Se celebra hoy
la festividad de Santo Domingo de Guzmán que, a principios del siglo XIII, un
tiempo en el que las sectas hacían estragos en la Iglesia, y como consecuencia
de un viaje que realizó acompañando al Obispo de una región del sur de Francia,
se dio cuenta de los daños que ocasionaban esas doctrinas, y de que la causa
había que buscarla en la falta de formación de los cristianos, en la
ignorancia. Fundó entonces una Orden de Predicadores, los que serían conocidos
como dominicos, cuya misión era la difusión y defensa de la doctrina cristiana
frente al error en toda la Cristiandad.
Hoy no estamos
mucho mejor que entonces, y es patente la situación de ignorancia generalizada
de las verdades más elementales de la fe cristiana, que es utilizada por
quienes tratan de deconstruirla para volver a construirla a la medida de su
pensamiento, humano, y de sus deseos o
caprichos, induciendo a la confusión y al error.
No se pueden
interpretar de otra forma las manifestaciones, de lo más variado, que han
suscitado las declaraciones del Papa Francisco en la catequesis del pasado
miércoles, cuando afirmó que “los
divorciados que inician otra relación no están excomulgados como algunos
piensan”, y que siguen formando parte de la Iglesia; desde quienes
simplemente se han congratulado de que este Papa quiera acabar con algo que se
percibe tan injusto como la excomunión de quienes están en esa situación, hasta
quienes, como el diario El Mundo, se despachaban a gusto con un titular, “El
divorcio entra en la Iglesia”, nada sorprendente para quien conoce la línea de
este diario en esta materia, pero que tuvo que dejar perplejo a más de uno,
sobre todo si no había leído – es aconsejable acudir siempre a las fuentes - el texto completo de la
catequesis.
La realidad es
que los divorciados que inician otra relación nunca han estado excomulgados, y
la realidad es que no hay que confundir la excomunión – la pena eclesiástica
más severa, reservada para los delitos
más graves, que implica la ruptura con los vínculos que nos unen a Cristo a
través de su Iglesia, y que no equivale a la condenación eterna, porque tiene
en realidad un sentido de misericordia, para que el fiel cristiano tome
conciencia de la gravedad del delito cometido, y se arrepienta – con uno de sus
efectos, como es no poder recibir la Sagrada Comunión, algo que tampoco pueden
hacer quienes dentro de la Iglesia están en situación de pecado.
Ya lo dijo
hace mucho tiempo el Cardenal Joseph Ratzinger, siendo todavía Prefecto de la
Congregación para la doctrina de la fe, en “la Sal de La Tierra”, un libro de
lectura amena y muy instructivo, en el que se recoge una entrevista realizada
por Peter Seewald, antiguo redactor de "Der Spiegel" y
"Stern", en la que, desde el punto pesimista de quien ha abandonado
la fe y se erige en portavoz de quienes opinan que la Iglesia está anticuada,
es un poder autoritario, y no conecta con las modas del mundo, pregunta al
Cardenal Ratzinger por las más variadas cuestiones, y entre ellas por ésta.
Y la respuesta
de Ratzinger es muy clara: “Debo empezar
precisando que las personas casadas civilmente no están excomulgadas
formalmente. Las excomuniones son una medida penitencial; significa una
limitación en la pertenencia a la Iglesia. Pero esas sanciones de la Iglesia no
se les imponen a ellos, aunque salte a la vista, por supuesto, que su núcleo
central les afecta, puesto que no pueden acercarse a comulgar. Pero, como
decía, no están excomulgados en sentido estricto. Esas personas siguen siendo
miembros de la Iglesia que, por una determinada circunstancia de su vida, no
están en condiciones de recibir la comunión. No cabe duda de que esto es un
peso más, en este mundo nuestro en el que, precisamente, el número de
matrimonios deshechos parece ir en aumento.” ; recuerda que hay otros
muchos que no pueden ir a comulgar, y el problema de que se haya hecho de la
comunión una especie de rito social, con lo que representa de pérdida de
conciencia de lo que significa, y la necesidad de “que esas personas tengan conciencia de que, a pesar de todo, la
Iglesia les acoge y sufre con ellas.”; y cuando Peter Seewald le indica que
“Cuando el sacerdote recita las palabras,
"Benditos los invitados a la cena del Señor", los otros deben
sentirse malditos.”, le contesta que “Esto,
desgraciadamente, ha quedado poco claro debido a una traducción incorrecta.
Porque esas palabras no se refieren directamente a la Eucaristía. Han sido
tomadas del Apocalipsis y hacen referencia a una invitación al banquete de
bodas definitivo, representado en la Eucaristía. El que no pueda acercarse en
el momento de la comunión, no debe, por eso, sentirse excluido del banquete de
bodas de la eternidad. Lo que importa es hacer un continuo examen de conciencia
y pensar si se está preparado para acercarse al banquete eterno -si eso
sucediera ahora- y para ir a comulgar en ese momento. Con ese llamamiento se
exhorta al que no estuviera en condiciones, a reflexionar que él también será
invitado a ese banquete nupcial, como todos los demás. Y, tal vez, sea mejor
acogido por haber sufrido mucho.”
No hay pues
ninguna novedad, ni el Papa Francisco ha dicho nada nuevo, aunque ha habido
quien así lo han percibido como consecuencia de su propio desconocimiento y de
la manipulación de algunos medios informativos; ni los divorciados vueltos a
casar han estado nunca excomulgados – otra cosa es que no pueda comulgar, como
cualquier otro cristiano que se mantiene en situación de pecado -, ni se ha
modificado el principio de indisolubilidad del matrimonio, que tan claramente
fue enunciado por el mismo Cristo, como consta en los Evangelios, siendo este un
principio fundamental definitivo.
Después habrá
muchas cosas que se podrán hacer, por todos aquellos que estando en esa
situación quieren sinceramente seguir viviendo su fe y participando de la vida
de la Iglesia, y sobre eso tratará sin duda el próximo Sínodo de la Familia,
pero que nadie espere que ni este Sínodo, ni el mismo Papa Francisco, cambien
un dogma de fe.
Hay que leer
más y mejor, entre otras cosas, para conocer la propia fe, o al menos, si esta
falta, para no dejarse manipular por los medios, y habrá que encomendar a Santo
Domingo de Guzmán que suscite nuevos misioneros que asuman la difusión y
defensa de la doctrina cristiana frente al error, a veces interesado. Está
claro que hace mucha falta.