domingo, 31 de marzo de 2013

¡Feliz Pascua de Resurrección!





“Al día siguiente al sábado, todavía muy de mañana, llegaron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado; y se encontraron con que la piedra había sido removida del sepulcro. Pero al entrar, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Estaban desconcertadas por este motivo, cuando se les presentaron dos varones con vestidura refulgente. Como estaban llenas de temor y con los rostros inclinados hacia la tierra, ellos les dijeron:

- ¿Por qué  buscáis entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, sino que ha resucitado”

(Lucas 24, 1-6)

¡Feliz Pascua de Resurrección!

domingo, 3 de marzo de 2013

Si es cuestión de valor...


Dice hoy en El Mundo Manuel Hidalgo en su columna que “Hay signos que indican la contradictoria realidad entre el alejamiento de los mandatos de la Iglesia Católica -incluso entre los creyentes - y una religación respecto a la religión romana y sus avatares, pues no es fácil prescindir de una promesa -el contrato de la fe- que tranquiliza a la inmensa mayoría frágil, con la ilusión no borrada de una vida eterna, frente al pavor de morir y desaparecer para siempre. Julián Barnes escribió en “Nada que temer” que el ateísmo es un elitismo, ya que pocos pueden prescindir del consuelo de un paraíso futuro y permanente que compense de los sinsabores de una vida efímera…”

¿Que el ateismo es un “elitismo” solo apto para valientes que pueden prescindir de la ilusión de una vida eterna, frente al “pavor de morir y desaparecer para siempre”?, no, no puedo estar de acuerdo porque, vamos a ver, ¿temor a qué puede sentir quien cree firmemente que no hay nada tras la muerte, que ésta es la aniquilación total?

Decía Sócrates, tras ser condenado a muerte, en el discurso que nos ha llegado a través de la apología de Platón (s. IV a.C.) que “La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de este lugar aquí a otro lugar. Si es una ausencia de sensación y un sueño como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa. …Si, en efecto, la muerte es algo así, digo que es una ganancia, pues la totalidad del tiempo no resulta ser más que una sola noche.” ¿Cómo sentir miedo de algo así? Si finalmente la muerte resultara ser la aniquilación total, una vez acontecida no seriamos nada, luego nada podremos sentir y, por tanto,  nada podemos temer, porque cuando ocurra no será más que esa sola noche. No, eso no requiere de ningún valor. Lo que exige de verdad valor es creer en las consecuencias eternas de nuestros actos aquí, en esta vida terrena.

Dice el columnista que pocos pueden prescindir del consuelo de un paraíso futuro y permanente que compense de los sinsabores de una vida efímera, pero ¿quién puede afirmar que tiene garantizado el fallo favorable en el Juicio Final, que tiene garantizado un sitio en ese paraíso?

Efectivamente, para quienes profesamos la fe cristiana existe la resurrección de la carne, y existe la justicia, y la revocación del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho, y por eso la fe en el Juicio Final es ante todo y sobre todo una esperanza, pero una esperanza que exige una responsabilidad aquí y ahora, y a lo largo de toda nuestra vida. Dios es justicia y crea justicia, y este es nuestro consuelo y nuestra esperanza, y en su justicia está también la gracia, pero – Spe Salvi. Benedicto XVI “Ambas – justicia y gracia – han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en esta tierra acabe por tener siempre igual valor. Contra ese tipo de cielo y de gracia ha protestado con razón, por ejemplo, Dostoëvskij en su novela Los Hermanos Karamazov. Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada.” Lo que profesa la fe cristina es precisamente que “Al morir cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna..” y que “todos los hombres comparecerán con sus cuerpos en el día del juicio ante el tribunal de Cristo, para dar cuenta de sus propias acciones” (CEC, p. 1051 y 1058), y asumir y profesar eso requiere valor, sabiendo que ser cristiano significa seguir a Cristo y eso significa tomar la cruz y subir con Él al Calvario, y que, como señalaba Santa Teresa, “Creer que (el Señor) admite a Su amistad a gente regalada y sin trabajos es disparate.”

No, creo que no hay nada de elitista en ser ateo, y por eso puedo decir, con palabras de Benedicto XVI (Roma 9 enero 2012), que “Lo que me llena de estupor no es la incredulidad sino la fe. Lo que me sorprende no es el ateo, sino el cristiano.”