El pasado 13 de octubre de 2013 se celebró en Tarragona la ceremonia de
beatificación de 522 mártires de la Iglesia Católica, 522 personas
asesinadas – junto a otros muchos miles, algunos ya beatificados por la
Iglesia, otros en proceso, y otros muchos, los más, que lo son de todas formas
ante Dios – no por su ideología
política, no por pertenecer a uno u otro bando, sino por el simple hecho de ser
católicos y de dar testimonio, hasta el final, con su sangre, de su fe. Fueron
las víctimas de una persecución religiosa, que no fue la iniciativa aislada de
unos cuantos marxistas-estalinistas exaltados, fuera de todo control por causa
de la guerra civil, como a veces se ha querido presentar, sino que hunde sus
raíces en una política radical, de hostilidad abierta y declarada contra la Iglesia,
a la que se ve, incomprensiblemente, dice el Papa Pío XI en la Encíclica Dilectissima
nobis, como enemiga
del régimen republicano; una política que comienza con el “España ha dejado de ser católica”, proclamado por Don Manuel Azaña
ante la cámara constituyente de la II República el 13 de octubre de 1931, se
desarrolla a través de múltiples medidas legislativas contra la Iglesia
Católica, encaminadas a imposibilitar su mera existencia, y alcanza su
paroxismo durante la guerra civil, cuando el odio a la fe y el propósito
declarado de exterminar a la Iglesia se traducen en la matanza sistemática de
sacerdotes, seminaristas, religiosos y religiosas, y de laicos de cualquier
sexo, edad o condición, por el simple hecho de ser católicos.
“Pero es que tu padre era muy católico, y como era muy
católico había que matarlo”, le dijo un
miliciano a la hija de D. Francisco Martínez García, abogado, director de La
Verdad, catedrático y Alcalde (1926-1928) en Murcia; no había ninguna otra
razón, como para tantos otros miles de mártires, bastó solo eso para matarle, era muy católico.
Pues bien, vamos camino de un siglo desde que sucedieron esos
hechos y, por increíble que pueda parecer [no tanto en realidad, porque está
dicho que será así hasta el fin de los tiempos], hay quienes, instalados en una
ideología radical, como la joven autora del tuit que ilustra este párrafo – “miembra”
declarada de las Juventudes Comunistas, de signo marxista-leninista -, dicen añorar aquellos tiempos en los que “ayudaban a las curas a reunirse con su Dios”; ¿un desbarre de una joven
“logsetomizada”, como decía otro tuitero? No, no creo que tal manifestación sea
una simple pérdida momentánea de control (salvo, tal vez, el hecho de
expresarlo públicamente), y en ningún caso es inocente ir afirmando por ahí que
hay que matar a nadie (algunos lo entenderán mejor, en toda su magnitud, si
prueban a sustituir la palabra “curas”, por ejemplo, por la palabra
inmigrantes, negros, homosexuales, u otras), sino que responde a una
hostilidad anticatólica que existe, que tiene múltiples manifestaciones, y a la
que ya me referí en un post al hablar de los modernos
talibanes del laicismo radical.
Desde ese mismo laicismo radical – que es en
realidad, mayormente, puro y simple anticatolicismo – algunas entidades,
sindicatos, partidos políticos (Ateneu Republicà, Associació de Víctimes de la
repressió franquista a Tarragona, UGT y CCOO, ICV-EUiA, y las juventudes
del PSC), y algunas personas a título particular, impulsaron en Tarragona la
llamada Coordinadora para la Laicidad y
la Dignidad con el objetivo declarado de rechazar y boicotear la beatificación de los 522 mártires de la
Guerra Civil, considerando dicho acto como “un
insulto para los que perdieron a sus familiares y sufrieron represión durante
la dictadura franquista que contó con la bendición y el apoyo de la Iglesia”,
y que las beatificaciones suponen "un
acto político" que "ofenden,
discriminan y no contribuyen a superar las heridas todavía abiertas en nuestra
memoria histórica", calificándolo algunos como un acto fascista.
