Leo un post en un blog en el que se trata de poner de
manifiesto la existencia de contradicciones en la Iglesia respecto del aborto a
lo largo de la Historia, como si su postura actual – inequívocamente
antiabortista - fuera una cuestión discutible y discutida, una opinión que
puede cambiar en función de las circunstancias, como de hecho ya ha ocurrido, y
no es así, o no por lo menos en el sentido que cabe inferir de ese post, en la
línea de otros que se empeñan en mostrar una Iglesia atrincherada en la
irracionalidad y el oscurantismo, enemiga de la ciencia y de la “luz de la
razón”.
Nada más lejos de la realidad, y precisamente el
aborto no es un tema para tal empeño.
A ver, si bien es cierto que en el Nuevo Testamento
no hay una referencia explícita al aborto, de ahí no cabe interpretar que sea
una cuestión abierta al debate, porque sí que existe un mandato divino muy
claro, “no matarás”, que no dejó en los primeros tiempos del cristianismo ningún
margen para la discusión, que solo se produce cuando la creciente comunidad
cristiana transciende el ámbito cultural judío – en el que la unanimidad
contraria a esa práctica obviaba toda discusión - y entra en contacto con la
cultura greco-romana, en la que no solo es que estuviera difundido el aborto,
que se fue incrementando en el tiempo con lo que llamaremos “relajación” de las
costumbres (la patricias romanas abortaban con frecuencia, para vengarse de sus
maridos, ocultar su infidelidad, o simplemente porque sí, porque un nuevo
nacimiento no encajaba en, como diríamos hoy, “su proyecto vida” ), sino que se
permitía el infanticidio.
En ese contexto los primeros autores cristianos lo
tuvieron claro, y ya en la Didaché, un
texto cristiano que podría ser anterior a algunos libros del Nuevo Testamento,
se condena sin ambages ambas prácticas [“No matarás el embrión mediante el
aborto, no darás muerte al recién nacido”]; en parecidos términos se
expresa la Epístola de Bernabé,
compañero de San Pablo, de finales del siglo I, y la Epístola a Diogneto,
un texto de alrededor del año 150 en el
que su autor, anónimo, explica cómo son los cristianos, y dice que “Los
cristianos no se distinguen del resto de la humanidad ni en la localidad, ni en
el habla, ni en las costumbres. [...] Se casan como todos los
demás hombres y engendran hijos, pero no exponen a los que les nacen” –no les matan-; o el Apologético de Tertuliano,
de la segunda mitad del siglo II, que lo expone con claridad meridiana cuando
afirma que “La ley que una vez nos prohíbe el homicidio, nos manda no
descomponer en el vientre de la madre las primeras líneas con que la sangre
dibuja la organización del hombre, que es anticipado homicidio impedir el
nacimiento. No se diferencia matar al que ya nació y desbaratar al que se
apareja para nacer, que también es hombre el que lo comienza á ser como fruto
de aquella semilla.”
Pero claro, la cuestión que se
planteó entonces – como hoy, aunque sin el conocimiento y los medios
científicos de que hoy se dispone - es cuando el hombre comienza “a ser”,
porque si solo “es” a partir de un determinado momento hasta entonces no habría
un ser humano y ni siquiera se podría hablar propiamente de aborto, y ya a
partir del siglo IV, mientras que hay quienes como Basilio el Grande y Gregorio de Nisa defienden la tesis de origen estoico de la animación
simultánea en el mismo momento de la concepción, San Agustín venía a “admitir el aborto” al considerar que la
animación del ser humano no era inmediata sino retardada, y ocho
siglos después Santo Tomas de Aquino estuvo de acuerdo con él, expresando que el aborto no era
homicidio a menos que el feto tuviera ya un alma, algo que en su
opinión – siguiendo a Aristóteles - sucedía después de la concepción,
porque el alma humana entraba en el feto en torno al día 40 u 80 según el feto
fuera masculino o femenino, por
lo que, como no era posible conocer el sexo hasta el parto, o el aborto, sólo
se excomulgaba por abortos posteriores al día 80.
La discusión teológica se mantuvo
abierta hasta que en 1869 Pío IX proclama la hominización inmediata a la
concepción, según la cual el alma humana está presente desde el mismo de la
concepción, opinión que se mantiene desde
entonces, y que lo que implica es que el ser humano lo es desde ese mismo
momento de la concepción, algo que – refiriéndose obviamente a la condición de
ser humano, no a la presencia del alma – resulta que han venido a corroborar
los avances científicos.
