Hace poco leía en un artículo
que hace un par de siglos escribió Larra: "Ha
llegado un amigo mío de París, con la noticia de que Dios no existe, cosa que
sabe de allí de muy buena tinta", y sus palabras, que me suenan tan actuales
hoy como ayer – y es que no hay nada nuevo, salvo el ropaje
científico-tecnicista, si acaso más complejo hoy que entonces, con el que se
quiere presentar tal noticia - me han venido a la cabeza después de oír algunas
intervenciones del Sr. Richard Dawkins, etólogo, zoólogo, evolucionista
darwiniano, y predicador ateo; un debate en la Universidad de Oxford con Mr.
Roban Williams, Arzobispo de Canterbury (bastante decepcionante, la verdad, tal
vez porque la corriente que represente del anglicanismo a fuerza de intentar
acomodarse al mundo para ser aceptado ya no sabe exactamente dónde está), otro,
más interesante y con mas enjundia, aunque el foro no sea tan elegante, un
programa de la televisión australiana, con el cardenal de la Iglesia católica
George Pell, y alguna que otra intervención en programas, concentraciones,
etc., porque la verdad es que el Sr. Dawkins es mediáticamente muy activista y
prolífico, como el Sr. Hawkings, al que ya me he referido en otras post, como Los
Reyes Magos contra Hawking, a propósito de un titular en El Mundo, y en No
hay más dios que la ciencia, y Hawking es su profeta.
Los argumentos que le he oído - solo voy a referirme a algunos, otro empeño sería largo y tedioso –, tienen en muchos casos poco de científicos, porque se refieren a cuestiones que no pueden tener respuesta desde la ciencia, y la verdad es que no me valen.
No me vale el argumento de que la vastedad del Universo hace extraordinariamente improbable que seamos la única forma de vida evolucionada, para llegar a la conclusión de que “no somos el ombligo del Universo, en un paraíso planetario diseñado para nosotros por un creador.”, es decir, que Dios no existe. Es una idea que puede ciertamente afectar a los creacionistas, y hacer las delicias de los ufólogos, pero a mí como católico no me afecta, porque tengo claro que no tienen nada que ver una cosa y otra, que si existen o no otros planetas o universos, que es un campo propio de la ciencia, no tiene nada que ver con la existencia o no de Dios, que escapa a ella; y eso no es algo que haya tenido que aceptar a la fuerza por el desarrollo de la ciencia, porque si de la insignificancia de la tierra en el universo se trata, ya en el “Almagest”, un tratado astronomía muy conocido y usado durante la Edad Media, se afirmaba que “la tierra, comparada con las distancia de las estrellas fijas, no tiene una magnitud apreciable y debe ser tratada como un punto matemático”, y nadie pensó nunca que tuviera la menor relación con las cuestiones religiosas, como tampoco la tendría el descubrimiento de vida en otros planetas, si alguna vez se descubriera. Lo siento, pero no me vale.
No me vale que oponga como argumento a lo que simbólicamente expresa el Antiguo Testamento en el Génesis, cuando presenta la obra del Creador como una secuencia de seis días de trabajo, el conocimiento científico de que el desarrollo del Cosmos y del mundo se ha producido a los largo de miles de millones de años, porque, sencillamente, me parece un argumento infantil, como no me vale la idea de que la teoría de la evolución de Darwin explica la existencia de todo el mundo animado, y la nuestra como seres humanos, sin necesidad de acudir a un Dios creador, porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan en ese proceso de millones de años, y no puede excluir en absoluto la existencia de Dios. Lo siento, pero no me vale.
Los argumentos que le he oído - solo voy a referirme a algunos, otro empeño sería largo y tedioso –, tienen en muchos casos poco de científicos, porque se refieren a cuestiones que no pueden tener respuesta desde la ciencia, y la verdad es que no me valen.
No me vale el argumento de que la vastedad del Universo hace extraordinariamente improbable que seamos la única forma de vida evolucionada, para llegar a la conclusión de que “no somos el ombligo del Universo, en un paraíso planetario diseñado para nosotros por un creador.”, es decir, que Dios no existe. Es una idea que puede ciertamente afectar a los creacionistas, y hacer las delicias de los ufólogos, pero a mí como católico no me afecta, porque tengo claro que no tienen nada que ver una cosa y otra, que si existen o no otros planetas o universos, que es un campo propio de la ciencia, no tiene nada que ver con la existencia o no de Dios, que escapa a ella; y eso no es algo que haya tenido que aceptar a la fuerza por el desarrollo de la ciencia, porque si de la insignificancia de la tierra en el universo se trata, ya en el “Almagest”, un tratado astronomía muy conocido y usado durante la Edad Media, se afirmaba que “la tierra, comparada con las distancia de las estrellas fijas, no tiene una magnitud apreciable y debe ser tratada como un punto matemático”, y nadie pensó nunca que tuviera la menor relación con las cuestiones religiosas, como tampoco la tendría el descubrimiento de vida en otros planetas, si alguna vez se descubriera. Lo siento, pero no me vale.
