viernes, 17 de febrero de 2012

Una propuesta diferente



Recoge el video una entrevista de la BBC a Alessio Rastani, quien, presentado como un experto trader de la City londinense, desató la polémica al afirmar que, no solo no le importaba la gravedad de la crisis económica, sino que llevaba soñando con ella varios años porque “…cuando el mercado se hunde, cuando el euro y las grandes compañías se hunden, si sabes cómo hacer lo correcto puedes ganar muchísimo dinero…y creo que cualquier persona puede hacerlo. No solo ciertas personas de la elite.”  

Tardó poco tiempo en descubrirse que no era sino un joven, con tanto desparpajo como afán de protagonismo, que trataba de hacer de su hobby una profesión con su propios y magros recursos, y el video no dejaría de tener su gracia - aunque realmente la tiene que llegara a transmitirse tal entrevista, ¡un golazo!-,  si no fuera porque, aunque Alessio Rastani no era lo que dio a entender y la BBC hizo creer a todo el mundo que era, y sin duda sin pretenderlo, nos da una de las claves que está en el origen de la crisis económica con la que nos invitaba a lucrarnos, cuando nos anima a enriquecernos, aunque sea a costa de los demás, y explica que esa posibilidad ya no está restringida a determinadas elites, sino que cualquier persona puede hacerlo.

Lo extraño es, me parece a mi, que hubiera quien se escandalizara de esa invitación al enriquecimiento como objetivo último del hombre, al que ya me he referido en otras entradas, porque ¿no es eso precisamente lo que ha ocurrido? ¿No es cierto que el problema no ha sido tanto Goldman Sachs como los millones de personas que han pensado que podían enriquecerse fácil y rápidamente y que, lo que ha ocurrido, es que el sistema se ha colapsado por la generalización de esos comportamientos?

El problema no es el mercado o la economía, que no son ni inhumanos ni antisociales por naturaleza, sino la cultura que hay detrás, y por eso decía Samuel Gregg (director de investigaciones del Acton Institute) que “el reciente colapso del mercado de hipotecas subprime en América es en parte atribuible a que literalmente miles de personas mintieron en su solicitud de hipoteca. ¿Hay que extrañarse de que una masiva violación de la prohibición moral de mentir tenga consecuencias económicas devastadoras?”. En el corazón de la economía hay personas, y si a la mentira se añade una cultura extremadamente hedonista, afirma, la gente “…tenderá a tomar decisiones económicas extremadamente hedonistas” que terminan siendo antieconómicas, y no se trata de simplificar, sino de constatar que la crisis tiene profundas raíces morales.

Ya lo dijo muchos años antes Joseph Ratzinger, antes de ser Papa, en un documento de 1985 titulado “Economía, mercado y ética” en el que advertía de una crisis económica en Occidente por la ausencia de ética en la economía, pedía una nueva ética “nacida y sostenida sólo por fuertes convicciones religiosas”, porque sin ellas podría ocurrir “…que las leyes del mercado se derrumbaran”, y sostenía que la economía sin ética se vuelve también antieconómica. Y en ello ha vuelto a insistir en la encíclica Caritas in veritate, en opinión de Brian Griffiths, vicepresidente de Goldman Sachs, “… la respuesta a la crisis financiera más articulada, completa y reflexiva que ha aparecido hasta ahora.”, en la que, al margen de viejos esquemas ideológicos algo maniqueos, y cada vez más obsoletos y pasados de moda que distinguen entre ser de derechas o de izquierdas, progresista o conservador, revolucionario o reaccionario, y contra todos los relativistas, de izquierdas o de derechas, afirma que la economía de mercado no puede basarse en cualquier sistema de valores, sino que para lograr el bien común debe ser apuntalada por el compromiso con ciertos bienes morales básicos y con una cierta visión de la persona humana, "La economía tiene necesidad de la ética para su correcto funcionamiento; no de una ética cualquiera, sino de una ética amiga de la persona".

Es una encíclica valiente, de lectura aconsejable al margen de la creencia o increencia que cada cual profese, que pone al capitalismo sin alma, artífice de la crisis actual, ante el espejo de la ética, y sale realmente malparado, porque la economía no solo se mueve por el dinero, por la ganancia, que solo es “…útil si, como medio, se orienta a un fin que le dé un sentido, tanto en el modo de adquirirla como de utilizarla. El objetivo exclusivo del beneficio, cuando es obtenido mal y sin el bien común como fin último, corre el riesgo de destruir riqueza y crear pobreza”, y eso es exactamente lo que ha ocurrido. No es posible el desarrollo a partir de un modelo de hombre como individuo cerrado sobre sí mismo, que no debe nada a nadie y solo se preocupa de su propio interés; no es posible el desarrollo cuando se olvida que el hombre está por encima de la economía y que el primer capital que hay que salvaguardar – por medio de la justicia – es la misma persona humana; y no es posible el desarrollo cuando se olvida que la economía debe respetar, como cualquier actividad humana, las reglas de la ética, porque las reglas del mercado solo funcionan cuando se da el consenso moral que las sostiene.

La crisis económica actual nace de un déficit de ética en las estructuras económicas y, sí, es imperativo alcanzar estructuras internacionales financieras y comerciales justas; pero para ello y para promover un desarrollo global integral y sostenible, basado en la centralidad de la persona humana y fundado sobre el principio de la dignidad humana y del valor propio de cada persona son necesarios operadores económicos y agentes políticos que sientan fuertemente en su conciencia la llamada al bien común, y eso no es posible, en definitiva, sin personas honradas, sin hombres rectos, preparados ética y profesionalmente, que actúen con coherencia moral, y con generosidad, conscientes de que no es posible tener todo cuanto se desea, y dispuestos a bajar un escalón, al menos, del nivel adquirido, renunciando a ciertas cosas por responsabilidad respecto al desarrollo integral propio y ajeno, por el bien común.

Es una propuesta diferente, y todos estamos emplazados a responder, porque nadie puede rechazar su parte de responsabilidad en lo que a todos concierne, y porque el ideal de una sociedad liberal en la que no existen valores ni criterios absolutos, y en la que el lucro y el bienestar personal es a lo único a lo que merece la pena aspirar es una especie de nihilismo banal cuyos resultados están demostrando ser muy peligrosos.