Vamos a ver, si bien la persecución y matanza de católicos fue indudablemente un acto
político, como lo ha sido siempre desde el tiempo de los romanos, pasando
por la Revolución Francesa, o las purgas estalinistas, la beatificación por la Iglesia de aquellos que mueren por causa de su
fe no es, de ninguna manera, un acto político, ni un atentado contra la
laicidad del Estado, ni mucho menos – ¡qué forma de desbarrar! - un acto de exaltación fascista, a menos
que se conciba a la Iglesia como un actor político, que ni lo es, ni lo debe
ser, que se confunda la sana laicidad del Estado con el laicismo (la diferencia
es radical), o que se confunda a la Iglesia con uno de los bandos de la guerra
civil, que tampoco, aunque, sinceramente, tampoco puede extrañar que si en uno
de los bandos se dedicaban a matar a sacerdotes, religiosos y laicos católicos
sistemáticamente, por miles, los que pudieran intentaran pasarse al otro lado.
No, no tiene nada que ver con la política: “Firmes y valientes testigos de la fe”,
no de ninguna bandería política, era el
lema de la ceremonia de beatificación. Como señalaba en la homilía de
beatificación el Cardenal Amato, hay que recordar “de antemano que los mártires no
fueron caídos de la guerra civil, sino víctimas de una radical persecución
religiosa, que se proponía el exterminio programado de la Iglesia. Estos
hermanos y hermanas nuestros no eran combatientes, no tenían armas, no se
encontraban en el frente, no apoyaban a ningún partido, no eran provocadores.
Eran hombres y mujeres pacíficos. Fueron matados por odio a la fe, solo porque
eran católicos, porque eran sacerdotes, porque eran seminaristas, porque
eran religiosos, porque eran religiosas, porque creían en Dios, porque tenían a
Jesús como único tesoro, más querido que la propia vida. No odiaban a nadie,
amaban a todos, hacían el bien a todos. Su apostolado era la catequesis en las
parroquias, la enseñanza en las escuelas, el cuidado de los enfermos, la
caridad con los pobres, la asistencia a los ancianos y a los marginados. A la
atrocidad de los perseguidores, no respondieron con la rebelión o con las
armas, sino con la mansedumbre de los fuertes….Ahora planteémonos una pregunta:
¿por qué la Iglesia beatifica a estos
mártires? La respuesta es sencilla:
la Iglesia no quiere olvidar a estos sus hijos valientes. La Iglesia los
honra con culto público, para que su intercesión obtenga del Señor una lluvia
beneficiosa de gracias espirituales y temporales en toda España. La Iglesia, casa del perdón, no busca
culpables. Quiere glorificar a estos testigos heroicos del evangelio de la
caridad, porque merecen admiración e imitación. La celebración de hoy quiere
una vez más gritar fuertemente al mundo, que la humanidad necesita paz,
fraternidad, concordia. Nada puede justificar la guerra, el odio fratricida, la
muerte del prójimo. Con su caridad, los mártires se opusieron al furor del
mal, como un potente muro se opone a la violencia monstruosa de un tsunami. Con
su mansedumbre los mártires desactivaron las armas micidiales de los tiranos y
de los verdugos, venciendo al mal con el bien. Ellos son los profetas siempre
actuales de la paz en la tierra.”
¿Que quieren que les diga?, entre el mensaje
de odio y rencor de esa Coordinadora, y de quienes la integran o coinciden con
sus planteamientos, o el de esa joven comunista tuitera, igual a tantos
otros/as que proliferan por las redes sociales, o al de tantos otros que desde
sus tribunas (radio, televisión, diarios…) alientan sin reparo el sentimiento
anticatólico, y el mensaje de paz, fraternidad y concordia de la Iglesia…, como
dice el historiador Santiago Mata, autor del Libro “Holocausto católico”, los mártires del siglo XX son “la mejor
medicina contra el rencor”, dándonos una lección de perdón.
Pues eso, cuesta, y mucho, pero yo me quedo
con esta lección.