miércoles, 19 de marzo de 2014

¡Feliz día de San José!


"Y tomé por abogado y señor al glorioso san José y me encomendé mucho a él. Vi claro que, tanto de esta necesidad como de otras mayores, de perder la fama y el alma, este padre y señor mío me libró mejor de lo que yo lo sabía pedir. No me acuerdo hasta hoy de haberle suplicado nada que no me lo haya concedido.
Es cosa que espanta las grandes mercedes que me ha hecho Dios por medio de este bienaventurado santo, y de los peligros de que me ha librado, así de cuerpo como de alma; que a otros santos parece que les dio el Señor gracia para socorrer en una necesidad; pero a este glorioso santo tengo experiencia de que socorre en todas, y quiere el Señor darnos a entender, que así como le estuvo sometido en la tierra, pues como tenía nombre de padre, siendo custodio, le podía mandar, así en el cielo hace cuanto le pide."
Santa Teresa de Jesús

domingo, 16 de marzo de 2014

Solo el amor....



Magnificent


Magnificent 
Magnificent 

I was born 

I was born to be with you 

In this space and time 

After that and ever after I haven’t had a clue 

Only to break rhyme 

This foolishness can leave a heart black and blue 



Only love, only love can leave such a mark 

But only love, only love can heal such a scar 



I was born , I was born to sing for you 

I didn’t have a choice but to lift you up

And sing whatever song you wanted me to

I give you back my voice 

From the womb my first cry, it was a joyful noise… 



Only love, only love can leave such a mark 

But only love, only love can heal such a scar 



Justified till we die, you and I will magnify 

The Magnificent 

Magnificent 



Only love, only love can leave such a mark 

But only love, only love unites our hearts 



Justified till we die, you and I will magnify 

The Magnificent 

Magnificent 

Magnificent

Leo que es una canción que compuso Bono pensando en el Magnificat, un cántico y una oración católica que encontramos en el Evangelio de Lucas, y que reproduce las palabras que pronunció la Virgen María al encontrarse con su prima Isabel…; no lo se, pero es posible, así le ha salido este pedazo de canción de amor y agradecimiento al Amor.

Yo nací, yo nací para cantar para ti
No tenía otra elección que exaltarte
Y cantar toda canción que quisieras
Te devuelvo mi voz
Desde el vientre materno mi primer llanto fue un ruido alegre

Sólo el amor, solo el amor puede dejar una marca semejante
Pero solo el amor, solo el amor puede curar tal cicatriz
Solo el amor, solo el amor puede unir nuestros corazones

Justificados hasta que muramos
Tu y yo magnificaremos
El Magnífico

Es buena, muy buena.



lunes, 10 de marzo de 2014

La Rosa Blanca



La escena precedente, que a mi me parece impresionante, y que hay que ver porque podría ser por sí sola el post, está extraída de la película “Sophie Scholl”, que es el nombre de una joven miembro de un grupo de resistencia contra el nazismo en Munich, la Rosa Blanca, cuyo propósito era la caída del Tercer Reich, y recoge el último interrogatorio, una vez que, ante las pruebas aplastantes en su contra, tiene que admitir los hechos que se le imputan, y da razón del por qué. El duelo dialéctico, el cruce de argumentos entre ambos personajes, escapan al supuesto concreto y al contexto histórico en el que se produce, bajo el régimen totalitario nacionalsocialista, y se proyecta a todos los tiempos y regímenes, incluidas nuestras modernas democracias.

Es difícil escoger un tema de entre todos los que tocan en esos minutos que dura la escena, pero hay varios que me llaman la atención por su vigencia y actualidad, que están relacionados, y a los que me refiero muy brevemente.

Por un lado la concepción de la ley del oficial de policía nazi, como garante del orden establecido, al margen de quién la dicte y de su moralidad intrínseca, una concepción que no difiere mucho de la que sostienen hoy muchos de nuestros democráticos dirigentes, como se pudo comprobar en épocas recientes con leyes sobre la educación, el aborto, o la investigación con células embrionarias, entre otras, ahora arropadas bajo el paraguas de la mayoría parlamentaria. Ya me he referido al positivismo en otras ocasiones, y al constructivismo (quien quiera puede pinchar en sus etiquetas en este blog), y solo voy a insistir en el peligro de concebir las leyes como medios al servicio del último fin político consistente en la conservación del Estado, considerado éste como la norma suprema de moralidad que hay que hacer y observar por  todos los medios; una concepción que siempre ha fracasado en sus intentos de aumentar la virtud y la felicidad por vía del Estado y ha surtido el efecto contrario, aumentando el dolor y debilitando o aniquilando las reservas morales de los individuos. Como señala Habermas, la legitimidad de una carta constitucional como presupuesto de la legalidad dimana de dos fuentes, de la participación política igualitaria de todos  los ciudadanos y de la forma razonable con la que se resuelven los contrastes políticos; y respecto a esta “forma razonable”, afirma, no puede limitarse a una lucha por conseguir mayorías aritméticas, sino que debe caracterizarse como “procedimiento argumental sensible a la verdad”, por difícil que pueda parecer en un mundo en el que la alergia al concepto de “verdad” y el relativismo se esgrimen como garantía de la democracia.

