jueves, 30 de octubre de 2014

El profeta de la nada

Hace poco leía en un artículo que hace un par de siglos escribió Larra: "Ha llegado un amigo mío de París, con la noticia de que Dios no existe, cosa que sabe de allí de muy buena tinta", y sus palabras, que me suenan tan actuales hoy como ayer – y es que no hay nada nuevo, salvo el ropaje científico-tecnicista, si acaso más complejo hoy que entonces, con el que se quiere presentar tal noticia - me han venido a la cabeza después de oír algunas intervenciones del Sr. Richard Dawkins, etólogo, zoólogo, evolucionista darwiniano, y predicador ateo; un debate en la Universidad de Oxford con Mr. Roban Williams, Arzobispo de Canterbury (bastante decepcionante, la verdad, tal vez porque la corriente que represente del anglicanismo a fuerza de intentar acomodarse al mundo para ser aceptado ya no sabe exactamente dónde está), otro, más interesante y con mas enjundia, aunque el foro no sea tan elegante, un programa de la televisión australiana, con el cardenal de la Iglesia católica George Pell, y alguna que otra intervención en programas, concentraciones, etc., porque la verdad es que el Sr. Dawkins es mediáticamente muy activista y prolífico, como el Sr. Hawkings, al que ya me he referido en otras post, como Los Reyes Magos contra Hawking, a propósito de un titular en El Mundo, y en No hay más dios que la ciencia, y Hawking es su profeta.

Los argumentos que le he oído - solo voy a referirme a algunos, otro empeño sería largo y tedioso –, tienen en muchos casos poco de científicos, porque se refieren a cuestiones que no pueden tener respuesta desde la ciencia, y la verdad es que no me valen.

No me vale el argumento de que la vastedad del Universo hace extraordinariamente improbable que seamos la única forma de vida evolucionada, para llegar a la conclusión de que “no somos el ombligo del Universo, en un paraíso planetario diseñado para nosotros por un creador.”, es decir, que Dios no existe. Es una idea que puede ciertamente afectar a los creacionistas, y hacer las delicias de los ufólogos, pero a mí como católico no me afecta, porque tengo claro que no tienen nada que ver una cosa y otra, que si existen o no otros planetas o universos, que es un campo propio de la ciencia, no tiene nada que ver con la existencia o no de Dios, que escapa a ella; y eso no es algo que haya tenido que aceptar a la fuerza por el desarrollo de la ciencia, porque si de la insignificancia de la tierra en el universo se trata, ya en el “Almagest”, un tratado astronomía muy conocido y usado durante la Edad Media, se afirmaba que “la tierra, comparada con las distancia de las estrellas fijas, no tiene una magnitud apreciable y debe ser tratada como un punto matemático”, y nadie pensó nunca que tuviera la menor relación con las cuestiones religiosas, como tampoco la tendría el descubrimiento de vida en otros planetas, si alguna vez se descubriera. Lo siento, pero no me vale.

No me vale que oponga como argumento a lo que simbólicamente expresa el Antiguo Testamento en el Génesis, cuando presenta la obra del Creador como una secuencia de seis días de trabajo, el conocimiento científico de que el desarrollo del Cosmos y del mundo se ha producido a los largo de miles de millones de años, porque, sencillamente, me parece un argumento infantil, como no me vale la idea de que la teoría de la evolución de Darwin explica la existencia de todo el mundo animado, y la nuestra como seres humanos, sin necesidad de acudir a un Dios creador, porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan en ese proceso de millones de años, y no puede excluir en absoluto la existencia de Dios. Lo siento, pero no me vale.

No me vale el argumento de que sea posible ser bueno al margen de la religión – se refiere al hecho religioso en general, sin distinguir entre unas y otras –, y de que virtudes como la generosidad, la humildad, la bondad, etc., no solo no son exclusivas de los cristianos, sino que los hay que no las tienen, y de ahí concluya que la religión es innecesaria y que Dios no existe, porque es un razonamiento falaz; y no solo porque el argumento no sirve a tales efectos – en todo caso se estaría planteado la utilidad instrumental de la religión para la implantación en la sociedad de ciertos valores cívicos, y la existencia o no de Dios no depende de ello -, sino porque si bien el cristianismo no es un código ético-cívico, sí que es evidente que se siguen graves consecuencia morales, éticas, y también cívicas, del mandato de amar a Dios y al prójimo si se entiende con toda su completitud y radicalidad, mientras que el ateísmo no aporta nada a tales efectos, salvo la falta de referencia alguna al margen de lo que en cada caso y tiempo digan las leyes o las costumbres, por bárbaras que sean, y porque en definitiva lo que se reprocha no son esas virtudes, que se reconocen como buenas, sino su infracción por los cristianos, descubriendo a todo esto el Mediterráneo, que somos pecadores. Ya, ya lo sabemos, como sabemos que “hay últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos” (Lucas 13,30), y que al atardecer de la vida – San Juan de la Cruz nos examinarán del amor, y eso vale para todos. Lo siento, pero no me vale.

