lunes, 23 de diciembre de 2013

¡FELIZ NAVIDAD!



“- No temáis. Mirad que vengo a anunciaros una gran alegría, que lo será para todo el pueblo: hoy os ha nacido, en la ciudad de David, el Salvador, que es el Cristo, el Señor, y esto os servirá de señal: encontraréis a un niño envuelto en pañales y reclinado en un pesebre.”

De pronto apareció junto al ángel una muchedumbre de la milicia celestial, que alababa a Dios diciendo:
 “Gloria a Dios en las alturas
y paz en la tierra
a los hombres en los que Él se complace”.
(Lucas, 2, 10-15)


“La Navidad es la celebración de la presencia de Dios que viene a estar entre nosotros para salvarnos. ¡El nacimiento de Jesús no es un cuento! Es una historia real, que sucedió en Belén hace dos mil años. La fe nos hace reconocer en ese Niño, nacido de la Virgen María, al verdadero Hijo de Dios, que por nosotros se hizo hombre. Y es en el rostro del pequeño Jesús que contemplamos el rostro de Dios, que no se revela en la fuerza o en el poder, sino en la debilidad y fragilidad de un recién nacido. Así es nuestro Dios; se acerca mucho, en un niño. Este niño muestra la fidelidad y la ternura del amor sin límites con el que Dios rodea cada uno de nosotros. Por esta razón hacemos una fiesta en Navidad, reviviendo la misma experiencia de los pastores de Belén. Junto a muchos papás y mamás que trabajan duro todos los días, afrontando muchos sacrificios, junto con los niños, los enfermos y los pobres, hacemos esta fiesta, porque es la fiesta del encuentro con Dios en Jesús”.
Papa Francisco, 20 de diciembre de 2013.

No es un cuento…., con mis mejores deseos, vívela.

¡FELIZ NAVIDAD!

domingo, 20 de octubre de 2013

Mártires

El pasado 13 de octubre de 2013 se celebró en Tarragona la ceremonia de beatificación de 522 mártires de la Iglesia Católica, 522 personas asesinadas – junto a otros muchos miles, algunos ya beatificados por la Iglesia, otros en proceso, y otros muchos, los más, que lo son de todas formas ante Dios – no por su ideología política, no por pertenecer a uno u otro bando, sino por el simple hecho de ser católicos y de dar testimonio, hasta el final, con su sangre, de su fe. Fueron las víctimas de una persecución religiosa, que no fue la iniciativa aislada de unos cuantos marxistas-estalinistas exaltados, fuera de todo control por causa de la guerra civil, como a veces se ha querido presentar, sino que hunde sus raíces en una política radical, de hostilidad abierta y declarada contra la Iglesia, a la que se ve, incomprensiblemente, dice el Papa Pío XI en la Encíclica Dilectissima nobis, como enemiga del régimen republicano; una política que comienza con el “España ha dejado de ser católica”, proclamado por Don Manuel Azaña ante la cámara constituyente de la II República el 13 de octubre de 1931, se desarrolla a través de múltiples medidas legislativas contra la Iglesia Católica, encaminadas a imposibilitar su mera existencia, y alcanza su paroxismo durante la guerra civil, cuando el odio a la fe y el propósito declarado de exterminar a la Iglesia se traducen en la matanza sistemática de sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, y de laicos de cualquier sexo, edad o condición, por el simple hecho de ser católicos.

“Pero es que tu padre era muy católico, y como era muy católico había que matarlo”, le dijo un miliciano a la hija de D. Francisco Martínez García, abogado, director de La Verdad, catedrático y Alcalde (1926-1928) en Murcia; no había ninguna otra razón, como para tantos otros miles de mártires, bastó solo eso para matarle, era muy católico.

Pues bien, vamos camino de un siglo desde que sucedieron esos hechos y, por increíble que pueda parecer [no tanto en realidad, porque está dicho que será así hasta el fin de los tiempos], hay quienes, instalados en una ideología radical, como la joven autora del tuit  que ilustra este párrafo – “miembra” declarada de las Juventudes Comunistas, de signo marxista-leninista -, dicen añorar aquellos tiempos en los que “ayudaban a las curas a reunirse con su Dios; ¿un desbarre de una joven “logsetomizada”, como decía otro tuitero? No, no creo que tal manifestación sea una simple pérdida momentánea de control (salvo, tal vez, el hecho de expresarlo públicamente), y en ningún caso es inocente ir afirmando por ahí que hay que matar a nadie (algunos lo entenderán mejor, en toda su magnitud, si prueban a sustituir la palabra “curas”, por ejemplo, por la palabra inmigrantes, negros, homosexuales, u otras), sino que responde a una hostilidad anticatólica que existe, que tiene múltiples manifestaciones, y a la que ya me referí en un post al hablar de los modernos talibanes del laicismo radical.

Desde ese mismo laicismo radical – que es en realidad, mayormente, puro y simple anticatolicismo – algunas entidades, sindicatos, partidos políticos (Ateneu Republicà, Associació de Víctimes de la repressió franquista a Tarragona, UGT y CCOO, ICV-EUiA, y las juventudes del PSC), y algunas personas a título particular, impulsaron en Tarragona la llamada Coordinadora para la Laicidad y la Dignidad con el objetivo declarado de rechazar y boicotear la beatificación de los 522 mártires de la Guerra Civil, considerando dicho acto como “un insulto para los que perdieron a sus familiares y sufrieron represión durante la dictadura franquista que contó con la bendición y el apoyo de la Iglesia”, y que las beatificaciones suponen "un acto político" que "ofenden, discriminan y no contribuyen a superar las heridas todavía abiertas en nuestra memoria histórica", calificándolo algunos como un acto fascista.

Vamos a ver, si bien la persecución y matanza de católicos fue indudablemente un acto político, como lo ha sido siempre desde el tiempo de los romanos, pasando por la Revolución Francesa, o las purgas estalinistas, la beatificación por la Iglesia de aquellos que mueren por causa de su fe no es, de ninguna manera, un acto político, ni un atentado contra la laicidad del Estado, ni mucho menos – ¡qué forma de desbarrar! - un acto de exaltación fascista, a menos que se conciba a la Iglesia como un actor político, que ni lo es, ni lo debe ser, que se confunda la sana laicidad del Estado con el laicismo (la diferencia es radical), o que se confunda a la Iglesia con uno de los bandos de la guerra civil, que tampoco, aunque, sinceramente, tampoco puede extrañar que si en uno de los bandos se dedicaban a matar a sacerdotes, religiosos y laicos católicos sistemáticamente, por miles, los que pudieran intentaran pasarse al otro lado.

No, no tiene nada que ver con la política: “Firmes y valientes testigos de la fe”, no de ninguna bandería política, era el lema de la ceremonia de beatificación. Como señalaba en la homilía de beatificación el Cardenal Amato, hay que recordar “de antemano que los mártires no fueron caídos de la guerra civil, sino víctimas de una radical persecución religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia. Estos hermanos y hermanas nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores. Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, solo porque eran católicos, porque eran sacerdotes, porque eran seminaristas, porque eran religiosos, porque eran religiosas, porque creían en Dios, porque tenían a Jesús como único tesoro, más querido que la propia vida. No odiaban a nadie, amaban a todos, hacían el bien a todos. Su apostolado era la catequesis en las parroquias, la enseñanza en las escuelas, el cuidado de los enfermos, la caridad con los pobres, la asistencia a los ancianos y a los marginados. A la atrocidad de los perseguidores, no respondieron con la rebelión o con las armas, sino con la mansedumbre de los fuertes….Ahora planteémonos una pregunta: ¿por qué la Iglesia beatifica a estos mártires? La respuesta es sencilla: la Iglesia no quiere olvidar a estos sus hijos valientes. La Iglesia los honra con culto público, para que su intercesión obtenga del Señor una lluvia beneficiosa de gracias espirituales y temporales en toda España. La Iglesia, casa del perdón, no busca culpables. Quiere glorificar a estos testigos heroicos del evangelio de la caridad, porque merecen admiración e imitación. La celebración de hoy quiere una vez más gritar fuertemente al mundo, que la humanidad necesita paz, fraternidad, concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la muerte del prójimo. Con su caridad, los mártires se opusieron al furor del mal, como un potente muro se opone a la violencia monstruosa de un tsunami. Con su mansedumbre los mártires desactivaron las armas micidiales de los tiranos y de los verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre actuales de la paz en la tierra.”

