“Ponte una corona, haz una libación a la estupidez y ataca a tu rival denodadamente" [Demóstenes]
Constata Aristóteles en su “Política” la existencia de múltiples regímenes políticos, la admisión general de los principios de igualdad y justicia, y las diferentes concepciones sobre como se han de llevar a la práctica esos principios; a partir de ahí examina los diferentes regímenes en relación a su estabilidad y respeto a los principios de igualdad y justicia, cuales son la causa de las sublevaciones, sea contra el régimen o contra quienes lo administran, y la forma de salvarlos.
Pues bien, entre las causas de las revueltas, cita el engreimiento y el afán de lucro y de dominio, y también el miedo, pues “por miedo se rebelan quienes han cometido daño, teniendo que pagar su pena, y los que van a sufrirlo, queriendo salirle al paso antes de recibirlo, igual que en Rodas se coaligaron los más notables contra el pueblo, por los juicios que se iban a llevar contra ellos.”, actuando los agitadores políticos “…unas veces con la violencia y otras veces con el engaño: con la violencia, forzando el cambio inmediatamente, desde el principio o más tarde; y en cuanto al engaño, también es doble. Pues a veces, embaucando a los ciudadanos, primero les hacen cambiar el régimen de buen grado y luego les someten por la fuerza en contra de su voluntad...”. Y advierte del peligro que para la estabilidad de una democracia supone “…la falta de escrúpulos de los demagogos…Pues unas veces, por agradar al pueblo, perjudicando a los principales favorecen su unión, repartiendo sus fortunas o sus ingresos mediante los impuestos, y otras levantando calumnias para poder confiscar las propiedades de los ricos…aspirando a la tiranía … contando con el respaldo del pueblo, y ese respaldo era su odio contra los ricos.”, señalando que ”…los aspirantes con su demagogia llegan hasta el extremo de decir que el pueblo es señor incluso de las leyes.”, lo que se refiere tanto a su elaboración como a su aplicación.
Es una enseñanza sencilla, plenamente actual, que conviene no olvidar porque están en juego la democracia y la libertad. Y es que nuestra sociedad es más poblada y compleja que la de Aristóteles, pero la actuación, métodos y motivaciones de agitadores y demagogos siguen siendo sustancialmente iguales, y no es difícil reconocer la soberbia, o el afán de dominio o lucro, o el miedo incluso, detrás de quienes “en la idea de que son desiguales tratan de destacar más, pues el “más” supone desigualdad” y, amparándose en “razones” territoriales, lingüísticas o históricas, e incluso de “legitimidad” política y/o ideológica, agitan a las masas – incluso desde parcelas del poder - justificando la insumisión frente a leyes, o frente a los tribunales que han de aplicarlas.
Dice también Aristóteles que “…si tenemos aquello por lo que se corrompen los sistemas políticos, tenemos aquellos también por lo que se salvan…”, que son los principios contrarios, y por ello afirma que ante todo “…hay que vigilar que no se infrinjan las leyes y sobre todo cuidar lo de escasa importancia, pues la ilegalidad se introduce subrepticiamente...”.
No importa que hayan pasado 24 siglos. Hoy como entonces es necesaria una “razonable sensibilidad a la verdad” [al menos, como decía Habermas] para la elaboración de las leyes, que procure la justicia y que evite su utilización como instrumento de poder para imponer las propias concepciones (una manifestación muy actual es el constructivismo jurídico-sociológico) o intereses; y sobre todo hay que evitar que nadie pueda erigirse en “señor de las leyes”, garantizando su aplicación por tribunales independientes, a todos sin excepción, como garantía de supervivencia de una auténtica democracia.