Por otro lado el odio de raza, que no plantea hoy, al menos en el plano teórico, mayores problemas; pero no ocurre lo mismo con otro tema al que se refiere – el gaseamiento de miles de niños por padecer deficiencias, en lo que fue el plan Aktion T4 -, que parte de los mismos principios que ese odio de raza, como es el rechazo del valor y dignidad de la vida humana y, consecuentemente, la posible determinación por el poder – plasmada en esas leyes positivistas, sean nazis o democráticas - de qué es un ser humano, y cuando puede o debe dejar de ser considerado como tal, por tratarse de vidas inútiles, sin valor, no dignas de ser vividas. No es difícil encontrar el paralelismo con planteamientos “modernos” sobre el aborto, la eutanasia y la eugenesia, a los que ya me he referido en otras ocasiones (quien quiera puede pinchar en las etiquetas al margen) y que no distan mucho de los esgrimidos por el oficial nazi, aunque ahora se esgriman la compasión, la libertad, y la legitimidad democráticas como argumentos.

Y finalmente Dios, lo molesto que resulta su simple mención para el oficial de policía nazi: “Dios, Dios no existe”, brama, y es normal, como es normal que tantos lo rechacen hoy como ayer y como siempre: Dios es molesto para algunas concepciones, como las que sostienen los puntos a que me he referido antes, y para algunas formas de vida.

Dice San Pablo (Hb 4,12-13) ”Ciertamente, la palabra de Dios es viva y eficaz, y más cortante que una espada de doble filo: entra hasta la división del alma y del espíritu, de las articulaciones y de la médula, y descubre los sentimientos y pensamientos del corazón. No hay ante ella criatura invisible, sino que todo está desnudo y patente a los ojos de Aquel a quien hemos de rendir cuenta” ¿cómo le va a gustar a nadie semejante perspectiva? Cuenta Scott Hann a este respecto que un alumno le espetó en clase “Creo que si Dios no existe, en cualquier caso tendríamos que inventarlo, y lo hicimos.”, a lo que le respondió “¿Sabes lo que te digo? Pues que si Dios existe, en cualquier caso inventaríamos el ateísmo. Y lo hemos hecho.” Si realmente los seres humanos hubiéramos tratado de inventarnos un dios, nunca habríamos inventado el Dios del cristianismo, porque es demasiado terrible y exigente. Nuestro Dios es todopoderoso, omnisciente, santísimo y omnipresente, de manera que no hay lugar, ni en el más remoto rincón de nuestra imaginación, en el que nos podamos esconder, y además es inmutable; y nos pide que seamos santos como Él. No, de inventarnos algo lo habríamos hecho a nuestra medida o, al menos, que fuera capaz de cambiar de opinión para ajustarlo a esa medida cuando fuera necesario, y así justificar nuestros actos. ¿Cómo no vamos a querer echar un velo sobre Dios para ocultarlo cuando, como el retrato de Dorian Grey, pone de manifiesto cuanto hay de podrido en nuestras almas?

Tal vez hoy no pasen por la guillotina a quienes se opones a tales ideas, al menos en Occidente nuestra delicada sensibilidad rechaza semejantes procedimientos con ejemplares humanos adultos (la jeringuilla es otra cosa, claro, más limpia, más aséptica y civilizada), pero se les acosa, denigra, ridiculiza y persigue, en nombre de la libertad.

Vamos a tener que volver a fundar la Rosa Blanca. 

domingo, 2 de marzo de 2014

Un proyecto, un diseño, un Arquitecto.

Esta pasada semana era noticia que un manuscrito que pasó desapercibido durante décadas demuestra que Einstein llegó a plantearse en 1931 la posibilidad de un modelo cósmico estacionario – es decir, que el Universo se expande de forma constante y eterna - como teoría alternativa al Big Bang, la gran explosión que dio origen al Universo, casi veinte años antes de que fuera defendida por primera vez ante la comunidad científica, aunque fue descartada por él mismo al descubrir un error en sus cálculos. Cómo fuera lo explicará la ciencia, pero ¿qué podemos pensar cuando observamos la existencia de esas reglas precisas a las que obedece la maravilla que es el Universo, la Creación entera?