¿Que quieren que les diga?, entre el mensaje de odio y rencor de esa Coordinadora, y de quienes la integran o coinciden con sus planteamientos, o el de esa joven comunista tuitera, igual a tantos otros/as que proliferan por las redes sociales, o al de tantos otros que desde sus tribunas (radio, televisión, diarios…) alientan sin reparo el sentimiento anticatólico, y el mensaje de paz, fraternidad y concordia de la Iglesia…, como dice el historiador Santiago Mata, autor del Libro “Holocausto católico”, los mártires del siglo XX son “la mejor medicina contra el rencor”, dándonos una lección de perdón.


Pues eso, cuesta, y mucho, pero yo me quedo con esta lección.

domingo, 22 de septiembre de 2013

El hombre en su laberinto


Estaba esta mañana releyendo textos, apuntes, documentos que se van acumulando en el ordenador, con la vaga intención de ir haciendo una limpieza que permita prolongar su vida, un poco más, cuando he encontrado un texto de la audiencia general de 25 de abril de 2012 del Papa, ahora emérito, Benedicto XVI, en el que explicaba cómo la oración impulsó a la Iglesia de los primeros tiempos para seguir adelante en medio de las dificultades, y cómo puede ayudar al hombre de hoy a vivir mejor; “La Iglesia – decía el Pontífice - desde el inicio de su camino, se ha encontrado con situaciones imprevistas que ha tenido que afrontar, nuevas cuestiones y emergencias a las que ha tratado de dar respuesta a la luz de la fe, dejándose guiar por el Espíritu Santo.”

Es algo que la Iglesia lleva haciendo de forma ininterrumpida durante su más de dos mil años de historia, en las situaciones más diversas, y normalmente adversas, lo que por sí solo debería ser suficiente para, aun cuando no se tenga la gracia de ser creyente, reconocer en ella la experiencia en “humanidad” acumulada a los largo de los siglos, y la necesidad de evitar prejuicios para no rechazar de antemano su voz, escucharla, aunque no se coincida o se discrepe, y no tratar de ahogarla cada vez que llama la atención sobre aspectos que afectan a la vida, y a la muerte, de los seres humanos.


No en vano afirmaba Chesterton, [“Razones para la fe”] que “Nueve de cada diez ideas que llamamos nuevas son simplemente viejos errores. La Iglesia Católica tiene por una de sus principales obligaciones la de prevenir a la gente de cometer esos viejos errores, de cometerlos una y otra vez para siempre, como hace en todo momento la gente si se la deja a su suerte. La verdad sobre la actitud católica hacia la herejía, o como dirían algunos, hacia la libertad, quizás se pueda expresar de la mejor manera por medio de la metáfora de un mapa. La Iglesia católica porta algo parecido a un mapa de la mente que se asemeja al mapa de un laberinto, pero que es en realidad una guía del mismo. Ha sido compilado a partir de un conocimiento que, aunque se ha considerado humano, no tiene ningún igual humano. No hay otro caso de una institución inteligente continua que haya estado pensando sobre el pensamiento durante dos mil años. Como es natural su experiencia abarca prácticamente todas las experiencias, y en especial prácticamente todos los errores. El resultado es un mapa en el cual se hallan señaladas con claridad todas las calles cortadas y las carreteras en mal estado, todas las vías que la mejor de todas las pruebas ha demostrado que es inútil: la prueba de aquellos que las han recorrido. En este mapa de la mente los errores se señalan como excepciones. La mayor parte de él consiste en patios de recreo y felices cotos de caza, dónde la mente puede disfrutar de tanta libertad como desee, por no hablar de la cantidad de campos de batalla intelectuales en los que la lucha se encuentra indefinidamente abierta y sin decidir. Pero éste carga sin duda con la responsabilidad de señalar que ciertos caminos no llevan a ninguna parte o llevan a la destrucción, a un muro liso o a un precipicio escarpado. Por estos medios , evita que los hombres pierdan el tiempo o sus vidas por sendas que ya se han descubierto que son futiles o desastrosas una y otra vez en el pasado, pero que, de otro modo, podrían atrapar a los viajeros una y otra vez en el futuro…No hay ahora otra mente colectiva en el mundo que se halle vigilando para evitar que las mentes se echen a perder.”

Es más o menos lo que ha venido a decir el sacerdote en la homilía de la Santa Misa de hoy, (¿casualidad?), que no debíamos cansarnos de la insistencia de la Iglesia en algunos de sus mensajes, como (decía, con una imagen muy clara por su sencillez) no debemos cansarnos de la reiteración de las señales de tráfico que nos indican la dirección a seguir, y cómo debemos acomodar la conducción a las incidencias del camino, de las que nos van avisando, tratando de evitar que acabemos con nuestra vida o la de los demás; la Iglesia porta ese “mapa de carreteras”, y lo pone a disposición de toda la humanidad, de los creyentes, y de los que no lo son, porque, como decía el Papa Francisco en una carta publicada en el diario La Repubblica bajo el título “El Papa: mi carta a los que no creen”, es tiempo de iniciar un diálogo abierto y sin preconceptos que reabra las puertas para un serio y fecundo encuentro, porque este diálogo no es un accesorio secundario de la existencia del creyente, sino que es una expresión íntima e indispensable.…Pues precisamente a partir de aquí – continúa el Papa en su carta dirigida a Eugenio Escalfari, un intelectual de izquierdas ateo – que me encuentro a gusto escuchando sus preguntas y buscando, junto con usted, las sendas que nos permitan, quizás, comenzar a andar un trecho del camino juntos.

Sí, podemos andar juntos, por lo menos un trecho, hasta donde podamos llegar, y debemos hacerlo, o por lo menos intentarlo, rechazando de plano el mensaje de odio y rencor de quienes, desprovistos de toda idea de trascendencia y dignidad del ser humano, bien sea por sus propios y egoístas intereses (cui prodest, -a quién beneficia- podríamos preguntarnos una vez más), o bien desde un simple fundamentalismo laicista que deberíamos considerar trasnochado, como todos los fundamentalismos de cualquier clase, rechazan que la Iglesia deba tener libertad para expresar en público sus convicciones, y también sus opiniones en aquello que sea opinable, denuestan “el mapa” que ésta les ofrece, quieren devolver a la Iglesia a las catacumbas y mantener al hombre perdido en su laberinto.

domingo, 1 de septiembre de 2013

Fe e inteligencia, un falso antagonismo


Leía hace poco un tuit en el que se alababa la inteligencia de los noruegos por el hecho de que un 72% no creían en un dios personal y solo 2% acudía a los servicios religiosos, según decía. Intenté debatir con su autor esa afirmación - dentro de los límites que permiten los 140 caracteres de Twitter – puesto que, a contrario sensu, estaba calificando de todo lo contrario (brutos, ignorantes, lerdos, limitados, y cualquier otra antonimia posible) a los creyentes, he de decir que sin ningún éxito, al encontrarme frente a una persona de una cerrazón (y maneras) poco sorprendentes, la verdad, en un determinado tipo de “ateo” que pertenece a la subespecie, no se si “comecuras”, pero sí anticlericalista, en el peor sentido de esta palabra, porque anticlericalista también soy yo (al Cesar lo que es del Cesar, y a Dios lo que es de Dios); una persona empeñada, muy a mi pesar, en demostrarme que él era la excepción que confirmaba lo que decía ser la regla, y eso que nunca se me pasó por la cabeza tal cosa (al principio, claro) porque, de hecho, la técnica utilizada es la misma que utilizan Richard Dawkins o Daniel Dennett, científicos ambos que rechazan la religión, cuando en sus conferencias describen a los ateos como “gente genial”, y dejan que sean sus oyentes los que lleguen al implícito corolario sobre la escasa inteligencia de quienes creen en Dios.

