domingo, 23 de noviembre de 2014

A propósito de la postura de la Iglesia sobre el aborto.


Leo un post en un blog en el que se trata de poner de manifiesto la existencia de contradicciones en la Iglesia respecto del aborto a lo largo de la Historia, como si su postura actual – inequívocamente antiabortista - fuera una cuestión discutible y discutida, una opinión que puede cambiar en función de las circunstancias, como de hecho ya ha ocurrido, y no es así, o no por lo menos en el sentido que cabe inferir de ese post, en la línea de otros que se empeñan en mostrar una Iglesia atrincherada en la irracionalidad y el oscurantismo, enemiga de la ciencia y de la “luz de la razón”.

Nada más lejos de la realidad, y precisamente el aborto no es un tema para tal empeño.

A ver, si bien es cierto que en el Nuevo Testamento no hay una referencia explícita al aborto, de ahí no cabe interpretar que sea una cuestión abierta al debate, porque sí que existe un mandato divino muy claro, “no matarás”, que no dejó en los primeros tiempos del cristianismo ningún margen para la discusión, que solo se produce cuando la creciente comunidad cristiana transciende el ámbito cultural judío – en el que la unanimidad contraria a esa práctica obviaba toda discusión - y entra en contacto con la cultura greco-romana, en la que no solo es que estuviera difundido el aborto, que se fue incrementando en el tiempo con lo que llamaremos “relajación” de las costumbres (la patricias romanas abortaban con frecuencia, para vengarse de sus maridos, ocultar su infidelidad, o simplemente porque sí, porque un nuevo nacimiento no encajaba en, como diríamos hoy, “su proyecto vida” ), sino que se permitía el infanticidio.

En ese contexto los primeros autores cristianos lo tuvieron claro, y ya en la Didaché, un texto cristiano que podría ser anterior a algunos libros del Nuevo Testamento, se condena sin ambages ambas prácticas [“No matarás el embrión mediante el aborto, no darás muerte al recién nacido”]; en parecidos términos se expresa la Epístola de Bernabé, compañero de San Pablo, de finales del siglo I, y la Epístola a Diogneto, un texto de alrededor del año 150 en el que su autor, anónimo, explica cómo son los cristianos, y dice que “Los cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en el habla, ni en las costumbres. [...] Se casan como todos los demás hombres y engendran hijos, pero no exponen a los que les nacen” –no les matan-; o el Apologético de Tertuliano, de la segunda mitad del siglo II, que lo expone con claridad meridiana cuando afirma que “La ley que una vez nos prohíbe el homicidio, nos manda no descomponer en el vientre de la madre las primeras líneas con que la sangre dibuja la organización del hombre, que es anticipado homicidio impedir el nacimiento. No se diferencia matar al que ya nació y desbaratar al que se apareja para nacer, que también es hombre el que lo comienza á ser como fruto de aquella semilla.”

Pero claro, la cuestión que se planteó entonces – como hoy, aunque sin el conocimiento y los medios científicos de que hoy se dispone - es cuando el hombre comienza “a ser”, porque si solo “es” a partir de un determinado momento hasta entonces no habría un ser humano y ni siquiera se podría hablar propiamente de aborto, y ya a partir del siglo IV, mientras que hay quienes como Basilio el Grande y Gregorio de Nisa defienden la tesis de origen estoico de la animación simultánea en el mismo momento de la concepción, San Agustín venía a “admitir el aborto” al considerar que la animación del ser humano no era inmediata sino retardada, y ocho siglos después Santo Tomas de Aquino estuvo de acuerdo con él, expresando que el aborto no era homicidio a menos que el feto tuviera ya un alma, algo que en su opinión – siguiendo a Aristóteles - sucedía después de la concepción, porque el alma humana entraba en el feto en torno al día 40 u 80 según el feto fuera masculino o femenino, por lo que, como no era posible conocer el sexo hasta el parto, o el aborto, sólo se excomulgaba por abortos posteriores al día 80.

