domingo, 30 de noviembre de 2014

Algunas reacciones al discurso del Papa Francisco en el Parlamento Europeo



En el viaje de regreso de Estrasburgo, en donde pronunció sendos discursos ante el Parlamento Europeo y el Consejo de Europa el pasado 25 de noviembre, el Papa Francisco respondió a las preguntas de algunos periodistas que le acompañaban en el avión, y hay una que es significativa, y que reproduzco con la respuesta del Papa – con muchas gracia – a continuación: P. “Su Santidad ante el Parlamento Europeo ha pronunciado un discurso con palabras pastorales, pero que pueden sonar también como palabras políticas y pueden parecerse, en mi opinión, a un sentimiento socialdemócrata. Por ejemplo, cuando dice que hay que evitar que la fuerza real expresiva de los puebles sea removida por el poder de multinacionales. ¿Podríamos decir que Su Santidad es un papa socialdemócrata? R.“Sería reductivo. Me siento como en una colección de insectos: “Este es un insecto socialdemócrata…”. No, yo diría que no. No oso calificarme de uno u otro partido. Me atrevo a decir que lo que afirmo procede del Evangelio: es el mensaje del Evangelio, asumido por la Doctrina Social de la Iglesia. Concretamente en esa frase y en otras cosas – sociales o políticas – que he dicho, no me he separado de la Doctrina Social de la Iglesia. La Doctrina Social de la Iglesia viene del Evangelio y de la tradición cristiana. Lo que dije acerca de la identidad de los pueblos es un valor evangélico, ¿verdad? Y yo lo digo en este sentido. Pero la pregunta me hizo reír, ¡gracias!”

Y es significativa porque da cuenta de las reacciones que ese discurso ha suscitado en diversas personas, grupos y formaciones, que quieren hacer suyas – parcial e interesadamente, claro – algunas de las palabras del Papa; sin ir más lejos, Pablo Iglesias, líder de “Podemos”, tuiteaba durante el discurso: ”Qué dignidad podrá encontrar quien no tiene qué comer o el mínimo necesario para vivir o el trabajo que le otorga dignidad” Bien Bergoglio!”, o, “Ahora el papa se refiere a las multinacionales y poderes financieros que secuestran la democracia. El PP no acompaña nuestro aplauso.”; y ayer mismo, en un programa de debate de La Sexta, un catedrático que defendía el programa económico de Podemos, en solo unos minutos que lo estuve viendo, citó varias veces al Papa Francisco, en referencia a las palabras de ese discurso, como argumento de autoridad para defender su programa.

Pero ¿qué dijo el Papa para suscitar tales reacciones, y tan curiosos portavoces?

No voy a glosar ni a resumir el discurso, cuya lectura – fácil y breve - es muy interesante y aconsejable, y cuyo enlace he dejado al principio a tal fin; baste con decir, como el Papa respondió al periodista, que no es un discurso político ni cabe identificarlo con ningún partido, aunque pueda tener consecuencias - y sería deseable que así fuera - en ese y otros ámbitos, sino que es el mensaje del Evangelio y de la tradición cristiana recogido por la Doctrina Social de la Iglesia, una gran desconocida, incluso para muchos católicos.

Y es una lástima porque, como afirmaba el Papa Francisco el pasado 2 de octubre, en una reunión con los participantes en la Asamblea plenaria del Pontificio Consejo Justicia y Paz, que coincidía con el 5º aniversario de la publicación de la Encíclica de Benedicto XVI, ”Caritas in veritate”, - y aunque fuera en referencia a este documento – es clave para la evangelización de lo social, con valiosas orientaciones sobre la presencia de los católicos en la sociedad, las instituciones, la economía, las finanzas y la política, o para enfocar adecuadamente un fenómeno como el de la globalización (p.42), un hecho que no es a priori ni bueno ni malo, sino que será lo que hagamos con ella, porque si por un lado abre posibilidades de redistribución de la riqueza a escala planetaria, como nunca se ha visto antes, por otro lado, si se gestiona mal - como se está haciendo - puede incrementar la pobreza y la desigualdad, no solo entre unos países y otros, sino dentro de los mismos países considerados como más ricos, al exacerbar las diferencias entre los distintos grupos sociales, y crear nuevas desigualdades y pobrezas.

En esa misma reunión el Papa Francisco se refería a aspectos del sistema económico actual, como la explotación del desequilibrio internacional en los costes laborales, que además de afectar a la dignidad de los millones de personas que suministran la mano de obra barata, destruye empleo en aquellos países en los que el  trabajo está más protegido, lo que plantea el problema de crear mecanismos de tutela de los derechos laborales, y del medio ambiente, frente a una ideología consumista que no se siente responsable de una cosa ni otra, una ideología egoísta y hedonista que, como advertía Benedicto XVI en esa misma Encíclica (p.43), al olvidarse de los deberes que los derechos presuponen, convierten a estos en arbitrarios, apreciándose “con frecuencia una relación entre la reivindicación del derecho a lo superfluo, e incluso a la trasgresión y al vicio, en las sociedades opulentas, y la carencia de comida, agua potable, instrucción o cuidados sanitarios elementales en ciertas regiones del mundo subdesarrollado y también en la periferia de las grandes ciudades.”