Llovía sobre mojado, porque a mediados de agosto leía un artículo (por cortesía de un amigo de facebook que me manifestó parecerle una tontería, como a mí) acerca de un estudio sobre la relación entre inteligencia y religiosidad que decía demostrar - y era el título del artículo -, que “Los creyentes son menos inteligentes que los ateos.”, ahí es nada; partiendo de la definición de la inteligencia como la capacidad de razonar, planear, resolver problemas, pensar de forma abstracta, comprender ideas complejas, aprender rápido y aprender de la experiencia, afirmaba que “las creencias religiosas son irracionales, sin ninguna base científica, imposibles de comprobar, y por tanto, poco atractivas para gente inteligente.” El caso es que su lectura me trajo a la memoria otro artículo, publicado en El Mundo hace unos años (abril de 2009), que llevaba por título “Dios: una red de neuronas”, acerca de otro trabajo “científico” que afirma que son las redes neuronales las que están detrás de la tendencia a la espiritualidad, y que un estudio había revelado que las zonas del cerebro que se activan con la fe religiosa son las mismas que empleamos para comprender las emociones, los sentimientos y pensamientos de los demás, y que ese “área religiosa” está en el lóbulo temporal y en el frontal. En su momento me hizo gracia, se me ocurrió pensar que si era así, estaríamos ante algo mensurable, susceptible de ser medido (no se si al peso, con un voltímetro…) y, por tanto, en la siguiente elección de un Papa podríamos prescindir del conclave y encargar a una comisión científica que evaluara la “religiosidad” de los posibles candidatos; tras leer la noticia sobre la vinculación entre religiosidad e inteligencia me hace menos gracia, claro, porque vinculando ambos estudios se puede llegar a la conclusión de que el desarrollo del área de la religiosidad en el cerebro sería como el desarrollo de una especie de tumor maligno que socava las facultades intelectivas.

Bromas aparte, no es nada nuevo, se trata de un planteamiento que se viene impulsando desde terminadas concepciones ideológicas (“cui prodest”, podríamos y deberíamos preguntarnos, aunque Gustavo Bueno habla de “panfilismo humanista” de los gobiernos), y que subyace en muchos contenidos que se ofrecen a través del cine, televisión, y medios de comunicación, que identifican la religión con el prejuicio, el atraso, con la resistencia al progreso, como lo opuesto a la ciencia y a la libertad.

Nada más alejado de la realidad, y como cristiano me causa perplejidad que se realicen semejantes afirmaciones cuando fue la Iglesia la que preservó el saber de los antiguos en sus abadías y monasterios, cuando el Renacimiento es imposible de entender al margen de la Iglesia Romana, cuando es un hecho que la Ilustración no se ha producido en ninguna parte del mundo sino en la Europa cristiana, y siendo como es interminable la relación de personajes históricos, católicos, que han sido decisivos en la revolución que ha supuesto la ciencia moderna; la ciencia astronómica nace con un clérigo católico, Nicolás Copérnico; el precursor de las grandes revoluciones representadas por las geometrías no euclidianas fue un jesuita, el padre Saccheri,; el padre de la revolución genética fue monje, agustino y católico, Gregorio Méndel; en los inicios de la teoría del Big Bang, está un sacerdote católico, Georges Lemaître; la lista sería interminable, Antoine Laovisier, Blaise Pascal, C.A. Coulomb, A. M. Ampere, Torricelli, Marconi, A. Volta., Louis Pasteur, John Von Neumann en investigación sobre computadoras, o Enrico Fermí y Edwing  Schrodinger en física; ¿es necesario seguir?. Hasta el concepto de sustancia material con locación no circunscriptiva que está en los principios de la teoría electromagnética y de la física cuántica, tiene su origen en la doctrina de la transustanciación de la Iglesia Católica. Afirma a este respecto el filosofo ateo materialista – y por tanto, fuera de toda sospecha - Gustavo Bueno, que la contribución de los científicos cristianos – “sin dejar de ser cristianos, más aun, siendo cristianos y por serlo” - que han ocupado la primera línea en la evolución de la ciencia moderna deja en completo ridículo esa visión, que desde la Ilustración, pero sobre todo a partir del siglo XIX, presenta al cristianismo, y en particular al catolicismo, como una corriente reaccionaria opuesta a la ciencia y la razón.

No, no solo no existe ninguna contradicción entre fe y razón, porque en el mundo real, en la vida cotidiana de millones de creyentes – también de muchos científicos -, fe y razón coexisten sin contradicción alguna, porque son facultades complementarias que se refuerzan mutuamente y que utilizamos para alcanzar la verdad, sino que, como señala el Papa Francisco en la encíclica (a cuatro manos, como él mismo dice) “Lumen Fidei” , “…la luz de la fe, unida a la verdad del amor, no es ajena al mundo material, porque el amor se vive siempre en cuerpo y alma; la luz de la fe es una luz encarnada, que procede de la vida luminosa de Jesús. Ilumina incluso la materia, confía en su ordenamiento, sabe que en ella se abre un camino de armonía y de comprensión cada vez más amplio. La mirada de la ciencia se beneficia así de la fe: ésta invita al científico a estar abierto a la realidad, en toda su riqueza inagotable. La fe despierta el sentido crítico, en cuanto que no permite que la investigación se conforme con sus fórmulas y la ayuda a darse cuenta de que la naturaleza no se reduce a ellas. Invitando a maravillarse ante el misterio  de la creación, la fe ensancha los horizontes de la razón para iluminar mejor el mundo que se presenta a los estudios de la ciencia.“

Para los científicos antes citados, como para otros muchos – imposibles de enumerar – que a lo largo del tiempo han dedicado su inteligencia y su esfuerzo a la ciencia, en la investigación y la enseñanza (y, por supuesto, también en las ciencias humanas y sociales), la fe no solo no ha significado una rémora de la razón, una limitación de su inteligencia, sino que, antes al bien al contrario, ha sido como otro ala, junto a la razón, (como decía Juan Pablo II en “Fides et ratio”)sobre las cuales el espíritu humano se eleva hacia la contemplación de la verdad”, lo que les ha permitido en muchas ocasiones ser revolucionarios en sus respectivos campos.

Pues eso, vamos dejarnos de falsas contraposiciones y antagonismos, de historietas pseudocientíficas y calificaciones absurdas, porque, como decía G. K. Chesterton, para entrar en una Iglesia no hace falta quitarse la cabeza, basta con quitarse el sombrero.

domingo, 21 de julio de 2013

Confortablemente adormecidos



La foto del encabezamiento (de National Geografic), muestra un cerdo después de darse un atracón en una tienda de alimentación en la población japonesa de Namie, abandonada tras el accidente de marzo de 2011 en la central nuclear de Fukushima; sestea, ahíto, tras haberse adueñado del comercio y darse cómodamente tan pantagruélico festín, ignorante de que, a pesar de ese aparente dominio, está condenado a muerte.

