Ya
me referí en una ocasión, a propósito del discurso de Charles Chaplin en la
película “El Gran Dictador”, a la fe en el progreso y en la ciencia como instrumentos liberadores de la humanidad,
una idea que nace en la Edad Moderna, que pervive todavía, alimentada por un
crecimiento científico, tecnológico y biotecnológico exponencial, y que he
visto recientemente reproducida, en versión alienígena, en una noticia,
en el diario ABC del pasado 25 de mayo, que se refería a la crítica del Instituto SETI para la búsqueda de vida inteligente fuera
de la Tierra a los creadores de películas de ciencia ficción de Hollywood, por
su tendencia a presentar a los alienígenas como invasores hostiles, hay que
reconocer que con cierta razón porque desde E.T. no recuerdo a ningún otro extraterrestre
bondadoso, y han pasado ya unos cuantos años. La
directora de dicho Instituto, Jill Tarter,
afirma que los
alienígenas de ciencia ficción dicen más sobre nosotros que sobre ellos mismos,
que esas películas son una metáfora de nuestros propios miedos, muestra su
desacuerdo con Stephen Hawking cuando advirtió que la
vida extraterrestre podría tratar de conquistar o colonizar la Tierra - lo que
no se cómo puede descartarse como hipótesis -, y hace una afirmación
sorprendente, tanto más por venir de una científica: “Si los extraterrestres
nos visitaran significaría que tendrían la capacidad tecnológica lo
suficientemente sofisticada como para no necesitar esclavos, alimentos u otros
planetas. Vendrían simplemente a explorar y, teniendo en cuenta la edad del
universo, probablemente
no sería su primer encuentro extraterrestre.”
Lo
siento pero esa afirmación no es científica, ni siquiera a nivel divulgativo,
porque no es expresión de una hipótesis, sino de fe, en la ciencia y en el
progreso científico como instrumentos que habrían liberado a los
extraterrestres de aquellos agentes externos que condicionaban su voluntad y
los impulsaban a hacer el mal – la necesidad de esclavos, alimentos o materias
primas - por lo que ahora, desprendidos de ese pesado bagaje de las
circunstancias externas, por fin dominadas, solo podrían ser “buenos”, y solo
podrían sentir curiosidad hacia otros mundos al haber vuelto a una condición
semejante a la de “el buen salvaje”, tópico mito de la Edad Moderna, pero con naves espaciales.
La idea no es
nueva, por lo menos aquí en el planeta Tierra, y conste que es la misma Jill
Tarter la que está aplicando conceptos y motivaciones “humanas” a los
alienígenas, porque fue en nuestra Edad Moderna (s.
XVI-XVIII), así llamada en contraposición a la “oscuridad” de la Edad Media,
cuando se desarrolló la esperanza en la instauración de un mundo perfecto que
se lograría gracias a los conocimientos y a la ciencia; y si para Francis
Bacon (1561-1626) estaba claro que los descubrimientos
y las invenciones apenas iniciadas eran solo un comienzo, y que gracias la
sinergia entre ciencia y praxis se seguirían descubrimientos totalmente nuevos
y surgiría un mundo totalmente nuevo, el reino del hombre, Immanuel Kant (1724-1804) describía la
Ilustración como la llegada del hombre a su mayoría de edad, una
liberación de la inteligencia de controles externos, que expresaba con ese “Sapere
aude”, atrévete a saber, que significaba su fe en la
bondad natural del hombre, una creencia optimista en la razón y su confianza en
la ciencia y en la investigación empírica que liberarían al hombre de sus
enemigos, la tiranía política, el fanatismo religioso, la hipocresía moral y el
prejuicio.
Eso, la verdad, era
y es pedir demasiado a la ciencia. Francis Bacon y los seguidores de la
corriente de pensamiento de la edad moderna inspirada en él se equivocaban al
considerar que el hombre sería redimido por medio de la ciencia, como se siguen
equivocando quienes, gracias fundamentalmente al desarrollo de las biotecnologías, todavía depositan en ella su esperanza en la redención de la humanidad; es una
esperanza falaz, porque la ciencia puede ciertamente contribuir mucho a la
humanización del mundo y de la humanidad, pero también puede destruir al hombre
y al mundo si no está orientada por fuerzas externas a ella misma, porque la razón,
la ciencia, la técnica, por sí solas, son incapaces de crear una ética, y si el
progreso científico y técnico no va seguido de un progreso en el mismo grado en
la formación ética del hombre, a lo que asistimos en realidad es a un
crecimiento exponencial de nuestra capacidad para el mal.
No, la ecuación “+
progreso técnico = + bondad”, no es correcta, no funciona, como en la Tierra
hemos comprobado a lo largo de los siglos que han transcurrido desde que se
formuló esa idea en la Edad Moderna, y no deja de sorprender que haya quien
todavía la sostenga, aunque sea refiriéndose a alienígenas, porque es un error,
como lo es pensar que el crimen es fruto exclusivo de relaciones
socioeconómicas equivocadas; el mal existe, y no es cierto que sólo sea el
fruto de circunstancias adversas, externas a nosotros mismos, y que sólo el conocimiento, la razón,
la ciencia y el progreso técnico nos liberará, siendo tan innumerables las
utopías que han nacido al socaire de ese pensamiento, como terribles sus consecuencias cuando se han intentado
llevar a la práctica.
Y si esto es cierto
para los humanos, no se por qué razón debería ser distinto para los
alienígenas, por lo menos por lo que se refiere a los argumentos esgrimidos por la directora del SETI Institut, así que en este concreto punto, y sin que sirva de
precedente, me van a permitir que me adhiera a la opinión de Sir Stephen Hawking de que si existe vida inteligente fuera
de la Tierra capaz de llegar hasta nosotros tal vez no debamos presumir esa
bondad.