martes, 18 de junio de 2013

No matarás

Durante unas semanas hemos asistido a través de los medios de comunicación nacionales e internacionales, y de las redes sociales, a una disputa en torno al “caso Beatriz”, una joven de 22 años de El Salvador, embarazada de un niño con anancefalia, cuyo embarazo se presentó como de alto riesgo para la vida de la madre por tener una enfermedad renal y lupus, una enfermedad causada porque el sistema inmunitario ataca las células del propio organismo (aunque hay diferentes tipos y grados, y no es mortal), y que ha sido utilizada por el lobby abortista – utilizando su alto componente emotivo, una estrategia habitual - para presionar al gobierno de El Salvador para que autorizara y legalizara el aborto, y para agitar el debate pro-abortista en todo el mundo.

Por supuesto, como siempre en un debate sobre el aborto, sus defensores (abortistas, o “pro-elección”) empezaron a atacar a la Iglesia, objetivo prioritario de algunos que se autocalifican de modernos y de progresistas; algunos diciendo todo tipo de barbaridades, que la Iglesia quería matar a la mujer, que no le importa la vida de las personas, que los cristianos – católicos - son unos sádicos y unos hipócritas, etc.; otros afirmando, en defensa de la tolerancia, que ni la Iglesia ni los cristianos pueden decir nada sobre el aborto, y que lo contrario es una injerencia intolerable en lo público, y en la democracia, porque significa la pretensión de que se legisle desde la fe, y la imposición de una moral; y otros, en fin, defendiendo el aborto en este caso, desde una pretendida equidistancia entre lo que califican como dos movimientos extremos (pro-vida y pro-elección/abortistas), y así se manifestaba en un diario del pasado 7 de junio Juan Masía Clavel, teólogo, experto en bioética, y jesuita – aunque sus enseñanzas sobre bioética han sido desautorizadas por la Compañía de Jesús y por la Iglesia – al afirmar que “Si el aborto se define como una interrupción del embarazo injusta e injustificada, no toda interrupción del embarazo es aborto.”, y concluir a partir de esa premisa que en el “caso Beatriz” no diría que se permitía el aborto o se reconocía el derecho a abortar, “sino que había incluso obligación de hacerlo para proteger a la persona y, por eso, practicar la intervención terapeútica, que no debería llamarse moralmente aborto, sino interrupción justa y justificada del embarazo.”

En primer lugar, parece necesario volver a defender lo evidente, y es que los cristianos, como a los ateos, agnósticos y a cualquier ciudadano, cualquiera que sea la creencia o increencia que profese, y a la Iglesia Católica, como a cualquier partido u organización, les asiste el derecho de exponer y defender sus ideas públicamente, y eso no implica legislar desde la fe,  ni atentar contra la democracia ni lo público – salvo que se confunda con lo estatal -, sino al contrario, es ejercicio de libertad y de democracia.

Pero, además, hay que dejar claro que el aborto no es solo una cuestión religiosa, sino también y fundamentalmente un problema de civilización y de cultura (de la vida, o de la muerte); tal como señalaba el filósofo Julián Marías, “Creo que es un grave error plantear esta cuestión desde una perspectiva religiosa: se está difundiendo la actitud  que considera que para los cristianos (o acaso para los “católicos”) el aborto es reprobable con lo cual se supone que para los que no lo son puede ser aceptable y lícito. Pero la ilicitud del aborto nada tiene que ver con la fe religiosa, ni aun con la mera creencia en Dios; se funda en meras razones antropológicas, y en esta perspectiva hay que plantear la cuestión. Los cristianos pueden tener un par de razones más para rechazar el aborto; pueden pensar que además de un crimen es un pecado [y muy grave, quien procura el aborto, si este se produce, incurre en excomunión latae sententiae, es decir, ipso facto]. En el mundo en que vivimos hay que dejar esto – por importante que sea – en segundo lugar, y atenerse por lo pronto a lo que es válido para todos, sea cualquiera su religión o irreligión. Y pienso que la aceptación social del aborto es lo más grave moralmente que ha ocurrido, sin excepción, en el siglo XX.” Como afirmaba, en relación con el aborto, el jurista y filósofo turinés Norberto Bobbio, nada sospechoso de simpatía hacía el catolicismo “Me sorprende que los laicos dejen a los creyentes el privilegio y el honor de decir que no se debe matar.”