No se por qué, tal vez por esa satisfacción animal, por ese abandono suicida en el que yace el puerco, pero la imagen me ha traído a la memoria aquel pasaje del Evangelio de Marcos (5,1-12) en el que un espíritu impuro, que poseía a un hombre en la región de los gerasenos, y que respondía al nombre de Legión, porque eran muchos, pedía con insistencia a Jesús que no le expulsara de la región, al abismo, en el relato de Lucas, y termina suplicando (había una piara de cerdos cerca) “Envíanos a los cerdos para que entremos en ellos”.

¿No es cierto – como dice Fabrice Hadjadj en “La fe de los demonios” [sí, los demonios tiene fe, tan pétrea e inconmovible como su corazón; “se quién eres Tú”, le dicen a su paso] -  que es fácil reconocer en esa súplica desesperada la inclinación de algunas de nuestras propias peticiones? 

No es la oración de quien no tiene fe en Dios, de quien anda perdido por senderos, que son en realidad un laberinto, y que no llevan a ninguna parte, atendiendo a las voces de diferentes ídolos que le dicen “sígueme, fíate de mí”, sino la de quién habiendo recibido la fe, tal vez incluso, inicialmente, con alegría, se pierde hociqueando por esos mismos senderos, y termina suplicando como ese espíritu inmundo: 

Sí, mejor que estar contigo y seguirte por el camino del Calvario, envíanos a esos puercos, hay en ellos una santidad a nuestra medida, una vida al alcance del hocico, sonrosada, redonda, serena. Del misterio de Navidad nuestra piedad sólo quiere conocer el cálido establo. Ésa es la meta de nuestro viaje, oh compañeros de Ulises, gracias al hechizo de Circe más que a la oración de María, una gracia bastante grasa… Por tanto Señor es inútil que derramemos nuestra sangre, ¡no somos kasher! Déjanos cebarnos tranquilos. Y cubrir a nuestras cerdas en paz. Sabremos escrutar bien el suelo para la salvación de nuestro tocino. Sabremos encontrar en el fango un cielo suficiente y acogedor. Considera nuestra modestia, Hijo del Dios Altísimo. Preferimos la pocilga que nos reboza a tu alegría que hace llorar. La menor cochinada nos satisfará. No necesitamos tu hostia radiante: nos conformaremos con nuestras bellotas.”

o con cualquier basura que se nos ponga al alcance del hocico, que sacie nuestros apetitos animales, y nos ayude a quedarnos confortablemente adormecidos. ¡Ay! 

martes, 18 de junio de 2013

No matarás

Durante unas semanas hemos asistido a través de los medios de comunicación nacionales e internacionales, y de las redes sociales, a una disputa en torno al “caso Beatriz”, una joven de 22 años de El Salvador, embarazada de un niño con anancefalia, cuyo embarazo se presentó como de alto riesgo para la vida de la madre por tener una enfermedad renal y lupus, una enfermedad causada porque el sistema inmunitario ataca las células del propio organismo (aunque hay diferentes tipos y grados, y no es mortal), y que ha sido utilizada por el lobby abortista – utilizando su alto componente emotivo, una estrategia habitual - para presionar al gobierno de El Salvador para que autorizara y legalizara el aborto, y para agitar el debate pro-abortista en todo el mundo.

Por supuesto, como siempre en un debate sobre el aborto, sus defensores (abortistas, o “pro-elección”) empezaron a atacar a la Iglesia, objetivo prioritario de algunos que se autocalifican de modernos y de progresistas; algunos diciendo todo tipo de barbaridades, que la Iglesia quería matar a la mujer, que no le importa la vida de las personas, que los cristianos – católicos - son unos sádicos y unos hipócritas, etc.; otros afirmando, en defensa de la tolerancia, que ni la Iglesia ni los cristianos pueden decir nada sobre el aborto, y que lo contrario es una injerencia intolerable en lo público, y en la democracia, porque significa la pretensión de que se legisle desde la fe, y la imposición de una moral; y otros, en fin, defendiendo el aborto en este caso, desde una pretendida equidistancia entre lo que califican como dos movimientos extremos (pro-vida y pro-elección/abortistas), y así se manifestaba en un diario del pasado 7 de junio Juan Masía Clavel, teólogo, experto en bioética, y jesuita – aunque sus enseñanzas sobre bioética han sido desautorizadas por la Compañía de Jesús y por la Iglesia – al afirmar que “Si el aborto se define como una interrupción del embarazo injusta e injustificada, no toda interrupción del embarazo es aborto.”, y concluir a partir de esa premisa que en el “caso Beatriz” no diría que se permitía el aborto o se reconocía el derecho a abortar, “sino que había incluso obligación de hacerlo para proteger a la persona y, por eso, practicar la intervención terapeútica, que no debería llamarse moralmente aborto, sino interrupción justa y justificada del embarazo.”

En primer lugar, parece necesario volver a defender lo evidente, y es que los cristianos, como a los ateos, agnósticos y a cualquier ciudadano, cualquiera que sea la creencia o increencia que profese, y a la Iglesia Católica, como a cualquier partido u organización, les asiste el derecho de exponer y defender sus ideas públicamente, y eso no implica legislar desde la fe,  ni atentar contra la democracia ni lo público – salvo que se confunda con lo estatal -, sino al contrario, es ejercicio de libertad y de democracia.

Pero, además, hay que dejar claro que el aborto no es solo una cuestión religiosa, sino también y fundamentalmente un problema de civilización y de cultura (de la vida, o de la muerte); tal como señalaba el filósofo Julián Marías, “Creo que es un grave error plantear esta cuestión desde una perspectiva religiosa: se está difundiendo la actitud  que considera que para los cristianos (o acaso para los “católicos”) el aborto es reprobable con lo cual se supone que para los que no lo son puede ser aceptable y lícito. Pero la ilicitud del aborto nada tiene que ver con la fe religiosa, ni aun con la mera creencia en Dios; se funda en meras razones antropológicas, y en esta perspectiva hay que plantear la cuestión. Los cristianos pueden tener un par de razones más para rechazar el aborto; pueden pensar que además de un crimen es un pecado [y muy grave, quien procura el aborto, si este se produce, incurre en excomunión latae sententiae, es decir, ipso facto]. En el mundo en que vivimos hay que dejar esto – por importante que sea – en segundo lugar, y atenerse por lo pronto a lo que es válido para todos, sea cualquiera su religión o irreligión. Y pienso que la aceptación social del aborto es lo más grave moralmente que ha ocurrido, sin excepción, en el siglo XX.” Como afirmaba, en relación con el aborto, el jurista y filósofo turinés Norberto Bobbio, nada sospechoso de simpatía hacía el catolicismo “Me sorprende que los laicos dejen a los creyentes el privilegio y el honor de decir que no se debe matar.”

Y es que lo podemos edulcorar como queramos, pero al final el aborto significa lo que significa, y etimológicamente deriva de “ab-ortus”, que significa privar de nacimiento, y del verbo latino “aborior”, que significa también matar, por lo que abortar no significa otra cosa que matar a un ser humano, y por eso, por rigor intelectual, hay que rechazar esa terminología cargada de eufemismo, como “interrupción voluntaria del embarazo” (o su acrónimo IVE), porque es obvio que en el aborto se suprime una vida sin posibilidad de reanudarla; y por eso no se puede decir que es aborto cuando es injusto e injustificado, y no lo es si se trata de una interrupción justa y justificada del embarazo, alambicado razonamiento, el defendido por Masía Clavel, que incurre en un relativismo (ya sea desde el objetivismo ético, desde una ética teleológica o el consecuencialismo) en el que, en resumidas cuentas, el fin justifica los medios; que es inútil al efecto pretendido de evitar la petición del aborto libre como un derecho de la madre, porque esa reclamación es entre otras cosas un postulado de la ideología de género, no una simple reacción extrema contra el rechazo incondicional y sin excepciones al aborto de los movimientos pro-vida; y que es prescindible para resolver el caso que nos ocupa, que tiene otra solución acorde con la ética clásica.