No me vale que oponga como argumento a lo que simbólicamente expresa el Antiguo Testamento en el Génesis, cuando presenta la obra del Creador como una secuencia de seis días de trabajo, el conocimiento científico de que el desarrollo del Cosmos y del mundo se ha producido a los largo de miles de millones de años, porque, sencillamente, me parece un argumento infantil, como no me vale la idea de que la teoría de la evolución de Darwin explica la existencia de todo el mundo animado, y la nuestra como seres humanos, sin necesidad de acudir a un Dios creador, porque la evolución presupone la creación de los seres que evolucionan en ese proceso de millones de años, y no puede excluir en absoluto la existencia de Dios. Lo siento, pero no me vale.
No me vale el argumento de que sea posible ser
bueno al margen de la religión – se refiere al hecho religioso en general, sin
distinguir entre unas y otras –, y de que virtudes como la generosidad, la
humildad, la bondad, etc., no solo no son exclusivas de los cristianos, sino
que los hay que no las tienen, y de ahí concluya que la religión es innecesaria
y que Dios no existe, porque es un razonamiento falaz; y no solo porque el
argumento no sirve a tales efectos – en todo caso se estaría planteado la
utilidad instrumental de la religión para la implantación en la sociedad de
ciertos valores cívicos, y la existencia o no de Dios no depende de ello -,
sino porque si bien el cristianismo no es un código ético-cívico, sí que es evidente
que se siguen graves consecuencia morales, éticas, y también cívicas, del
mandato de amar a Dios y al prójimo si se entiende con toda su completitud y radicalidad,
mientras que el ateísmo no aporta nada a tales efectos, salvo la falta de referencia
alguna al margen de lo que en cada caso y tiempo digan las leyes o las
costumbres, por bárbaras que sean, y porque en definitiva lo que se reprocha no
son esas virtudes, que se reconocen como buenas, sino su infracción por los
cristianos, descubriendo a todo esto el Mediterráneo, que somos pecadores. Ya,
ya lo sabemos, como sabemos que “hay
últimos que serán primeros, y primeros que serán últimos” (Lucas 13,30), y
que al atardecer de la vida – San Juan de la Cruz nos examinarán del amor, y
eso vale para todos. Lo siento, pero no me vale.
No me vale el argumento – lanzado
como soflama en una concentración, y repetido en un debate - de que si la Iglesia contabiliza como
católicos a todos los que están bautizados, debe también admitir que Hitler era
católico, porque fue bautizado como tal, de dónde viene a extraer la conclusión
no solo de que no era ateo sino católico, sino de que habría actuado como tal
al asesinar en serie a millones de personas, discapacitados y judíos
principalmente; Richard, Richard…., hasta Ud. debe darse cuenta, porque tonto
no es, de que es un argumento falaz, insostenible desde el punto de vista
puramente lógico–formal, por no hablar desde el puro sentido común. Lo siento, pero
no me vale.
Dawkins, al igual que Hawking, sería otro profeta, pero yo lo
calificaría como el profeta de “la nada”, y no solo porque sostenga, aunque
reconozca su incapacidad para explicarlo, que el mundo, el Universo entero se
creó por sí solo de la nada a partir del Big-Bang (aunque su concepto de “nada”
es bastante curioso, porque reconoce que incluye al menos moléculas, fuerzas
electromagnéticas, y el vacío, que por sí solo ya es algo), sino porque lo que
subyace en su pensamiento es un vacío que intenta disfrazar con un lenguaje
científico, una “nada” que, como una especie de gnosticismo cientifista,
estaría al alcance – sin atisbar siquiera en realidad, aunque con una fe pétrea
en que lo conseguirán, como él mismo reconoce – de unos pocos elegidos, una
elite contada de súper-científicos “conocedores” de la verdad, mientras que los
demás, pobres mortales ingenuos que seguimos pensando que la nada significa eso
precisamente, nada, deberíamos asentir por la fe a la propuesta omnicomprensiva
del mundo y del hombre que él nos hace desde lo que dice que es la ciencia, y
que excluye por completo a Dios.
Lo siento pero no me vale, desde un punto de vista racional, no me vale, y
como decía
hace unos años Benedicto XVI, “No debemos
dejar que nos limiten la mente con teorías que siempre llegan solo hasta cierto
punto y que, si nos fijamos bien, no están en competencia con la fe, pero no
pueden explicar el sentido último de la realidad”.
La verdad – incluida la científica, siempre que no desbarre y salga
fuera de lo que es el objeto de su estudio – no puede contradecir a la Verdad.
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