jueves, 18 de agosto de 2011

Del homo sapiens al homo bonobo, un proceso de involución asistida.


Comentaba en una ocasión [Eduardo, Felipe y el mono] que el hombre no es el simple fruto de la evolución sino una revolución, un ser dotado inteligencia, conciencia y voluntad que le permiten gozar de una de las propiedades más altas de la naturaleza, la libertad, y que por eso no somos unos bichos como los demás; pero eso no significa que no podamos permitir, por acción u omisión, el embotamiento de esas potencias superiores para volver un estado en el que prime la satisfacción inmediata de los instintos básicos, y de entre ellos me voy a referir – por su relevancia - al sexual.

Hace unos días estaba leyendo, pese a la televisión encendida, y al alzar un momento la vista puede ver a un señor, apenas cubierto por una toalla, al que una señora empezaba a sobar, y cuando me estaba preguntando qué diablos pasaba y cómo era posible que a esa hora (sobre las 19,00), y sin advertencia previa, pudieran colocar semejante película, resultó ser el anuncio de un producto de limpieza. No es un caso anecdótico, aislado, y, aunque a veces nos pase ya casi desapercibido, lo cierto es que buena parte de la publicidad, de las series y programas de televisión, y también de las revistas, incluidas algunas de las llamadas “juveniles”, con el pretexto de un entretenimiento desinhibido e incluso con el más sórdido de “educar”, hacen de la incitación sexual un motivo recurrente. Recordé entonces que cuando buscaba la imagen de un mono para el artículo citado al comienzo, di con una especie, los monos bonobos, un grupo de primates con una actividad sexual, digamos, bastante intensa, que practican con independencia de la pertenencia o no al mismo grupo familiar, de la pareja, del sexo, o de la edad, que comprende todo tipo actividades, incluyendo su práctica solitaria o en grupo y su uso como forma de pago – indistintamente por machos o hembras - a cambio de comida, y tuve de nuevo la impresión de que hay quienes pretenden que “avancemos” hacia una sociedad parecida, y no es casual que sea así.

Hay un proceso de hipersexualización de la sociedad en el que bajo la premisa “liberal” de que en el sexo todo está permitido siempre que la otra parte consienta, y el complementario etiquetado de quienes se oponen a esa banalización de la sexualidad como casposos reaccionarios enemigos del progreso de la humanidad, se multiplican hasta la saturación los mensajes libidinosos promoviendo una sexualidad libre de cortapisas, que degrada al hombre convirtiéndole en un “salido” deseoso de practicar cuanto acaba de ver, y siempre insatisfecho, porque la sexualidad humana es una fuerza arrasadora que exige diques antes de que se desborde y aspire a nuevas “fantasías” hasta entonces prohibidas que exciten los sentidos ya embotados.

No es un proceso inocente, no es casual esa permanente incitación a satisfacer el instinto sexual, y cuando un amigo decía en un blog que “Todas las herramientas para una alienación global han sido implementadas, desde las tecnológicas hasta las farmacológicas. Las grandes alegorías de la dictadura perfecta que nos anticiparan Aldous Huxley y George Orwell son una realidad muy próxima.", estaba en lo cierto, pero se olvidaba del sexo despersonalizado, pieza clave de esa nueva dictadura.

Decía Aldoux Huxley, en el prólogo de “Un Mundo Feliz”, que no hay ninguna razón para que los nuevos totalitarismos se parezcan a los antiguos, el Gobierno por medio de porras y piquetes de ejecución, hambre artificialmente provocada (Holodomor), encarcelamientos y deportaciones en masa, no es solamente inhumano (a nadie hoy día – dice – le importa realmente ese hecho), es que es ineficaz, y en una época de tecnología avanzada la ineficacia es una falta imperdonable. Un Estado totalitario realmente eficaz sería aquel en el cual los jefes políticos todopoderosos pudieran gobernar una población de esclavos sobre los cuales no fuera necesario ejercer coerción alguna porque amarían su servidumbre, y eso sólo puede lograrse como resultado de una revolución profunda, personal, en las mentes y los cuerpos humanos. Para llevar a cabo esa revolución relaciona una serie de descubrimientos e inventos, tecnológicos y farmacológicos, pero hay un elemento esencial en el que incide especialmente Huxley cuando afirma (en 1932) que “Ya hay algunas ciudades americanas en los que el número de divorcios iguala al de bodas. Dentro de pocos años, sin duda alguna, las licencias de matrimonio se expedirán como las licencias para perros, con validez sólo para un periodo de doce meses, y sin ninguna ley que impida cambiar de perro o tener más de un animal a la vez. A medida que la libertad política y económica disminuye, la libertad sexual tiende, en compensación, a aumentar. Y el dictador (a menos que necesite carne de cañón o familias con las cuales colonizar territorios desiertos o conquistados) hará bien en favorecer esa libertad. En colaboración con la libertad de soñar despiertos bajo la influencia de los narcóticos, del cine y de la radio, la libertad sexual ayudará a reconciliar a sus súbditos con la servidumbre que es su destino.”