El aborto directo es una de esas cuestiones que comprometen la vida de una persona, la del no nacido en primer lugar, y la de la madre, pero también a toda la sociedad, y por eso hay quien encuentra un buen fundamento para justificarlo en un caso límite como es el de peligro para la vida de la madre, pero no es necesario, como tampoco es necesario acudir a las creencias o a una ética religiosa, porque es posible acudir a unos principios éticos válidos con carácter general, que se justifican a partir de una concepción racional de la dignidad propia de la persona humana, y que si se cumplen dignifican al hombre y, por el contrario, si se conculcan, comprometen seriamente tal dignidad.

Desde este punto de vista ético o moral (las dos palabras tienen el mismo origen etimológico, aunque “Ética” suela identificarse con la ciencia filosófica  mientras que “moral” se identifica con éticas de origen religioso), la intervención médica para resolver el citado caso extremo, en el que hay un conflicto entre la vida de la madre y la del hijo que porta, es un supuesto típico de las denominadas “acciones de doble efecto”, es decir, aquellas de las que de una sola acción se siguen dos efectos, uno bueno y otro malo; la solución clásica enseña que, cuando de un acto que se lleva a cabo se originan un bien y un mal, para ejecutarlo se requiere que se den, al mismo tiempo, cuatro condiciones: que la acción sea buena, o al menos indiferente; que el fin que se persigue sea alcanzar el efecto bueno; que el efecto primero e inmediato que se sigue sea el bueno, y no el malo; y que exista causa proporcionalmente grave para actuar.

Desde este punto de vista, el aborto directo no es un recurso aceptable desde el punto de vista ético, pero una mujer embarazada en peligro de muerte puede emplear cualquier tratamiento médico para salvar su vida, siempre que la defunción del no-nacido no sea la finalidad primera ni sea el medio a través del cual la madre intenta preservar su existencia, tratamiento que sería permisible aun cuando como consecuencia de esas acciones médicas, dirigidas a tratar directamente la enfermedad, se produjera la muerte del no-nacido, que sería un accidente colateral a esas acciones médicas, y siempre que no hubiera otro tratamiento razonable que estuviera disponible.

Eso es lo que se ha hecho en el llamado “caso Beatriz”, y se ha acusado a quienes se opusieron al aborto directo y defendieron esa solución de hipócritas, porque al final se produjo la muerte del bebé, lo que no podía ser de otra forma dado que padecía anancefalia, pero es que, en mi opinión, si alguien no distingue entre morirse y que le den muerte, entre dejar que muera de forma natural y matarlo, tiene un problema.

No matarás significa justamente eso, no matarás.

domingo, 28 de abril de 2013

¿Objeción de conciencia?


Hace unas semanas era noticia una sentencia del Tribunal Superior de Justicia de Andalucía, la 419/2013 de 18 de febrero, que revocaba la sentencia de 23 de febrero de 2012 del Juzgado de lo Contencioso Administrativo nº1 de Málaga, y rechazaba el derecho a la objeción de conciencia planteada por una medico del Servicio Andaluz de Salud que, por motivos deontológicos, rechazaba implicarse en cualquier acto relacionado con la interrupción voluntaria del embarazo (aborto, para decirlo sin eufemismos), tanto en la fase consultiva, como en la preparatoria y en la ejecutiva, y entendía que la negativa de la Administración a su solicitud vulneraba su derecho a la objeción de conciencia consagrado por el art. 16 de la Constitución española (CE).

La citada sentencia, dentro de la línea de interpretación más dura y restrictiva de derechos fundamentales, dice que el derecho a la objeción de conciencia en relación con la interrupción del embarazo no es un derecho fundamental que quepa incardinar en el art. 16 CE [afirmación sorprendente cuando el Tribunal Constitucional, en la sentencia 53/85 de 11 de abril, lo declaró explícitamente como un verdadero derecho constitucional que forma parte del derecho a la libertad ideológica y religiosa del art. 16 CE, y que, por tanto, no requiere de un desarrollo legal para ser directamente aplicable], sino que, por el contrario, es objeto de regulación legal ordinaria a la que el interesado debe acogerse en cada caso concreto estando excluida la atención médica anterior y posterior a la intervención propia de la interrupción del embarazazo.” 

No puedo decir que me haya extrañado demasiado esta resolución. Ya me referí a la objeción de conciencia (en general) en este mismo blog, y advertía que el éxito de las garantías establecidas en los regímenes democráticos para garantizar ese derecho es difícil y precario porque – Pierluigi Chiassoni – “depende básicamente de dos factores, por un lado de la actitud cultural de los operadores jurídicos, y por otro de un poderoso trabajo de elaboración doctrinal y jurisprudencial concerniente a la determinación de las materias específicamente protegidas por el principio de libertad de conciencia.”, qué son materias moralmente sensibles, y ni la una ni la otra están a veces – en España, desde luego, no - a la altura de lo que tan solemnemente proclaman las Constituciones y la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea; y también en otra ocasión me referí específicamente a la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios, antes y después de la Ley Orgánica 2/2010, de 3 de marzo de salud sexual y reproductiva y de interrupción voluntaria del embarazo (la regulación ordinaria a la que se refiere la sentencia del TSJ andaluz), advirtiendo que, pese a lo positivo de que en esta ley se recogiera explícitamente (en su art. 19) ese derecho a la objeción de conciencia, su texto introducía muchos elementos de duda y conflicto que estaban siendo objeto de resoluciones contradictorias, [uno de ellos, precisamente, es  objeto de la resolución judicial que comentamos: qué debe entenderse por actos “directamente implicados en la interrupción voluntaria del embarazo”], y podía convertirse de hecho en una restricción del derecho frente a la situación anterior.

Así ha sucedido en este caso, con esta sentencia del TSJ de Andalucía que es, argumental y técnicamente, pobre, muy pobre.


Pero no se trata aquí de hacer un análisis desde el punto de vista jurídico de la sentencia, sino de dejar constancia de que encarna y reviste de ropaje jurídico una posición ideológica previa, y de que hace realidad el riesgo que ya se anticipaba de que el reconocimiento por ley de la objeción de conciencia en el ámbito del aborto deviniera, por la vía de la interpretación muy restrictiva de sus términos, tanto por una Administración tan ideológicamente a favor del aborto como alérgica a respetar los derechos de quienes en una materia tan sensible se oponen, como por el operador jurídico encargado de esa interpretación (en este caso el TSJ de Andalucía), en la denegación de ese derecho, y en la consecuente obligación del médico de participar en un acto que repugna a su conciencia –las labores de información sobre cómo se tramita un aborto, la entrega del sobre cerrado y la derivación, no son un mero trámite formal previo, sino el inicio del proceso de interrupción del embarazo-, o incurrir en desobediencia, con las sanciones y consecuencias de todo tipo que le puedan suponer. 

En Europa sí lo han tenido claro cuando, rechazando el informe de la diputada británica Christine McCafferty, que pretendía restringir la objeción de conciencia, en particular ante el aborto o la eutanasia, el Pleno de la Asamblea del Consejo de Europa aprobó, el 7 de octubre de 2010, la Resolución 1763 que defiende explícitamente el derecho a la objeción de conciencia de los profesionales sanitarios, al señalar que "ninguna persona, hospital o institución será coaccionada, culpada o discriminada por negarse a realizar, autorizar, participar o asistir a la práctica de un aborto, eutanasia o cualquier acto que cause la muerte de un feto humano o un embrión por cualquier razón." 