Recordaba el Papa Francisco al finalizar la pasada Misa de la Epifanía del Señor, cómo Benedicto XVI comenta en su libro “La infancia de Jesús”, el episodio de la llegada a Belén de los Reyes Magos – siguiendo una estrella -, que fue la primera "manifestación" de Cristo a las gentes y signo de la apertura universal de la salvación; y añadía que esta fiesta nos permite ver un doble movimiento: por un lado, el movimiento de Dios hacia el mundo y, por otro, el movimiento de los hombres hacia Dios, impulsados ambos por una atracción mutua. Ese movimiento de Dios hacia los hombres se produce por medio de la Revelación, pero, además de la Revelación Divina, que se produce por etapas en lo que se llama la “economía de la salvación” (esto es, el conjunto de disposiciones divinas decididas en la eternidad y realizadas en el tiempo, a lo largo de toda la Historia de la humanidad, desde nuestros primeros padres hasta culminar en Jesús, para la salvación del hombre), Dios también se revela a los hombres mediante la razón natural, es decir, que el hombre puede intuir y conocer la existencia de Dios con certeza a partir de sus obras, a partir de la maravilla de la Creación.

Muchos filósofos intuyeron y afirmaron, ya desde muy antiguo, la existencia de una primera razón creadora que, además, debía de ser única, es decir, que el universo no podía ser producto de sí mismo, ni las leyes que lo rigen fruto del azar, ni nacer del caos, sino que debía existir una razón creadora, una razón superior, y a esa razón le llamaron “dios”. Hay un diseño, que obedece a un proyecto, y si hay un proyecto, debe haber un arquitecto. Podemos considerar la siguiente analogía que propone un apologista (Scott Hahn): vas andando por la playa y ves algo que brilla al sol. Te agachas, lo recoges, y observas que se trata de un pequeño objeto metálico, circular, que tiene un recubrimiento de cristal por una parte y emite un sonido rítmico, tic-tac, observas que tiene unas manecillas, y unos símbolos, y que en su interior hay ruedas dentadas, engranajes, tornillos… formando un conjunto unitario. ¿Qué es? ¿Cómo ha llegado a la existencia? Podría ser, eventualmente, el resultado de incontables olas al chocar con fuerza contra la orilla. Se produciría la erosión de las conchas, y su conversión en polvo. ¿No podría ese polvo convertirse luego, por la acción del viento, del calor, y de otras fuerzas naturales, en aquella particular configuración mecánica que se mueve con tanta precisión? ¿Puede el intelecto humano imaginar un proceso de este tipo? Imaginarlo sí, pero lo consideraremos poco plausible. Pues de modo similar, cuando se observa la Creación  se observa la evidencia de un diseño, de un proyecto, y el diseño apunta a un diseñador, a un arquitecto, a Dios.

Por supuesto la evidencia no es de tal calibre que debamos caer rendidos ante ella, como ante el resultado de una fórmula matemática que sea comprensible para nuestro entendimiento (el resultado de las que no lo son, si lo aceptamos, también es un acto de fe en quien nos lo enseña), no es de tal magnitud que impida nuestra libertad, de creer o no – sería más difícil que hubiera lugar para el amor, solo cabría la sumisión -, pero sí lo suficiente para que la Iglesia considere una herejía negar la posibilidad de una teología natural, como dejó muy claro el Concilio Vaticano I: “La Santa Madre Iglesia sostiene y enseña que Dios, origen y fin de todas las cosas, puede ser conocido con certeza a partir de la consideración de las cosas creadas, por la fuerza natural de la razón humana….Si alguien afirma que el único y verdadero Dios, nuestro Creador y Señor, no puede ser conocido con certeza a partir de las cosas que han sido creadas, por medio de la luz natural del entendimiento humano: sea anatema.”

No, no se trata de que la razón de creer pueda radicar en el hecho de que las verdades reveladas aparezcan como verdaderas e inteligibles a la sola luz de nuestra razón natural, pero sí de que hay motivos de credibilidad en forma de argumentos convergentes y convincentes que muestran que el asentimiento de la fe no es en modo alguno un movimiento ciego del espíritu, un salto en el vacío, algo absolutamente ajeno o contradictorio con nuestra razón, y la teología natural forma parte de esos argumentos.

Y, aunque ha habido, y hay, y seguirá habiendo quien lo hace, nadie puede afirmar en serio que “creer” es cosa propia del “hombre antiguo”, que formaba parte de sociedades primitivas que buscaban explicaciones mágicas a todo aquello que no comprendían, sociedades muy alejadas de los tiempos modernos, los propios del “hombre adulto”, orgulloso dueño de su razón, ¿o tendremos que calificar de primitivo e irracional a Albert Einstein (por citar un ejemplo), por afirmar que “el hombre encuentra a Dios detrás de cada puerta que la ciencia logra abrir”? ¿Verdad que no? Pues eso.