocapitalista, que ha presionado fuerte para que España no sea ejemplo para Iberoamérica y para Europa de lo que ellos consideran un “retroceso”  inadmisible en materia abortista.

2. Respecto al Jefe de la Oposición en el Parlamento, también con todo respeto a su persona, hay que afirmar que se ha mostrado falto de rigor intelectual y con un déficit de sensibilidad ante la dignidad de la vida humana. Es asombroso comprobar cómo telefonea a un programa de televisión para denunciar la violencia contra los animales, y, sin embargo, olvida la violencia criminal contra dos millones de niños abortados: decapitados, troceados, envenenados, quemados… Desde la lógica del horror el Secretario General del PSOE ensalzó en la Estación de Atocha de Madrid el mal llamado “tren de la libertad” en el que algunas mujeres reclamaban “el derecho a decidir matar inocentes”; este tren, como los trenes de Auschwitz que conducían a un campo de muerte, debería llamarse, no el “tren de la libertad” sino, el “tren de la muerte”, del “holocausto” más infame: la muerte directa y deliberada de niños inocentes no-nacidos.

3. Como es verificable, el Partido Popular con esta decisión, se suma al resto de los partidos políticos que, además de promover el aborto, lo consideran un derecho de la mujer: una diabólica síntesis de individualismo liberal y marxismo. Dicho de otra manera, a fecha de hoy ‒ y sin juzgar a las personas ‒, los partidos políticos mayoritarios se han constituido en verdaderas “estructuras de pecado” (Cf. San Juan Pablo II, Encíclicas Sollicitudo rei socialis, 36-40 y Evangelium vitae, 24).

4. En el orden cultural, y bajo la presión del feminismo radical, se ha trasladado el punto de mira del aborto; se ha deslizado desde el tratamiento como un crimen (No matarás) a la consideración de la mujer como víctima. Es verdad que la mujer es también víctima, abandonada en muchas ocasiones ‒ cuando no presionada para que aborte ‒, por el padre de su hijo, por su entorno personal y laboral y por la sociedad; también es cierto que sufre con frecuencia el síndrome post-aborto, etc.; pero, si bien algunas circunstancias pueden disminuir la imputabilidad de tan gravísimo acto, no justifican jamás moralmente la decisión de matar al hijo por nacer. Esto hay que denunciarlo al tiempo que hay que acompañar con misericordia  y «adecuadamente a las mujeres que se encuentran en situaciones muy duras, donde el aborto se les presenta como una rápida solución a sus profundas angustias» (Papa Francisco, Evangelii gaudium, 214).

Pero, como digo, lo específico del aborto es que se trata de un crimen abominable: «el que mata y los que cooperan voluntariamente con él cometen un pecado que clama venganza al cielo (Cf. Gn 4, 10)» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2268). No se puede justificar, apelando a la libertad, lo que de sí es una acción criminal que mata a un inocente, corrompe a la mujer, a quienes practican el aborto, a quienes inducen al mismo y a quienes, pudiendo con medios legítimos, no hacen nada para evitarlo. La Iglesia Católica, Madre y Maestra, en orden a proteger al inocente no-nacido e iluminar las conciencias oscurecidas «sanciona con pena canónica de excomunión este delito contra la vida humana. “Quien procura el aborto, si éste se produce, incurre en excomunión latae sententiae” (CIC can. 1398), es decir, “de modo que incurre ipso facto en ella quien comete el delito” (CIC can. 1314), en las condiciones previstas por el Derecho (Cf. CIC can. 1323-1324). Con esto la Iglesia no pretende restringir el ámbito de la misericordia; lo que hace es manifestar la gravedad del crimen cometido, el daño irreparable causado al inocente a quien se da muerte, a sus padres y a toda la sociedad» (Catecismo de la Iglesia Católica, n. 2272). Es necesario evidenciar que nos encontramos ante una verdadera crisis de civilización.