En España no está ocurriendo lo mismo, está claro, y ante nuestra evidente incapacidad para crear un cuerpo doctrinal y jurisprudencial coherente para delimitar lo que son materias moralmente sensibles (es increíble que se venga a decir que el servicio militar obligatorio lo es, porque se reconoce explícitamente en la Constitución, y el aborto no) y una “actitud cultural” de nuestros tribunales contraria a admitir el reconocimiento del derecho a la objeción de conciencia salvo que una ley – emanada del mismo poder que la impone - expresamente lo admita y regule, sería de desear que en la nueva regulación que se anuncia de la prestación sanitaria a la interrupción voluntaria del embarazo para acabar con la ley de plazos implantada por la ya citada LO 2/2010 no se limite a eso, sino que se actúe con cierta sensibilidad respecto a los profesionales sanitarios y se reconozca y regule con generosidad su derecho a la objeción de conciencia, eliminando las restricciones que algunas administraciones públicas, con la complicidad de algunos tribunales, están imponiendo a ese derecho fundamental. Es cuestión de sensibilidad y salud democráticas. 

Ya veremos. 

lunes, 8 de abril de 2013

One of us / Uno de nosotros



A veces un actor inesperado tiene una iniciativa inesperada, alejada a priori de su ideología y actividad, cuyo resultado da origen a la iniciativa de otros movimientos que, en principio, tal vez solo en principio, tienen poco que ver con él. Eso es lo que ha pasado con una iniciativa del movimiento ecologista Greenpeace, y con la iniciativa ciudadana “One of us”, que es oportuno reconocer, y dar a conocer, ahora que se acaba de celebrar, el pasado 6 de abril, el Día Internacional de la Vida.        

La iniciativa inesperada la protagonizó Greenpeace cuando consiguió del Bundespatentgericht (Tribunal Federal de patentes) la nulidad de una patente alemana relativa a células progenitoras neuronales, a sus procedimientos de producción a partir de células embrionarias, y a su utilización con fines terapéuticos. El titular de la patente recurrió al Bundesgerichtshof (Corte Federal de Justicia) que, antes de decidir, planteó ante el Tribunal de Justicia de la Unión Europea (TJUE) una serie de cuestiones prejudiciales a propósito de la interpretación del artículo 6.2.c) de la Directiva 98/44/CE del Parlamento Europeo y del Consejo, de 6 de julio de 1998, relativa a la producción jurídica de las invenciones biotecnológicas. Dicha petición dio lugar al asunto C-34/10, del que conoció la Gran Sala del TJUE, que dictó una sentencia histórica el 10 de octubre de 2011 – sentencia que pasó casi desapercibida para los medios, a pesar de su importancia e implicaciones – declarando, después de afirmar que “…el Derecho de patentes se ha de ejercer respetando los principios fundamentales que garantizan la dignidad y la integridad de las personas…”, que constituye un “embrión humano” todo óvulo humano a partir del estadio de la fecundación, que la exclusión de la patentabilidad en relación con la utilización de embriones humanos con fines industriales o comerciales del artículo 6.2.c) de la Directiva 98/44 también se refiere a la utilización con fines de investigación científica, pudiendo únicamente ser objeto de patente la utilización con fines terapéuticos o de diagnóstico que se aplica al embrión y que le es útil, y que el mismo precepto excluye la patentabilidad de una invención cuando la información técnica objeto de la solicitud de patente requiera la destrucción previa de embriones humanos o su utilización como materia prima, sea cual fuere el estadio en el que éstos se utilicen.      

La sentencia no puede ser más clara y contundente respecto a la dignidad y protección de la que es merecedor el ser humano desde el mismo momento de la fecundación, reconociendo que es uno de los nuestros.

No conozco las razones de Greenpeace, que no es un movimiento pro-vida, para actuar como actuó, y no creo que fuera su intención un reconocimiento tan explícito de la necesaria protección del embrión, pero cualesquiera que fueran, su resultado ha venido a dar razón a quienes – creyentes o no – pensamos que hay límites más allá de los cuales existe un serio riesgo de que la dignidad y la inviolabilidad de la vida humana sean subordinadas a criterios utilitaristas, que hay que rechazar esa mentalidad pragmática actual tan inclinada a aceptar cualquier medio para obtener el fin deseado, sobre todo cuando es algo tan deseable como el descubrimiento de una cura para enfermedades degenerativas, y que el diálogo entre ciencia y ética es de la mayor importancia para asegurar que los avances médicos no sean a un costo humano inaceptable, porque la destrucción de una vida humana no puede nunca justificarse en términos del beneficio que podría reportar a otra.

Como señalaba Benedicto XVI en su discurso en el Reichtag de Berlín el 22 de septiembre de 2011 – en una referencia a Los Verdes que, con humor, deseaba que no suscitara demasiadas polémicas ni se interpretara como un apoyo del Papa a ese partido político – “La importancia de la ecología es hoy indiscutible. Debemos escuchar el lenguaje de la naturaleza y responder a el coherentemente. Sin embargo, quisiera afrontar todavía seriamente un punto  que, tanto hoy como ayer, se ha olvidado demasiado: existe también la ecología del hombre. También el hombre posee una naturaleza que él debe respetar y que no puede manipular a su antojo arbitrariamente.”

La cuestión es que, a partir de dicha STJUE, y con base en el principio de coherencia que debe regir todo ordenamiento jurídico, se ha planteado una iniciativa ciudadana, “One of us”, registrada en la Comisión Europea el 11/05/2012 con el número ECI (2012) 000005 , que busca la recogida de un millón de firmas para instar a la Unión Europea a que realice los cambios legislativos necesarios para que el reconocimiento de la dignidad y protección del embrión humano se extienda a todos los ámbitos – no solo el de patentes - en los que tiene competencia la Unión, especialmente a la salud pública, la educación, la financiación de la investigación, y también para que la ayuda comunitaria al desarrollo no se utilice, como se viene haciendo, para financiar a organizaciones que practican o promueven el aborto. Como señala la  Web de esta Iniciativa Ciudadana, “One of us” , su objetivo es “…obtener el compromiso de la Unión en todos estos campos de no consentir ni financiar acciones que presupongan o favorezcan la destrucción de embriones humanos, así como de establecer los instrumentos adecuados de control sobre la utilización de los fondos concedidos con la finalidad de garantizar que éstos no son empleados para atentar contra la vida humana.”, un objetivo muy interesante y ambicioso.

Si crees que el fin no justifica los medios y que, como dice la STJUE,  los derechos (no solo el de patentes) se han de ejercer respetando los principios fundamentales que garantizan la dignidad y la integridad de las personas, puedes sumarte a esta iniciativa, firmarla y difundirla. “Así, y solo de esta manera – respetando esa “ecología del hombre” - se realiza la verdadera libertad humana.” 

Está en nuestra mano conseguirlo.

domingo, 31 de marzo de 2013

¡Feliz Pascua de Resurrección!





“Al día siguiente al sábado, todavía muy de mañana, llegaron al sepulcro llevando los aromas que habían preparado; y se encontraron con que la piedra había sido removida del sepulcro. Pero al entrar, no encontraron el cuerpo del Señor Jesús. Estaban desconcertadas por este motivo, cuando se les presentaron dos varones con vestidura refulgente. Como estaban llenas de temor y con los rostros inclinados hacia la tierra, ellos les dijeron:

- ¿Por qué  buscáis entre los muertos al que está vivo?
No está aquí, sino que ha resucitado”

(Lucas 24, 1-6)

¡Feliz Pascua de Resurrección!

domingo, 3 de marzo de 2013

Si es cuestión de valor...


