miércoles, 12 de mayo de 2010

L´Ami du peuple

Me comenta un amigo acerca del último libro de Arturo Pérez-Reverte, en el que unos asesinatos en serie sirven de hilo conductor a otras historias que se entrecruzan en la ciudad de Cádiz, durante el asedio de las tropas de Napoleón, que no está mal, que mantiene la tensión y el interés hasta el final, pero que le terminan aburriendo las reflexiones de los personajes.

Coincido en general con dicha apreciación, pero hay que reconocer que a veces no solo son necesarias para explicar las motivaciones de los personajes, sino muy instructivas; y es lo que ocurre con Gregorio Fumagal, “...hombre de lecturas extranjeras y comprometidas …,opina que España perdió la ocasión de una guillotina en el momento adecuado: un río de sangre que limpiase, acorde con las leyes universales, los establos pestilentes de esta tierra inculta y desgraciada, siempre sujeta a curas fanáticos, aristócratas corruptos y reyes degenerados e incapaces. Pero también cree que es posible abrir las ventanas para que lleguen el aire y la luz. Esa oportunidad está a media legua de distancia, al otro lado de la bahía; en las águilas imperiales…”, del ejército napoleónico, para el que actúa como espía.

Por ese río de sangre purificadora clamaba Marat, diputado jacobino en la Convención, en su periódico L´Ami du peuple”, denunciando a los enemigos ocultos del pueblo para que fueran ejecutados; y si en septiembre de 1790 afirmaba que habría sido mejor ejecutar en julio de 1789 a quinientos enemigos del pueblo para que no fuese necesario ejecutar a diez mil, en otoño de 1791 consideraba necesario matar de doscientas mil a trescientas mil personas para salvar la Revolución. Y un río de sangre fue el que corrió en 1792 en las cárceles parisinas cuando miles de “sospechosos” por no jurar fidelidad a la Ley y a la Nación (fundamentalmente del clero  pero también de otros sectores de la población) fueron matados a cuchilladas por los sans-culottes parisinos, primero para aliviar las cárceles atestadas, y después ante el temor de que fueran una quinta columna del ejercito prusiano que amenazaba Verdún.

Nuestro personaje, Gregorio Fumagal, se habría emocionado ante el mensaje de año nuevo a la Convención de Fouché, justificando el aplastamiento de la Vendeé y departamentos limítrofes como una misión difícil y dolorosa en la que solo un amor ardiente a la patria podía servir de consuelo y recompensa… al hombre que prescindiendo de su propia sensibilidad, pensando, viviendo y actuando solo en el pueblo,… no ve nada más que la república que surgirá en la posteridad sobre las tumbas de los conspiradores; tal vez incluso, llevado por ese amor al pueblo, se habría alistado en alguna de las cuatro columnas revolucionarias que durante meses la recorrieron entregando los pueblos a las llamas, y matando a cuantos habitantes se cruzaban. Miles y miles de ellos, sin distinción de sexo o edad, fueron inmolados en el altar de la Revolución, utilizando la guillotina, los fusilamientos masivos, a bayonetazos si faltaban balas, o incluso cañones cargados de metralla para abreviar el trámite.

Esa es la razón de que cuando Alexander Solzhenitsyn [autor de “Archipiélago Gulag”] se exilió de la URSS y se estableció en Francia, su primer acto fue realizar una peregrinación a la Vendeé, para sorpresa de las autoridades galas, pues aquella fue la primera ocasión en que un Estado laicista y anticlerical se embarcó en un programa de asesinato en masa, anticipando muchos horrores del siglo XX.


No se trata, en absoluto, de poner en duda la necesaria laicidad del Estado, ni la legítima autonomía del orden democrático, que no solo puede sino que debe estar alejado de cualquier especie de clericalismo. De lo que se trata es de poner de manifiesto el totalitarismo que destilan algunas ideologías surgidas de la Revolución Francesa que, para ayudar a los hombres a liberarse del yugo impuesto por el “poder decadente del oscurantismo que niega la supremacía de la razón–J.L. Mazón dixit -, no vacilan en despojarles de la vida a fin de conducir a la humanidad, a lo que queda de ella después de que corra ese río de sangre, a un nuevo paraíso en la tierra, un paraíso construido sobre la fe en el progreso, la libertad y la razón convertidas en un nuevo género de religión a la que hay que rendir culto.