Y es que lo podemos edulcorar como queramos, pero al final el aborto significa lo que significa, y etimológicamente deriva de “ab-ortus”, que significa privar de nacimiento, y del verbo latino “aborior”, que significa también matar, por lo que abortar no significa otra cosa que matar a un ser humano, y por eso, por rigor intelectual, hay que rechazar esa terminología cargada de eufemismo, como “interrupción voluntaria del embarazo” (o su acrónimo IVE), porque es obvio que en el aborto se suprime una vida sin posibilidad de reanudarla; y por eso no se puede decir que es aborto cuando es injusto e injustificado, y no lo es si se trata de una interrupción justa y justificada del embarazo, alambicado razonamiento, el defendido por Masía Clavel, que incurre en un relativismo (ya sea desde el objetivismo ético, desde una ética teleológica o el consecuencialismo) en el que, en resumidas cuentas, el fin justifica los medios; que es inútil al efecto pretendido de evitar la petición del aborto libre como un derecho de la madre, porque esa reclamación es entre otras cosas un postulado de la ideología de género, no una simple reacción extrema contra el rechazo incondicional y sin excepciones al aborto de los movimientos pro-vida; y que es prescindible para resolver el caso que nos ocupa, que tiene otra solución acorde con la ética clásica.

El aborto directo es una de esas cuestiones que comprometen la vida de una persona, la del no nacido en primer lugar, y la de la madre, pero también a toda la sociedad, y por eso hay quien encuentra un buen fundamento para justificarlo en un caso límite como es el de peligro para la vida de la madre, pero no es necesario, como tampoco es necesario acudir a las creencias o a una ética religiosa, porque es posible acudir a unos principios éticos válidos con carácter general, que se justifican a partir de una concepción racional de la dignidad propia de la persona humana, y que si se cumplen dignifican al hombre y, por el contrario, si se conculcan, comprometen seriamente tal dignidad.

Desde este punto de vista ético o moral (las dos palabras tienen el mismo origen etimológico, aunque “Ética” suela identificarse con la ciencia filosófica  mientras que “moral” se identifica con éticas de origen religioso), la intervención médica para resolver el citado caso extremo, en el que hay un conflicto entre la vida de la madre y la del hijo que porta, es un supuesto típico de las denominadas “acciones de doble efecto”, es decir, aquellas de las que de una sola acción se siguen dos efectos, uno bueno y otro malo; la solución clásica enseña que, cuando de un acto que se lleva a cabo se originan un bien y un mal, para ejecutarlo se requiere que se den, al mismo tiempo, cuatro condiciones: que la acción sea buena, o al menos indiferente; que el fin que se persigue sea alcanzar el efecto bueno; que el efecto primero e inmediato que se sigue sea el bueno, y no el malo; y que exista causa proporcionalmente grave para actuar.

Desde este punto de vista, el aborto directo no es un recurso aceptable desde el punto de vista ético, pero una mujer embarazada en peligro de muerte puede emplear cualquier tratamiento médico para salvar su vida, siempre que la defunción del no-nacido no sea la finalidad primera ni sea el medio a través del cual la madre intenta preservar su existencia, tratamiento que sería permisible aun cuando como consecuencia de esas acciones médicas, dirigidas a tratar directamente la enfermedad, se produjera la muerte del no-nacido, que sería un accidente colateral a esas acciones médicas, y siempre que no hubiera otro tratamiento razonable que estuviera disponible.

Eso es lo que se ha hecho en el llamado “caso Beatriz”, y se ha acusado a quienes se opusieron al aborto directo y defendieron esa solución de hipócritas, porque al final se produjo la muerte del bebé, lo que no podía ser de otra forma dado que padecía anancefalia, pero es que, en mi opinión, si alguien no distingue entre morirse y que le den muerte, entre dejar que muera de forma natural y matarlo, tiene un problema.

No matarás significa justamente eso, no matarás.