Dice hoy en El Mundo Manuel Hidalgo en su columna que “Hay signos que indican la contradictoria realidad entre el alejamiento de los mandatos de la Iglesia Católica -incluso entre los creyentes - y una religación respecto a la religión romana y sus avatares, pues no es fácil prescindir de una promesa -el contrato de la fe- que tranquiliza a la inmensa mayoría frágil, con la ilusión no borrada de una vida eterna, frente al pavor de morir y desaparecer para siempre. Julián Barnes escribió en “Nada que temer” que el ateísmo es un elitismo, ya que pocos pueden prescindir del consuelo de un paraíso futuro y permanente que compense de los sinsabores de una vida efímera…”

¿Que el ateismo es un “elitismo” solo apto para valientes que pueden prescindir de la ilusión de una vida eterna, frente al “pavor de morir y desaparecer para siempre”?, no, no puedo estar de acuerdo porque, vamos a ver, ¿temor a qué puede sentir quien cree firmemente que no hay nada tras la muerte, que ésta es la aniquilación total?

Decía Sócrates, tras ser condenado a muerte, en el discurso que nos ha llegado a través de la apología de Platón (s. IV a.C.) que “La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de este lugar aquí a otro lugar. Si es una ausencia de sensación y un sueño como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa. …Si, en efecto, la muerte es algo así, digo que es una ganancia, pues la totalidad del tiempo no resulta ser más que una sola noche.” ¿Cómo sentir miedo de algo así? Si finalmente la muerte resultara ser la aniquilación total, una vez acontecida no seriamos nada, luego nada podremos sentir y, por tanto,  nada podemos temer, porque cuando ocurra no será más que esa sola noche. No, eso no requiere de ningún valor. Lo que exige de verdad valor es creer en las consecuencias eternas de nuestros actos aquí, en esta vida terrena.

Dice el columnista que pocos pueden prescindir del consuelo de un paraíso futuro y permanente que compense de los sinsabores de una vida efímera, pero ¿quién puede afirmar que tiene garantizado el fallo favorable en el Juicio Final, que tiene garantizado un sitio en ese paraíso?

Efectivamente, para quienes profesamos la fe cristiana existe la resurrección de la carne, y existe la justicia, y la revocación del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho, y por eso la fe en el Juicio Final es ante todo y sobre todo una esperanza, pero una esperanza que exige una responsabilidad aquí y ahora, y a lo largo de toda nuestra vida. Dios es justicia y crea justicia, y este es nuestro consuelo y nuestra esperanza, y en su justicia está también la gracia, pero – Spe Salvi. Benedicto XVI “Ambas – justicia y gracia – han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en esta tierra acabe por tener siempre igual valor. Contra ese tipo de cielo y de gracia ha protestado con razón, por ejemplo, Dostoëvskij en su novela Los Hermanos Karamazov. Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada.” Lo que profesa la fe cristina es precisamente que “Al morir cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna..” y que “todos los hombres comparecerán con sus cuerpos en el día del juicio ante el tribunal de Cristo, para dar cuenta de sus propias acciones” (CEC, p. 1051 y 1058), y asumir y profesar eso requiere valor, sabiendo que ser cristiano significa seguir a Cristo y eso significa tomar la cruz y subir con Él al Calvario, y que, como señalaba Santa Teresa, “Creer que (el Señor) admite a Su amistad a gente regalada y sin trabajos es disparate.”

No, creo que no hay nada de elitista en ser ateo, y por eso puedo decir, con palabras de Benedicto XVI (Roma 9 enero 2012), que “Lo que me llena de estupor no es la incredulidad sino la fe. Lo que me sorprende no es el ateo, sino el cristiano.” 

miércoles, 27 de febrero de 2013

#GraciasBenedictoXVI

Reproduzco a continuación, porque muchos no habréis tenido la oportunidad de leerlo, y merece la pena, el texto de la última audiencia general de Benedicto XVI, tal y como ha sido distribuida por el VIS (Servicio de información del Vaticano), con el texto íntegro de las palabras que ha dirigido a las miles de personas que se han congregado en la Plaza de San Pedro para darle testimonio de su cariño, y para despedirse.

Ciudad del Vaticano, 27 febrero 2013 (VIS).-Benedicto XVI ha celebrado hoy la última audiencia general de su pontificado. En la Plaza de San Pedro, abarrotada por decenas de miles de personas que querían saludarlo, el Pontífice,emocionado, ha dicho: “Gracias por haber venido en gran número a la última audiencia general de mi pontificado. Gracias, estoy verdaderamente conmovido. Y veo a la Iglesia viva. Pienso que tenemos que dar también las gracias al Creador por el buen tiempo que nos da, ahora, cuando todavía es invierno”.

Ofrecemos a continuación el texto integral pronunciado por el Santo Padre:

“Como el apóstol Pablo en el texto bíblico que hemos escuchado, yo también siento en mi corazón que ante todo tengo que dar gracias a Dios que guía a la Iglesia y la hace crecer, que siembra su Palabra y alimenta así la fe en su Pueblo. En este momento mi corazón se expande y abraza a la Iglesia extendida por todo el mundo, y doy gracias a Dios por las "noticias" que en estos años de ministerio petrino he recibido sobre la fe en el Señor Jesucristo, y sobre la caridad que circula realmente en el cuerpo de la Iglesia y hace que viva en el amor, y sobre la esperanza que nos abre y nos orienta hacia la plenitud de la vida, hacia la patria celestial”.

Siento que os llevo a todos conmigo en la oración, en un presente que es de Dios, en el que recojo cada uno de los encuentros, cada uno de los viajes, cada visita pastoral. Todo y todos reunidos en oración para confiarlos al Señor, porque tenemos pleno conocimiento de su voluntad, en toda sabiduría e inteligencia espiritual, y por qué nos comportamos de una manera digna de Él y de su amor, llevando fruto en toda buena obra.

En este momento, dentro de mí hay mucha confianza, porque sé, porque todos sabemos que la palabra de verdad del Evangelio es la fuerza de la Iglesia, es su vida. El Evangelio purifica y renueva, da fruto, en todo lugar donde la comunidad de los creyentes lo escucha y recibe la gracia de Dios en la verdad y en la caridad. Esta es mi confianza, esta es mi alegría.

Cuando, el 19 de abril de hace casi ocho años, acepté asumir el ministerio petrino, tenía esta firme certeza que siempre me ha acompañado ,esta certeza de la vida de la Iglesia, de la Palabra de Dios. En aquel momento, como ya he dicho varias veces, las palabras que resonaban en mi corazón eran: Señor, ¿ por qué me pides esto ? Y ¿que me pides? Es un gran peso el que colocas sobre mis hombros, pero si Tu me lo pides, con tu palabra, echaré las redes, seguro de que me guiarás, también con todas mis debilidades. Y ocho años después puedo decir que el Señor realmente me ha guiado, ha estado cerca de mí, he podido percibir su presencia todos los días. Ha sido un trozo de camino de la Iglesia, que ha tenido momentos de alegría y de luz, pero también momentos difíciles; me he sentido como San Pedro con los Apóstoles en la barca del lago de Galilea: el Señor nos ha dado muchos días de sol y de brisa ligera, días en que la pesca ha sido abundante; también ha habido momentos en que las aguas estaban agitadas y el viento contrario, como en toda la historia de la Iglesia, y el Señor parecía dormir. Pero siempre supe que en aquella barca estaba el Señor y siempre he sabido que la barca de la Iglesia no es mía, no es nuestra, sino que es suya. Y el Señor no deja que se hunda: es El quien conduce, ciertamente también a través de los hombres que ha elegido, porque así lo quiso. Esta ha sido una certeza que nada puede empañar. Y por eso hoy mi corazón está lleno de gratitud a Dios porque no ha dejado nunca que a su Iglesia entera y a mí, nos faltasen su consuelo, su luz, su amor.

