martes, 28 de diciembre de 2010

Natividad



“José, como era de la casa y familia de David, subió desde Nazaret, ciudad de Galilea, a la ciudad de David, llamada Belén, en Judea, para empadronarse con Maria, su esposa, que estaba encinta. Y cuando ellos se encontraban allí, le llegó la hora del parto, y dio a luz a su hijo primogénito; lo envolvió en pañales y lo recostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en la posada.”

Así de sencillo es el relato que hace San Lucas (2,4-7) del nacimiento de Jesús, un hecho que ocurre en un lugar y tiempo concretos, en Belén, siendo Cesar Augusto emperador de Roma, Quirino gobernador de Siria, y Herodes el Grande rey de los judíos, y que está seguido de consecuencias históricas definibles, pero que es mucho más que eso, porque lo que confiesa la fe cristiana es que ese recién nacido es el Hijo eterno de Dios hecho hombre.

No puedo imaginar la perspectiva de aquellos que, más jóvenes, no conocen la historia del nacimiento de Jesús sino en confusa – y mortífera, creo - mezcolanza con papá Noel, Batman, Bart Simpson o Bob Esponja, pero los que ya tenemos cierta edad y hemos nacido en un entorno socio-cultural cristiano tampoco estamos mucho mejor, porque la hemos oído tantas veces, sin detenernos a considerarla nunca, y la hemos visto representada tantas veces y de tantas formas, en pinturas, vidrieras, nacimientos o belenes, en casas, iglesias, escaparates y centros comerciales, que nos hemos “acostumbrado”, y muchas veces no somos capaces de apreciarla con toda su belleza y grandiosidad, y menos aun advertir sus implicaciones.

Y es que, aun cuando por alguna circunstancia estemos alejados de la fe y no podamos reconocer en ese relato mas que un mito (un mito inserto en la historia), si estamos libres de prejuicios y somos capaces, aunque solo sea durante unos minutos, de detener el baile (en estos días me parece ver al maestro de ceremonias dando vueltas y musitando “¡danzad, danzad malditos!”) para desembarazarnos del estrépito aturdidor que rodea la celebración de las “fiestas”, a poco que lo meditemos, no podremos dejar de reconocer que es una historia extraordinaria y sin parangón: Dios, el Creador que tiene todo en sus manos por el que todo existe y del que todos dependemos, se abaja realmente, y se pone en la situación de dependencia total propia de un recién nacido, necesitado de ayuda, de protección y de amor. Nadie podría imaginar nada semejante porque escapa a cualquier cálculo y razonamiento humanos, es la instauración de un reino de amor, no de fuerza, de un reino para los humildes que necesitan misericordia, y no para esclavos fascinados por el espectáculo de proezas deslumbrantes, que podrían forzar la inteligencia, pero no el corazón.

Tal vez por eso me gusta especialmente la escena del nacimiento en la película “Natividad ” , creo que muestra de forma maravillosa lo que significa la encarnación, el Hijo eterno de Dios hecho hombre, sí, pero no de cualquier manera, sino literalmente, hecho carne, sangre, dotado de alma racional humana, y dado a luz por una mujer, la Virgen María.

Creo que merece la pena detenerse a considerarlo unos minutos la próxima vez que veamos un Nacimiento.

¡Feliz Navidad!