A su vez, el crecimiento de la desigualdad y de la pobreza - advertía el Papa entonces, como en  este discurso ante el Parlamento europeo - ponen en peligro la democracia inclusiva y participativa, que siempre presupone una economía y un mercado que no excluya y que sea justo, por lo que se trata de superar las causas estructurales que lo provocan, siendo básicos para la inclusión social de los más necesitados, como señaló en su exhortación ”Evangelii gaudium”, la educación, el acceso a la atención sanitaria, y el trabajo para todos. Se trata de decir – como dice tan clara y tan firmemente el Papa en esa exhortación, y que tan duro sonará a tantos oídos acostumbrados a las consignas del liberalismo radical - no a una economía de la exclusión, no a la nueva idolatría del dinero, no a un dinero que gobierna en lugar de servir, y no a la inequidad que genera violencia (pp.53-60), porque “Ya no se trata simplemente del fenómeno de la explotación y de la opresión, sino de algo nuevo: con la exclusión queda afectada en su misma raíz la pertenencia a la sociedad en la que se vive, pues ya no se está en ella abajo, en la periferia, o sin poder, sino que se está fuera. Los excluidos no son «explotados» sino desechos, «sobrantes».”, advirtiendo de que “hasta que no se reviertan la exclusión y la inequidad dentro de una sociedad y entre los distintos pueblos será imposible erradicar la violencia. Se acusa de la violencia a los pobres y a los pueblos pobres pero, sin igualdad de oportunidades, las diversas formas de agresión y de guerra encontrarán un caldo de cultivo que tarde o temprano provocará su explosión. Cuando la sociedad —local, nacional o mundial— abandona en la periferia una parte de sí misma, no habrá programas políticos ni recursos policiales o de inteligencia que puedan asegurar indefinidamente la tranquilidad. Esto no sucede solamente porque la inequidad provoca la reacción violenta de los excluidos del sistema, sino porque el sistema social y económico es injusto en su raíz. Así como el bien tiende a comunicarse, el mal consentido, que es la injusticia, tiende a expandir su potencia dañina y a socavar silenciosamente las bases de cualquier sistema político y social por más sólido que parezca.”

En un sistema idolátrico del dinero, que defiende la autonomía absoluta de los mercados y la especulación financiera, mientras las ganancias de unos pocos crecen exponencialmente, las de la mayoría se quedan cada vez más lejos del bienestar de esa minoría feliz., y de ahí que nieguen el derecho de control de los Estados, encargados de velar por el bien común, y desprecien la ética y rechacen a Dios, que se consideran contraproducentes, porque relativizan el dinero y el poder, y condenan la manipulación y la degradación de la persona; porque “la ética lleva a un Dios que espera una respuesta comprometida que está fuera de las categorías del mercado. Para éstas, si son absolutizadas, Dios es incontrolable, inmanejable, incluso peligroso, por llamar al ser humano a su plena realización y a la independencia de cualquier tipo de esclavitud.”

No, no es un programa socialdemócrata, ni el programa de Podemos ni de ningún otro partido político, y tampoco es el “programa” del Papa Francisco, es Doctrina Social de la Iglesia, pura y dura, que requiere, frente a todos esos problemas y desafíos (y otros muchos más) que atañen al hombre y a toda la sociedad,  una respuesta de todos los cristianos – y de todos los hombres de buena voluntad - que sea conforme al Evangelio.

Merece la pena conocerla.

domingo, 23 de noviembre de 2014

A propósito de la postura de la Iglesia sobre el aborto.


Leo un post en un blog en el que se trata de poner de manifiesto la existencia de contradicciones en la Iglesia respecto del aborto a lo largo de la Historia, como si su postura actual – inequívocamente antiabortista - fuera una cuestión discutible y discutida, una opinión que puede cambiar en función de las circunstancias, como de hecho ya ha ocurrido, y no es así, o no por lo menos en el sentido que cabe inferir de ese post, en la línea de otros que se empeñan en mostrar una Iglesia atrincherada en la irracionalidad y el oscurantismo, enemiga de la ciencia y de la “luz de la razón”.

Nada más lejos de la realidad, y precisamente el aborto no es un tema para tal empeño.

A ver, si bien es cierto que en el Nuevo Testamento no hay una referencia explícita al aborto, de ahí no cabe interpretar que sea una cuestión abierta al debate, porque sí que existe un mandato divino muy claro, “no matarás”, que no dejó en los primeros tiempos del cristianismo ningún margen para la discusión, que solo se produce cuando la creciente comunidad cristiana transciende el ámbito cultural judío – en el que la unanimidad contraria a esa práctica obviaba toda discusión - y entra en contacto con la cultura greco-romana, en la que no solo es que estuviera difundido el aborto, que se fue incrementando en el tiempo con lo que llamaremos “relajación” de las costumbres (la patricias romanas abortaban con frecuencia, para vengarse de sus maridos, ocultar su infidelidad, o simplemente porque sí, porque un nuevo nacimiento no encajaba en, como diríamos hoy, “su proyecto vida” ), sino que se permitía el infanticidio.