Estamos en el Año de la fe, que he proclamado para fortalecer nuestra fe en Dios en un contexto que parece dejarlo cada vez más en segundo plano. Me gustaría invitar a todos a renovar la firme confianza en el Señor, a confiarnos como niños en los brazos de Dios, seguros de que esos brazos nos sostienen siempre y son lo que nos permiten caminar todos los días, también entre las fatigas. Me gustaría que cada uno se sintiera amado por ese Dios que ha dado a su Hijo por nosotros y nos ha mostrado su amor sin límites. Quisiera que cada uno de vosotros sintiera la alegría de ser cristiano. Hay una hermosa oración que se reza todas las mañanas y dice: "Te adoro, Dios mío, y te amo con todo mi corazón. Te doy gracias por haberme creado, hecho cristiano... " Sí, alegrémonos por el don de la fe; es el don más precioso, que ninguno puede quitarnos! Demos gracias al Señor por ello todos los días, con la oración y con una vida cristiana coherente. !Dios nos ama, pero espera que también nosotros lo amemos¡

Pero no es sólo a Dios, a quien quiero dar las gracias en este momento. Un Papa no está sólo en la guía de la barca de Pedro, aunque sea su principal responsabilidad, y yo no me he sentido nunca solo al llevar la alegría y el peso del ministerio petrino, el Señor me ha puesto al lado a tantas personas que, con generosidad y amor a Dios y a la Iglesia, me han ayudado y han estado cerca de mi. Ante todo. Vosotros, queridos hermanos cardenales: vuestra sabiduría y vuestros consejos, vuestra amistad han sido preciosos para mí. Mis colaboradores, empezando por mi Secretario de Estado, quien me ha acompañado fielmente en estos años; la Secretaría de Estado y toda la Curia Romana, así como a todos aquellos que, en diversos ámbitos, prestan su servicio a la Santa Sede: tantos rostros que no se muestran, que permanecen en la sombra, pero que en silencio, en su trabajo diario, con espíritu de fe y de humildad han sido para mí un apoyo seguro y confiable. Un recuerdo especial para la Iglesia de Roma, !mi diócesis! No puedo olvidar a los hermanos en el episcopado y en el sacerdocio, a las personas consagradas y a todo el Pueblo de Dios en las visitas pastorales, en los encuentros, en las audiencias, en los viajes, siempre he recibido mucha atención y un afecto profundo. Pero yo también os he querido, a todos y a cada uno de vosotros sin excepción, con la caridad pastoral, que es el corazón de cada pastor, especialmente del Obispo de Roma, del Sucesor del Apóstol Pedro. Todos los días he tenido a cada uno de vosotros en mis oraciones, con el corazón de un padre.

Querría que mi saludo y mi agradecimiento llegase a todos: el corazón de un Papa se extiende al mundo entero. Y me gustaría expresar mi gratitud al Cuerpo Diplomático acreditado ante la Santa Sede, que hace presente la gran familia de las Naciones. Aquí también pienso en todos los que trabajan para una buena comunicación y les doy las gracias por su importante servicio.

Ahora me gustaría dar las gracias de todo corazón a tanta gente de todo el mundo que en las últimas semanas me ha enviado pruebas conmovedoras de atención, amistad y oración. Sí, el Papa nunca está solo, ahora lo experimento de nuevo en un modo tan grande que toca el corazón. El Papa pertenece a todos y tantísimas personas se sienten muy cerca de él. Es cierto que recibo cartas de los grandes del mundo – de los Jefes de Estado, líderes religiosos, representantes del mundo de la cultura, etc.-. Pero también recibo muchas cartas de gente ordinaria que me escribe con sencillez, desde lo más profundo de su corazón y me hacen sentir su cariño, que nace de estar juntos con Cristo Jesús, en la Iglesia. Estas personas no me escriben como se escribe a un príncipe o a un gran personaje que uno no conoce. Me escriben como hermanos y hermanas, hijos e hijas, con un sentido del vínculo familiar muy cariñoso. Así, se puede sentir que es la Iglesia - no es una organización, no es una asociación con fines religiosos o humanitarios, sino un cuerpo vivo, una comunidad de hermanos y hermanas en el Cuerpo de Jesucristo, que nos une a todos. Experimentar la Iglesia de esta manera y casi poder tocar con las manos la fuerza de su verdad y de su amor es una fuente de alegría, en un tiempo en que muchos hablan de su decadencia. Y, sin embargo, vemos como la Iglesia hoy está viva.

En estos últimos meses, he sentido que mis fuerzas han disminuido, y he pedido a Dios con insistencia en la oración que me iluminase con su luz para que me hiciera tomar la decisión más justa no para mi bien, sino para el bien de la Iglesia. He dado este paso con plena conciencia de su gravedad y también de su novedad, pero con una profunda serenidad de ánimo. Amar a la Iglesia significa también tener el valor de tomar decisiones difíciles, sufridas, teniendo siempre delante el bien de la Iglesia y no el de uno mismo.

Permitid que vuelva una vez más al 19 de abril de 2005. La gravedad de la decisión reside precisamente en el hecho de que a partir de aquel momento yo estaba ocupado siempre y para siempre por el Señor. Siempre - quien asume el ministerio petrino ya no tiene ninguna privacidad-. Pertenece siempre y totalmente a todos, a toda la Iglesia. Su vida es, por así decirlo, totalmente carente de la dimensión privada. He podido experimentar, y lo experimento precisamente ahora, que uno recibe la propia vida cuando la da. Dije antes que mucha gente que ama al Señor ama también al Sucesor de San Pedro y le quieren; que el Papa tiene verdaderamente hermanos y hermanas, hijos e hijas en todo el mundo, y que él se siente seguro en el abrazo de su comunión, porque ya no se pertenece a sí mismo, pertenece a todos y todos le pertenecen.

El "siempre" es también un "para siempre" - no existe un volver al privado. Mi decisión de renunciar al ejercicio del ministerio activo, no lo revoca. No regreso a la vida privada, a una vida de viajes, reuniones, recepciones, conferencias, etc. No abandono la cruz, sigo de un nuevo modo junto al Señor Crucificado. No ostento la potestad del oficio para el gobierno de la Iglesia, sino que resto al servicio de la oración, por así decirlo, en el recinto de San Pedro. San Benito, cuyo nombre llevo como Papa, me servirá de gran ejemplo en esto. Él nos mostró el camino a una vida que, activa o pasiva, pertenece totalmente a la obra de Dios.

Doy las gracias a todos y cada uno, también por el respeto y la comprensión con la que habéis acogido esta decisión tan importante. Seguiré acompañando el camino de la Iglesia con la oración y la reflexión, con la dedicación al Señor y a su Esposa, que he tratado de vivir hasta ahora cada día y quisiera vivir siempre. Os pido que os acordéis de mí delante de Dios, y sobre todo que recéis por los Cardenales, llamados a un cometido tan importante, y por el nuevo Sucesor del Apóstol Pedro: el Señor le acompañe con la luz y el poder de su Espíritu.

Invoquemos la intercesión maternal de la Virgen María, Madre de Dios y de la Iglesia para que acompañe a cada uno de nosotros y toda la comunidad eclesial; a Ella nos encomendamos con profunda confianza.

¡Queridos amigos y amigas! Dios guía a su Iglesia, la sostiene siempre, y especialmente en tiempos difíciles. No perdamos nunca esta visión de fe, que es la única verdadera visión del camino de la Iglesia y del mundo. En nuestro corazón, en el corazón de cada uno de vosotros, haya siempre la gozosa certeza de que el Señor está a nuestro lado, no nos abandona, está cerca de nosotros y nos envuelve con su amor. ¡Gracias!”