jueves, 26 de marzo de 2015

Arsénico por compasión

El pasado día 21 de marzo se celebró el Día Mundial del Síndrome de Down, y este pasado fin de semana hubo diversos actos, carreras solidarias, etc. para celebrar un día que está en proceso de extinción, como aquellos que están afectados por este síndrome, sometidos a un genocidio silencioso mediante técnicas de detección precoz y aborto selectivo, sin olvidar las víctimas de una “medicina defensiva” más preocupada por evitar las reclamaciones judiciales que por salvar vidas, y que aplica la presunción de culpabilidad y condena a muerte ante cualquier atisbo de que un niño pudiera padecerlo, porque al fin y al cabo ¿quién se va a enterar, y a quién importa? La cuestión me trae a la memoria otro suceso reciente, la noticia que el pasado 15 de marzo publicaba algún medio de una polémica en Australia por la decisión de una pareja de abortar a su hijo en el séptimo mes de embarazo, en lo que más que un aborto podría calificarse de infanticidio, porque el niño presentaba una malformación en la mano izquierda, una discapacidad que, por supuesto, no ponía en riesgo la vida de la madre y para la que existen tratamientos quirúrgicos correctores; pero aunque así no fuera lo más difícil es entender la razón que dio para justificar tal decisión: la razón, como con los niños con síndrome de Down, era la compasión. La madre explicaba su decisión de abortar a su bebé en un conocido medio de comunicación australiano, Fairfax Media, afirmando que ella creció en China “con muchas personas que eran discapacitadas, y… había discriminación”, y que “no quería que mi hijo fuera discriminado. El problema es… obvio, porque está en los dedos, y pienso que el niño habría tenido una vida muy dura.”

La noticia está en la línea de una conversación, recogida por Fabrice Hadjadj en uno de sus libros [“Tenga usted éxito con su muerte”], con una chica que quiere abortar que, tiene el mismo trasfondo compasivo que el anterior, y que es muy ilustrativa:
“–Yo sería para él una madre demasiado mala, estaría resentida con él por haberme estropeado los estudios, me avergonzaría de estar resentida con él…prefiero sufrir yo en lugar de verlo sufrir a él. No quiero que sufra por no haber sido deseado. No quiero que sufra por mis reproches durante toda su vida.”
“– Podrías - replica mi mujer - dar en adopción a ese hijo, podría ser feliz en otra familia.”
“– De ninguna manera ¿Lo iba a llevar en mí nueve meses para darlo después? ¿Qué clase de madre sería? Saber que a mi hijo lo educan otros, ¡sería insoportable! Y pensando en él, ser adoptado no sería bueno para su equilibrio psíquico.”

Confiesa el autor que se quedaron sin habla ante tanta solicitud, como me quedé yo ante la muerte de un inocente para evitarle una hipotética discriminación y un futuro trauma infantil, y es que en esta “sociedad del crimen perfecto” ya no es necesario que un tirano imponga la muerte de los “imperfectos” por mor de una raza superior, lo hacemos nosotros solos, con nuestros propios hijos, por altruismo, por compasión, para evitarles sufrir. Como en “Arsénico por compasión”, una comedia disparatada en la que dos encantadoras ancianitas se dedican a acabar a base de arsénico con la vida de hombres solteros para evitar que sufran de soledad, a fuerza de ser caritativos y humanitarios hay a quien no le importa acabar con la vida de otro para evitar que sufra, como si la vida de quien tal cosa dispone estuviera libre de sufrimientos, y dan un paso voluntario al frente dispuestos a llevar sobre sí tal carga con tal de evitársela a su propio hijo.

Por supuesto habrá quien elimine a esos seres humanos por padecer real o presuntamente el Síndrome de Down, o cualquier otra afección o discapacidad, porque no son el producto perfecto y acabado que querían para sí, o simplemente por tener uno u otro sexo, como se ha defendido en Gran Bretaña desde un planteamiento que, hay que reconocer, es plenamente coherente con los postulados pro-choice: «Si las mujeres no son felices con el sexo de los hijos, pueden abortar (…). O aceptamos hasta el fondo cada elección de la madre, o no lo hacemos…No puedes ser pro choice, salvo cuando la elección no te gusta»; pero no, no me refiero ahora a quienes esgrimen este tipo de razones, sino a aquellos que sustentan su decisión en una virtud humana y cristiana tan maravillosa como es la compasión, una virtud que nace del amor al otro.

Decía Chesterton (Ortodoxia, Capt. III), que “la gente de hoy no es perversa; en cierto sentido aun pudiera decirse que es demasiado buena: está llena de absurdas virtudes supervivientes. Cuando alguna teoría religiosa es sacudida, como lo fue el cristianismo en la reforma, no solo los vicios quedan sueltos. Claro que los vicios quedan sueltos y vagan causando daños por todas partes; pero también quedan sueltas las virtudes, y estas vagan con mayor desorden y causan todavía mayores daños. Pudiéramos decir que el mundo moderno está poblado por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas. Y se han vuelo locas, de sentirse aisladas y de verse vagando solas.”