5. Por otra parte, diré más: se debe aclarar que no es justificable moralmente la postura de los católicos que han colaborado con el Partido Popular en la promoción de la reforma de la ley del aborto a la que ahora se renuncia. La Encíclica Evangelium vitae del Papa San Juan Pablo II no prevé la posibilidad de colaboración formal con el mal (ni mayor ni menor); no hay que confundir colaborar formalmente con el mal (ni siquiera el menor) con permitir ‒ si se dan las condiciones morales precisas ‒ el mal menor. Dicha Encíclica (n. 73) lo que afirma es: «un problema concreto de conciencia podría darse en los casos en que un voto parlamentario resultase determinante para favorecer una ley más restrictiva, es decir, dirigida a restringir el número de abortos autorizados, como alternativa a otra ley más permisiva ya en vigor o en fase de votación. […] En el caso expuesto, cuando no sea posible evitar o abrogar completamente una ley abortista, un parlamentario, cuya absoluta oposición personal al aborto sea clara y notoria a todos, puede lícitamente ofrecer su apoyo a propuestas encaminadas a limitar los daños de esa ley y disminuir así los efectos negativos en el ámbito de la cultura y de la moralidad pública. En efecto, obrando de este modo no se presta una colaboración ilícita a una ley injusta; antes bien se realiza un intento legítimo y obligado de limitar sus aspectos inicuos».

6. Con afecto hacia las personas y con dolor, también debo decir que, en ocasiones, algunas instancias de la Iglesia Católica que camina en España no han propiciado, más bien han obstaculizado, la posibilidad de que aparezcan nuevos partidos o plataformas que defiendan sin fisuras el derecho a la vida, el matrimonio indisoluble entre un solo hombre y una sola mujer, la libertad religiosa y de educación, la justicia social y la atención a los empobrecidos y a los que más sufren: en definitiva la Doctrina Social de la Iglesia. Gracias a Dios el Papa Francisco ha sido muy claro respecto del aborto en su Exhortación Apostólica Evangelii gaudium (nn. 213 y 214).

7. Como en tantas otras ocasiones de nuestra historia, es momento de apelar a la conciencia de los católicos españoles. Ante nosotros, tal vez, se abre la posibilidad de “un nuevo inicio” y en todo caso un amplio abanico de acciones simultáneas, entre las que quiero destacar:

a) Hay que mantener firme el propósito de la evangelización, de la gestación de nuevos cristianos y de la atención en nuestros “hospitales de campaña” (Cáritas, Centros de Orientación Familiar, etc.) de tantas personas heridas (física, psíquica y espiritualmente) que esperan nuestro amor, nuestra misericordia y nuestra ayuda, siempre desde la verdad.

b) Insistir en la educación sexual y en la responsabilidad de las relaciones sexuales, es decir, educar para el amor.

c)  Insistir en la abolición total de toda ley que permita el aborto provocado directo y promover la aprobación de leyes que protejan al no-nacido, la maternidad y las familias.

d) Suscitar una respuesta civil organizada y capaz de movilizar las conciencias.

e) Hacer una llamada a promover iniciativas políticas que hagan suya, integralmente, la Doctrina Social de la Iglesia.

f) Estudiar por enésima vez la posibilidad de regenerar los partidos políticos mayoritarios, aunque hasta ahora estos intentos han sido siempre improductivos.

8.  El camino va a ser largo y difícil, ya sucedió con la abolición de la esclavitud. La maduración de las conciencias no es empresa fácil, pero nuestro horizonte, por la gracia de Dios, es el de la victoria del bien. Este es tiempo de conversión. Así pues, todos (mujeres y varones, profesionales de la sanidad y de los medios de comunicación, gobernantes, legisladores, jueces, fuerzas y cuerpos de seguridad, pastores y fieles, etc.) estamos obligados en conciencia a trabajar y defender con todos los medios legítimos “toda la vida” de “toda vida humana”, desde la concepción y hasta la muerte natural, empezando por los no-nacidos y sus madres; si no lo hacemos, la historia nos lo recriminará, las generaciones venideras nos lo reprocharán y, lo que es definitivo, Dios, el día del Juicio, nos lo reclamará: era pequeño, estaba desnudo e indefenso y no me acogisteis (Cf. Mt 25, 41-46). 

En Alcalá de Henares, a 24 de septiembre del Año del Señor de 2014
Ntra. Sra. de la Merced