Y es que la ciencia ya ha
respondido a la pregunta acerca de cuándo comienza la vida humana (no la
“persona”, que es un concepto distinto, jurídico, y por tanto arbitrario, que
permitiría con la mayoría necesaria legalizar el infanticidio, como en Roma), y
a este respecto existe un virtual consenso: un ser vivo es aquél que ha
iniciado su ciclo vital y aún no lo ha terminado, y cuyas partes forman un
todo, y esa es la realidad del embrión: el ser humano empieza con el zigoto,
resultado de la “fusión” de un óvulo y un espermatozoide, y el zigoto unicelular, en el día uno de la
concepción, es ya un organismo único de la especie homo sapiens.
Inmediatamente después de ser concebido empieza a producir enzimas y proteínas
humanas y a dirigir su propio crecimiento y desarrollo. No se trata de una
simple masa de células, simple tejido, o de un ser humano “potencial” o
“posible”, sino de un ser humano, “una nueva, genéticamente única, recién
existente, vida humana individual”, sin que
la apariencia física del embrión juegue papel alguno en el
debate, porque cada uno de nosotros hemos sido antes adolescente, niño,
infante, feto, y embrión, y aunque en estos primeros estadios éramos
particularmente vulnerables y dependientes, éramos sin duda seres humanos
completos y distintos, como confirman los principales textos de embriología
humana y biología del desarrollo; lo que cambia es el “formato” no la
naturaleza, que es la misma, siendo una
arbitrariedad cualquier línea divisoria que se quiera trazar en ese proceso
evolutivo que separe lo que se presume humano de lo que no.
Creo que a la vista de esos
argumentos científicos, incontestables, la cuestión de la postura personal de
cada cual frente al aborto puede quedar perfectamente al margen de si profesa o
no una religión – que nadie lo utilice como excusa para no posicionarse -,
porque de lo que se trata es de si queremos proteger o no la vida de un ser
humano, prohibiendo darle muerte, y que los católicos si acaso tenemos un
argumento más para estar en contra del aborto, que es pecado, pero nada más (y
nada menos); y, en cualquier caso, de lo que no me cabe duda es de que la
postura de la Iglesia en relación con el aborto termina siendo a la postre
mucho más conforme a la razón y a la ciencia que la postura de pro-abortistas o
simples pro-elección, quienes lo que afirman sin rubor que un ser humano es o
no es en función de la voluntad de un tercero, su madre; es decir, que si la
madre quiere el feto es un ser humano merecedor de toda protección, y si no
quiere, no lo es…. ¿y tiene esto alguna lógica? Pues que me lo expliquen.
2 comentarios:
Gracias por tu reflexión, una vez más.
Me viene a la mente lo que dice San Pablo al pueblo de Atenas (Hechos, 17): .../El Dios que hizo el mundo y todo lo que en él hay , puesto que es Señor del cielo y de la tierra, no mora en templos hechos por manos de hombres , ni es servido por manos humanas, como si necesitara de algo, puesto que El da a todos vida y aliento y todas las cosas; y de uno hizo todas las naciones del mundo para que habitaran sobre toda la faz de la tierra, habiendo determinado sus tiempos señalados y los límites de su habitación, para que buscaran a Dios, si de alguna manera, palpando, le hallen, aunque no está lejos de ninguno de nosotros; porque en El vivimos, nos movemos y existimos, así como algunos de vuestros mismos poetas han dicho: ``Porque también nosotros somos linaje suyo. Siendo, pues, linaje de Dios, no debemos pensar que la naturaleza divina sea semejante a oro, plata o piedra, esculpidos por el arte y el pensamiento humano. Por tanto, habiendo pasado por alto los tiempos de ignorancia, Dios declara ahora a todos los hombres, en todas partes, que se arrepientan, porque El ha establecido un día en el cual juzgará al mundo en justicia, por medio de un Hombre a quien ha designado, habiendo presentado pruebas a todos los hombres al resucitarle de entre los muertos...
En definitiva, si no está lejos es que está cercano (dando vida junto a su linaje). Si en El vivimos, nos movemos y existimos, no es difícil inferir que transmite el alma en el momento inicial de su "creación" (la concepción).
Un saludo.
Gracias por la tuya, Francisco Javier.
Un saludo
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