Pues parece claro que es eso precisamente lo que le ha pasado a la compasión, una virtud que despojada de su raíz, que es el amor, se desquicia, se vuelve loca, y como en esa comedia disparatada, “Arsénico por compasión” – siendo un disparate, pero no una comedia - termina convirtiéndose, no solo en un argumento para acabar con una vida ajena, sino, de cara a la sociedad, en causa de mayores daños que su al menos sincero y reconocible contrario.

sábado, 21 de marzo de 2015

Lo que un católico debe tener claro sobre la pena de muerte.


La Iglesia, coherente con su defensa de la vida humana desde su concepción hasta su muerte natural, como un don sagrado que es fruto de la acción creadora de Dios, y con la dignidad de la plena del ser humano en cuanto imagen de Dios, está en contra de la pena de muerte, por grave que haya sido el delito, y sea cual sea la repugnancia que nos pueda causar, es doctrina de la Iglesia, y así viene recogido en el Catecismo (p. 2267), que la acepta muy restrictivamente solo en aquellos supuestos en los que sea el único camino posible para defender del agresor injusto las vidas humanas, señalando en el mismo punto, con palabras del beato Juan Pablo II, que hoy, como consecuencia de las posibilidades que tiene el Estado para reprimir eficazmente el crimen, haciendo inofensivo a aquel que lo ha cometido sin quitarle definitivamente la posibilidad de redimirse, los casos en los que sea absolutamente necesario suprimir al reo “ suceden muy rara vez, si es que ya en realidad se dan algunos..”; así lo reiteró el Papa Benedicto XVI en numerosas ocasiones, apoyando iniciativas para abolir la pena de muerte en todo el mundo, y así lo ha vuelto a recordar recientemente el Papa Francisco en una audiencia concedida el pasado 20 de marzo a una delegación de la Comisión Internacional contra la pena de muerte. Y ha sido muy claro:

“Los Estados pueden matar por acción cuando aplican la pena de muerte, cuando llevan a sus pueblos a la guerra o cuando realizan ejecuciones extrajudiciales o sumarias. Pueden matar también por omisión, cuando no garantizan a sus pueblos el acceso a los medios esenciales para la vida... En algunas ocasiones es necesario repeler proporcionadamente una agresión en curso para evitar que un agresor cause un daño, y la necesidad de neutralizarlo puede conllevar su eliminación: es el caso de la legítima defensa. Sin embargo, los presupuestos de la legítima defensa personal no son aplicables al medio social, sin riesgo de tergiversación. Es que cuando se aplica la pena de muerte, se mata a personas no por agresiones actuales, sino por daños cometidos en el pasado. Se aplica, además, a personas cuya capacidad de dañar no es actual sino que ya ha sido neutralizada, y que se encuentran privadas de su libertad.”

“Hoy en día la pena de muerte es inadmisible, por cuanto grave haya sido el delito del condenado. Es una ofensa a la inviolabilidad de la vida y a la dignidad de la persona humana que contradice el designio de Dios sobre el hombre y la sociedad y su justicia misericordiosa, e impide cumplir con cualquier finalidad justa de las penas. No hace justicia a las víctimas, sino que fomenta la venganza. …Para un Estado de derecho, la pena de muerte representa un fracaso, porque lo obliga a matar en nombre de la justicia... Nunca se alcanzará la justicia dando muerte a un ser humano... Con la aplicación de la pena capital, se le niega al condenado la posibilidad de la reparación o enmienda del daño causado; la posibilidad de la confesión, por la que el hombre expresa su conversión interior; y de la contrición, pórtico del arrepentimiento y de la expiación, para llegar al encuentro con el amor misericordioso y sanador de Dios. Es, además, un recurso frecuente al que echan mano algunos regímenes totalitarios y grupos de fanáticos, para el exterminio de disidentes políticos, de minorías, y de todo sujeto etiquetado como ''peligroso'' o que puede ser percibido como una amenaza para su poder o para la consecución de sus fines. …La pena de muerte es contraria al sentido de la humanitas y a la misericordia divina, que debe ser modelo para la justicia de los hombres... Se debate en algunos lugares acerca del modo de matar, como si se tratara de encontrar el modo de “hacerlo bien”... Pero no hay forma humana de matar a otra persona''.

No, no hay ninguna forma humana de matar a otro ser humano, y es imperioso recordar a todo el mundo y tener muy claro – empezando por los mismos católicos, si quieren ser coherentes con la fe que profesan – que no hay razones hoy que obliguen hoy a recurrir a la pena de muerte para proteger a la sociedad, y que no solo se trata de ofrecer tiempo e incentivos para la reforma del culpable, que también, sino de garantizar el bienestar moral de las personas que de un modo u otro se pueden ver involucradas en el destino de los condenados a muerte, rechazando tanto el espíritu de venganza como la tentación de sucumbir a la desesperación ante los delitos y la fuerza del mal, y de tener presente, recordar y reafirmar la necesidad de un reconocimiento y un respeto universal de la dignidad inalienable de la vida humana, en su inconmensurable valor, como parte integral de su defensa de la vida de todos los hombres y mujeres, en cualquier fase de su desarrollo, desde concepción hasta a la muerte natural. Y ello no se refiere solo al aborto o a la eutanasia, sino que incluye la abolición universal de la pena capital.

Hay que tenerlo claro.