La discusión teológica se mantuvo abierta hasta que en 1869 Pío IX proclama la hominización inmediata a la concepción, según la cual el alma humana está presente desde el mismo de la concepción, opinión que se mantiene desde entonces, y que lo que implica es que el ser humano lo es desde ese mismo momento de la concepción, algo que – refiriéndose obviamente a la condición de ser humano, no a la presencia del alma – resulta que han venido a corroborar los avances científicos.

Y es que la ciencia ya ha respondido a la pregunta acerca de cuándo comienza la vida humana (no la “persona”, que es un concepto distinto, jurídico, y por tanto arbitrario, que permitiría con la mayoría necesaria legalizar el infanticidio, como en Roma), y a este respecto existe un virtual consenso: un ser vivo es aquél que ha iniciado su ciclo vital y aún no lo ha terminado, y cuyas partes forman un todo, y esa es la realidad del embrión: el ser humano empieza con el zigoto, resultado de la “fusión” de un óvulo y un espermatozoide, y el zigoto unicelular, en el día uno de la concepción, es ya un organismo único de la especie homo sapiens. Inmediatamente después de ser concebido empieza a producir enzimas y proteínas humanas y a dirigir su propio crecimiento y desarrollo. No se trata de una simple masa de células, simple tejido, o de un ser humano “potencial” o “posible”, sino de un ser humano, “una nueva, genéticamente única, recién existente, vida humana individual”, sin que la apariencia física del embrión juegue papel alguno en el debate, porque cada uno de nosotros hemos sido antes adolescente, niño, infante, feto, y embrión, y aunque en estos primeros estadios éramos particularmente vulnerables y dependientes, éramos sin duda seres humanos completos y distintos, como confirman los principales textos de embriología humana y biología del desarrollo; lo que cambia es el “formato” no la naturaleza, que es la misma, siendo una arbitrariedad cualquier línea divisoria que se quiera trazar en ese proceso evolutivo que separe lo que se presume humano de lo que no.

Creo que a la vista de esos argumentos científicos, incontestables, la cuestión de la postura personal de cada cual frente al aborto puede quedar perfectamente al margen de si profesa o no una religión – que nadie lo utilice como excusa para no posicionarse -, porque de lo que se trata es de si queremos proteger o no la vida de un ser humano, prohibiendo darle muerte, y que los católicos si acaso tenemos un argumento más para estar en contra del aborto, que es pecado, pero nada más (y nada menos); y, en cualquier caso, de lo que no me cabe duda es de que la postura de la Iglesia en relación con el aborto termina siendo a la postre mucho más conforme a la razón y a la ciencia que la postura de pro-abortistas o simples pro-elección, quienes lo que afirman sin rubor que un ser humano es o no es en función de la voluntad de un tercero, su madre; es decir, que si la madre quiere el feto es un ser humano merecedor de toda protección, y si no quiere, no lo es…. ¿y tiene esto alguna lógica? Pues que me lo expliquen.

2 comentarios:

Francisco Javier Cebrián del Pozo dijo...

Gracias por tu reflexión, una vez más.
Me viene a la mente lo que dice San Pablo al pueblo de Atenas (Hechos, 17): .../El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay , puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos de hombres , ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que El da a todos vida y aliento y todas las cosas; y de uno hizo todas las naciones del mundo para que habitaran sobre toda la faz de la tierra, habiendo determinado sus tiempos señalados y los límites de su habitación, para que buscaran a Dios, si de alguna manera, palpando, le hallen, aunque no está lejos de ninguno de nosotros; porque en El vivimos, nos movemos y existimos, así como algunos de vuestros mismos poetas han dicho: ``Porque también nosotros somos linaje suyo. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la naturaleza divina sea semejante a oro, plata o piedra, esculpidos por el arte y el pensamiento humano. Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan, porque El ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos...
En definitiva, si no está lejos es que está cercano (dando vida junto a su linaje). Si en El vivimos, nos movemos y existimos, no es difícil inferir que transmite el alma en el momento inicial de su "creación" (la concepción).
Un saludo.

Desde el foro dijo...

Gracias por la tuya, Francisco Javier.
Un saludo