No me vale el argumento – lanzado como soflama en una concentración, y repetido en un debate -  de que si la Iglesia contabiliza como católicos a todos los que están bautizados, debe también admitir que Hitler era católico, porque fue bautizado como tal, de dónde viene a extraer la conclusión no solo de que no era ateo sino católico, sino de que habría actuado como tal al asesinar en serie a millones de personas, discapacitados y judíos principalmente; Richard, Richard…., hasta Ud. debe darse cuenta, porque tonto no es, de que es un argumento falaz, insostenible desde el punto de vista puramente lógico–formal, por no hablar desde el puro sentido común. Lo siento, pero no me vale.

Dawkins, al igual que Hawking, sería otro profeta, pero yo lo calificaría como el profeta de “la nada”, y no solo porque sostenga, aunque reconozca su incapacidad para explicarlo, que el mundo, el Universo entero se creó por sí solo de la nada a partir del Big-Bang (aunque su concepto de “nada” es bastante curioso, porque reconoce que incluye al menos moléculas, fuerzas electromagnéticas, y el vacío, que por sí solo ya es algo), sino porque lo que subyace en su pensamiento es un vacío que intenta disfrazar con un lenguaje científico, una “nada” que, como una especie de gnosticismo cientifista, estaría al alcance – sin atisbar siquiera en realidad, aunque con una fe pétrea en que lo conseguirán, como él mismo reconoce – de unos pocos elegidos, una elite contada de súper-científicos “conocedores” de la verdad, mientras que los demás, pobres mortales ingenuos que seguimos pensando que la nada significa eso precisamente, nada, deberíamos asentir por la fe a la propuesta omnicomprensiva del mundo y del hombre que él nos hace desde lo que dice que es la ciencia, y que excluye por completo a Dios.

Lo siento pero no me vale, desde un punto de vista racional, no me vale, y como decía hace unos años Benedicto XVI, “No debemos dejar que nos limiten la mente con teorías que siempre llegan solo hasta cierto punto y que, si nos fijamos bien, no están en competencia con la fe, pero no pueden explicar el sentido último de la realidad”. 

La verdad – incluida la científica, siempre que no desbarre y salga fuera de lo que es el objeto de su estudio – no puede contradecir a la Verdad.

domingo, 5 de octubre de 2014

No hay más dios que la ciencia, y Hawking es su profeta


Por favor, que nadie vea nada irrespetuoso contra Hawking en el título de esta entrada, vaya por delante mi respeto hacia su persona y hacia su trabajo científico, pero es que no deja de llamar la atención el ateismo militante de algunos científicos – Richard Dawkins también estaría entre ellos -, a los que la palabra Dios es que no se les cae de la boca, y porfían con ocasión o sin ella, aprovechando cualquier oportunidad  para hacer profesión de su fe, tanto en la ciencia como en su rechazo de la existencia de Dios. ¡Ay, si los cristianos hiciéramos lo mismo! En realidad están obsesionados con Dios, y hablan más de Él que la mayoría de las personas que, inmersas en un ateismo práctico, simplemente viven y se comportan al margen de Dios, como si no existiera, y más que buena parte de los cristianos, la mayoría diría yo, para quienes la palabra apostolado parece constreñirse a los Apóstoles y, si a caso, a los curas.

El tema es que durante varios días se ha celebrado en Tenerife el Festival Starmus, un encuentro de divulgación científica al que han acudido científicos de primer nivel para acercar la investigación a la sociedad, explicando de forma accesible conceptos científicos de vanguardia en el campo de la Astronomía, y en el que una de las estrellas invitadas fue Stephen Hawking que, como cualquier estrella que se precie, no tenía por qué sujetarse el guión previsto para el debate y, por supuesto, y aunque no venía a cuento, no se privó de hablar de algunos de sus temas recurrentes, como la inexistencia de Dios, y de su anti-religiosidad, por diferentes razones que lanzó como una andanada.

El aperitivo empezó antes de que comenzara el festival, en una entrevista que publicaba El Mundo el pasado 21 de septiembre, en la que afirmaba que la religión cree en los milagros, pero “el milagro no es compatible con la ciencia”; a ver, podrá creer o no en los milagros, que no cree, pero afirmar que no lo hay porque son incompatibles con la ciencia no solo es una afirmación de principio (no hay nada fuera de la ciencia, y de esa premisa extraigo conclusiones) sino que es una evidencia que no aporta nada, ¡claro que es incompatible!, precisamente por eso es un milagro, porque no se ha producido el resultado que inevitablemente debía producirse conforme a las leyes de la naturaleza, que son inexorables, salvo que haya una intervención externa a ellas mismas, claro, que impida que se produzca ese resultado previsto, y ahí es cuando se produce el milagro. 