En ese contexto los primeros autores cristianos lo tuvieron claro, y ya en la Didaché, un texto cristiano que podría ser anterior a algunos libros del Nuevo Testamento, se condena sin ambages ambas prácticas [“No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido”]; en parecidos términos se expresa la Epístola de Bernabé, compañero de San Pablo, de finales del siglo I, y la Epístola a Diogneto, un texto de alrededor del año 150 en el que su autor, anónimo, explica cómo son los cristianos, y dice que “Los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. [...] Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos, pero no exponen a los que les nacen” –no les matan-; o el Apologético de Tertuliano, de la segunda mitad del siglo II, que lo expone con claridad meridiana cuando afirma que “La ley que una vez nos prohíbe el homicidio, nos manda no descomponer en el vientre de la madre las primeras líneas con que la sangre dibuja la organización del hombre, que es anticipado homicidio impedir el nacimiento. No se diferencia matar al que ya nació y desbaratar al que se apareja para nacer, que también es hombre el que lo comienza á ser como fruto de aquella semilla.”

Pero claro, la cuestión que se planteó entonces – como hoy, aunque sin el conocimiento y los medios científicos de que hoy se dispone - es cuando el hombre comienza “a ser”, porque si solo “es” a partir de un determinado momento hasta entonces no habría un ser humano y ni siquiera se podría hablar propiamente de aborto, y ya a partir del siglo IV, mientras que hay quienes como Basilio el Grande y Gregorio de Nisa defienden la tesis de origen estoico de la animación simultánea en el mismo momento de la concepción, San Agustín venía a “admitir el aborto” al considerar que la animación del ser humano no era inmediata sino retardada, y ocho siglos después Santo Tomas de Aquino estuvo de acuerdo con él, expresando que el aborto no era homicidio a menos que el feto tuviera ya un alma, algo que en su opinión – siguiendo a Aristóteles - sucedía después de la concepción, porque el alma humana entraba en el feto en torno al día 40 u 80 según el feto fuera masculino o femenino, por lo que, como no era posible conocer el sexo hasta el parto, o el aborto, sólo se excomulgaba por abortos posteriores al día 80.

La discusión teológica se mantuvo abierta hasta que en 1869 Pío IX proclama la hominización inmediata a la concepción, según la cual el alma humana está presente desde el mismo de la concepción, opinión que se mantiene desde entonces, y que lo que implica es que el ser humano lo es desde ese mismo momento de la concepción, algo que – refiriéndose obviamente a la condición de ser humano, no a la presencia del alma – resulta que han venido a corroborar los avances científicos.

Y es que la ciencia ya ha respondido a la pregunta acerca de cuándo comienza la vida humana (no la “persona”, que es un concepto distinto, jurídico, y por tanto arbitrario, que permitiría con la mayoría necesaria legalizar el infanticidio, como en Roma), y a este respecto existe un virtual consenso: un ser vivo es aquél que ha iniciado su ciclo vital y aún no lo ha terminado, y cuyas partes forman un todo, y esa es la realidad del embrión: el ser humano empieza con el zigoto, resultado de la “fusión” de un óvulo y un espermatozoide, y el zigoto unicelular, en el día uno de la concepción, es ya un organismo único de la especie homo sapiens. Inmediatamente después de ser concebido empieza a producir enzimas y proteínas humanas y a dirigir su propio crecimiento y desarrollo. No se trata de una simple masa de células, simple tejido, o de un ser humano “potencial” o “posible”, sino de un ser humano, “una nueva, genéticamente única, recién existente, vida humana individual”, sin que la apariencia física del embrión juegue papel alguno en el debate, porque cada uno de nosotros hemos sido antes adolescente, niño, infante, feto, y embrión, y aunque en estos primeros estadios éramos particularmente vulnerables y dependientes, éramos sin duda seres humanos completos y distintos, como confirman los principales textos de embriología humana y biología del desarrollo; lo que cambia es el “formato” no la naturaleza, que es la misma, siendo una arbitrariedad cualquier línea divisoria que se quiera trazar en ese proceso evolutivo que separe lo que se presume humano de lo que no.

Creo que a la vista de esos argumentos científicos, incontestables, la cuestión de la postura personal de cada cual frente al aborto puede quedar perfectamente al margen de si profesa o no una religión – que nadie lo utilice como excusa para no posicionarse -, porque de lo que se trata es de si queremos proteger o no la vida de un ser humano, prohibiendo darle muerte, y que los católicos si acaso tenemos un argumento más para estar en contra del aborto, que es pecado, pero nada más (y nada menos); y, en cualquier caso, de lo que no me cabe duda es de que la postura de la Iglesia en relación con el aborto termina siendo a la postre mucho más conforme a la razón y a la ciencia que la postura de pro-abortistas o simples pro-elección, quienes lo que afirman sin rubor que un ser humano es o no es en función de la voluntad de un tercero, su madre; es decir, que si la madre quiere el feto es un ser humano merecedor de toda protección, y si no quiere, no lo es…. ¿y tiene esto alguna lógica? Pues que me lo expliquen.