No, no hay nada inocente en esa permanente incitación a ir siempre un poco más allá, en esa confluencia de intereses políticos y económicos en aumentar la “libertad sexual”, y al igual que el “sexo elemental” era asignatura obligatoria en los primeros años de vida de los habitantes de ese “Mundo Feliz”, y complementariamente al bombardeo mediático citado, ¿no han ocurrido ya, no hace tanto, episodios lamentables a propósito de la asignatura de Educación para la Ciudadanía? ¿No se ha intentado en ocasiones enseñar, a niños y niñas, con folletos editados por consejerías de educación, como complacerse mejor, solos o mutuamente, o se les ha incitado a explorar con sus compañeros y compañeras de pupitre si preferían a tales efectos que fuera con un chico o una chica? Y como consecuencia de la objeción de conciencia y de la oposición de muchos padres a semejantes prácticas, ¿no se han incluido en la ley del aborto disposiciones sobre la educación afectivo sexual desde la perspectiva de genero, para así incluir esas enseñanzas en el ámbito de la “salud pública”, imposibilitar la objeción de conciencia y dejar sin efecto el derecho constitucional - art. 27.3 CE – de los padres a la formación religiosa y moral de sus hijos conforme a sus propias convicciones?

Dice Benedicto XVI (“Deus Caritas est”) que “Los antiguos griegos dieron el nombre eros al amor entre hombre y mujer, que no nace del pensamiento o la voluntad, sino que en cierto sentido se impone al ser humano….Los griegos – análogamente a otras culturas – consideraban el eros  ante todo como un arrebato, como una “locura divina”  que prevalece sobre la razón, que arranca al hombre de la limitación de su existencia y, en este quedar estremecido por una potencia divina, le hace experimentar la dicha más alta… En el campo de las religiones, esta actitud se ha plasmado en los cultos de la fertilidad, entre los que se encuentra la prostitución “sagrada” que se daba en muchos templos. El eros se celebraba, pues, como fuerza divina como comunión con la divinidad. A esta forma de religión que, como una fuerte tentación, contrasta con la fe en el único Dios, el Antiguo Testamento se opuso con máxima firmeza, combatiéndola como perversión de la religiosidad. No obstante en modo alguno rechazó con ello el eros como tal sino que declaró guerra a su desviación destructora,  puesto que la falsa divinización del eros que se produce en esos casos la priva de su dignidad divina y lo deshumaniza… Por eso el eros ebrio e indisciplinado no es elevación, éxtasis hacia lo divino, sino caída, degradación del hombre.”

El hombre es realmente él mismo cuando cuerpo y alma forman una unidad íntima; si el hombre pretende ser solo espíritu y rechaza la carne como si fuera solo una herencia animal, espíritu y cuerpo pierden su dignidad, pero si, por el contrario, repudia el espíritu y por tanto considera el cuerpo como una realidad exclusiva, malogra igualmente su grandeza porque el eros degradado a puro sexo se convierte en mercancía, en simple objeto que se puede comprar y vender; el mismo hombre se transforma en mercancía [“Hablan de ella como si fuera un trozo de carne – Bernard rechinó los dientes -. La he probado, no la he probado, como un cordero. La rebajan a la categoría de cordero, ni más ni menos.” – dice Bernard, un inadaptado, en un pasaje de Un Mundo Feliz, sobre una chica, Lenina] al considerar el cuerpo y la sexualidad solamente como la parte material de su ser, para emplearla y explotarla de modo calculador, como algo puramente biológico, un instinto básico que debe ser satisfecho.

Sí, todas las herramientas para la alienación global están siendo implementadas, y entre ellas está el eros ebrio e indisciplinado, el sexo “libre” y despersonalizado que degrada y destruye la naturaleza del hombre que deja de ser lo que es para transformarse en otra cosa, en un proceso de transformación, que sería de involución, del homo sapiens al homo bonobo, de hombre libre a esclavo “feliz” de esa nueva dictadura. De cada uno de nosotros depende evitarlo.