Ya en el festival, en uno de los debates, fue cuando realizó una serie de manifestaciones que trascienden de lo científico para adentrarse en otros campos del saber – porque también lo son, por mucho que les pese a los cientifistas - , como es el teológico y el filosófico; porque eso es lo que hace Hawking cuando afirma que “Tanto la religión como la ciencia parecen explicar el origen del Universo, pero considero que la ciencia resulta más convincente, ya que responde continuamente a preguntas que la religión no puede contestar.” …vale, pero tal vez sea porque no es misión de la religión averiguar cual es la función de la “radiación de fondo de microondas”, que es algo que compete evidentemente a la ciencia, sino la relación del hombre con el Dios creador de todo, incluso de esa radiación de fondo, sea eso lo que sea; y eso es lo que hace Hawking cuando afirma que “nadie puede probar que hubo un Creador”, refiriéndose obviamente a una prueba científica, cuando eso es algo más que evidente, como es evidente que tampoco se puede probar lo contrario, puesto que la ciencia solo puede referirse a aquello que compete a su materia, la naturaleza, no a lo que está fuera de ella.

A este respecto, en el libro “Dios y el mundo”, Joseph Ratzinger recordaba las palabras de el Libro de la Sabiduría, “Dios se deja hallar por los que no le tientan”, es decir, por aquellos que no desean someterle a un experimento; es decir, Dios no es una magnitud determinable según categoría físico espaciales, y “si pretendemos poner a Dios a prueba y hacemos determinadas cosas pensando que Él tendría que reaccionar, cuando lo convertimos, valga la expresión, en nuestro objeto de experimentación, habremos tomado un rumbo en el que, a buen seguro, no lograremos encontrarle. Porque Dios no se somete a experimento. No es algo que podamos manipular.” 

La religión – siguió Hawking, desatado, en otros campos del saber como sociología, psicología, moral o politología – nos ha acompañado a lo largo de toda la Historia y nos ha dejado cosas como la Inquisición, la desigualdad de la mujer, o el problema eterno de Palestina…La religión debería hacer que la gente se comporte cada vez mejor, pero no parece que esté cumpliendo ese objetivo. Mucha gente no religiosa, sin embargo, sí que se comporta mejor, y sin necesidad de creer en ningún Dios.”

Se trata en realidad de una mezcolanza de ideas y conceptos que tiene poco de científica, que no tienen respuesta desde la Ciencia, al menos desde la astrofísica, eso seguro, y que responden a unas ideas y opiniones personales de Hawking que no deberían pasar por ciertas por razón de su fama y relevancia como investigador. No voy a referirme a cada una de esas afirmaciones, porque sería largo y tedioso, baste recordar el réquiem satánico que fue el siglo XX, un infierno de asesinatos y homicidios en masa, de masacres y crímenes violentos, un compendio de atrocidades en el que se ha matado a más hombres que nunca, desde concepciones ideológicas ateas como fueron el nazismo y el comunismo, que tiene sus prolegómenos en el genocidio de La Vendée, en el XIX, durante la Revolución Francesa, al que ya me referí en La´mi du peuple, para desmontar esa especie de apología simplista de “el buen ateo”; y baste reconocer lo evidente – y solo voy a hablar por los cristianos -, y es que no todos los que se dicen cristianos lo son, e incluso los que lo somos no siempre actuamos como tal, porque somos pecadores, y por eso entonamos en cada celebración eucarística, y personalmente en cada examen de conciencia, el mea culpa, como hay ningún problema en reconocer que hay personas que alejadas de la fe cristiana no solo son buenas sino que son admirables, y a lo mejor están más cerca de Dios que muchos cristianos de precepto dominical, pero es que eso no sería por razón de su ateismo, sino a pesar de él.

Tal vez Hawking debería recordar sus propias palabras en Oviedo, en la entrega del premio Príncipe de Asturias, cuando afirmó que “la ciencia siempre es lo penúltimo y está sometida a revisiones y nuevas hipótesis. El por qué existe algo y no la nada, el milagro de la vida y la maravilla de la mente humana piden explicaciones de “totalidad” que la ciencia no aporta.”

Ese es el camino razonable para un necesario y fructífero diálogo entre fe y ciencia, entre fe y razón, eliminando ese falso antagonismo que desde determinadas concepciones se pretende imponer como una verdad científica.