domingo, 3 de marzo de 2013

Si es cuestión de valor...


Dice hoy en El Mundo Manuel Hidalgo en su columna que “Hay signos que indican la contradictoria realidad entre el alejamiento de los mandatos de la Iglesia Católica -incluso entre los creyentes - y una religación respecto a la religión romana y sus avatares, pues no es fácil prescindir de una promesa -el contrato de la fe- que tranquiliza a la inmensa mayoría frágil, con la ilusión no borrada de una vida eterna, frente al pavor de morir y desaparecer para siempre. Julián Barnes escribió en “Nada que temer” que el ateísmo es un elitismo, ya que pocos pueden prescindir del consuelo de un paraíso futuro y permanente que compense de los sinsabores de una vida efímera…”

¿Que el ateismo es un “elitismo” solo apto para valientes que pueden prescindir de la ilusión de una vida eterna, frente al “pavor de morir y desaparecer para siempre”?, no, no puedo estar de acuerdo porque, vamos a ver, ¿temor a qué puede sentir quien cree firmemente que no hay nada tras la muerte, que ésta es la aniquilación total?

Decía Sócrates, tras ser condenado a muerte, en el discurso que nos ha llegado a través de la apología de Platón (s. IV a.C.) que “La muerte es una de estas dos cosas: o bien el que está muerto no es nada ni tiene sensación de nada, o bien, según se dice, la muerte es precisamente una transformación, un cambio de morada para el alma de este lugar aquí a otro lugar. Si es una ausencia de sensación y un sueño como cuando se duerme sin soñar, la muerte sería una ganancia maravillosa. …Si, en efecto, la muerte es algo así, digo que es una ganancia, pues la totalidad del tiempo no resulta ser más que una sola noche.” ¿Cómo sentir miedo de algo así? Si finalmente la muerte resultara ser la aniquilación total, una vez acontecida no seriamos nada, luego nada podremos sentir y, por tanto,  nada podemos temer, porque cuando ocurra no será más que esa sola noche. No, eso no requiere de ningún valor. Lo que exige de verdad valor es creer en las consecuencias eternas de nuestros actos aquí, en esta vida terrena.

Dice el columnista que pocos pueden prescindir del consuelo de un paraíso futuro y permanente que compense de los sinsabores de una vida efímera, pero ¿quién puede afirmar que tiene garantizado el fallo favorable en el Juicio Final, que tiene garantizado un sitio en ese paraíso?

Efectivamente, para quienes profesamos la fe cristiana existe la resurrección de la carne, y existe la justicia, y la revocación del sufrimiento pasado, la reparación que restablece el derecho, y por eso la fe en el Juicio Final es ante todo y sobre todo una esperanza, pero una esperanza que exige una responsabilidad aquí y ahora, y a lo largo de toda nuestra vida. Dios es justicia y crea justicia, y este es nuestro consuelo y nuestra esperanza, y en su justicia está también la gracia, pero – Spe Salvi. Benedicto XVI “Ambas – justicia y gracia – han de ser vistas en su justa relación interior. La gracia no excluye la justicia. No convierte la injusticia en derecho. No es un cepillo que borra todo, de modo que cuanto se ha hecho en esta tierra acabe por tener siempre igual valor. Contra ese tipo de cielo y de gracia ha protestado con razón, por ejemplo, Dostoëvskij en su novela Los Hermanos Karamazov. Al final los malvados, en el banquete eterno, no se sentarán indistintamente a la mesa junto a las víctimas, como si no hubiera pasado nada.” Lo que profesa la fe cristina es precisamente que “Al morir cada hombre recibe en su alma inmortal su retribución eterna..” y que “todos los hombres comparecerán con sus cuerpos en el día del juicio ante el tribunal de Cristo, para dar cuenta de sus propias acciones” (CEC, p. 1051 y 1058), y asumir y profesar eso requiere valor, sabiendo que ser cristiano significa seguir a Cristo y eso significa tomar la cruz y subir con Él al Calvario, y que, como señalaba Santa Teresa, “Creer que (el Señor) admite a Su amistad a gente regalada y sin trabajos es disparate.”

No, creo que no hay nada de elitista en ser ateo, y por eso puedo decir, con palabras de Benedicto XVI (Roma 9 enero 2012), que “Lo que me llena de estupor no es la incredulidad sino la fe. Lo que me sorprende no es el ateo, sino el cristiano.” 

8 comentarios:

Anónimo dijo...

Me he perdido. ¿He de deducir que, a pesar de la Misericordia infinita del Señor, habrá alguien que no se salve?. ¿Puede ocurrir esto?.

En cuanto a los ateos, su postura la veo facilona: estoy de paso, después nada hay y por consiguiente vivo la vida a mi manera y a todo lo que da la mata. Eso no es valentía, es conformismo, es pasividad. Más valiente veo al que prescinde cosas terrenales, se entrega a hacer el bien a los demás y logra con sus actos paz desinteresadamente. Más valiente todavía al que se aferra al sufrimiento de la Cruz, la hace suya y prescinde de sí para entregarse a los demás acorde a un mensaje de futuro, esto es, obra acorde a fe.

Desde el foro dijo...

La misericordia de Dios puede ser infinita, pero aceptarla o no está en nuestra mano, por eso dijo Jesús que la blasfemia contra el Espíritu Santo no se perdonaría, porque es esa gracia y esa misericordia, y si nosotros la rechazamos es cosa nuestra. Alguien dijo alguna vez que nuestra sentencia la firmábamos nosotros mismos. Por eso sí, aunque no se hable mucho de ello el infierno existe, es el apartamiento voluntario de Dios por toda la eternidad, y claro que es posible no salvarse si en lugar de arrepentirnos rechazamos el perdón y la misericordia que se nos da.

Dredo dijo...

Vivimos ligados a la muerte, no hoy, de siempre. Con la muerte se define la vida, una vez que la cápsula física de vida se deteriora es imposible mantener la vida corporal y se produce la muerte sensorial, continuando el espíritu su andadura sin ligazón física, supracorporal. La muerte supone entonces el perfecto final para un cuerpo corruptible y el perfecto inicio de una vida espirtual libre de carne, libre de necesidades fisiológicas pero sujeta a unos mandamientos de perfección espiritual que se labran en la vida tal y como la concebimos, la corporal. No hay que temer a la muerte hay que temer al modo en que hemos dirigido nuestras vidas. Tanta plenitud de vida tras la muerte es la que deberia hacernos reflexionar, evitando el vacio de las pasiones absurdamente justificado por el temor a la nada, definida siempre desde y a partir del ser, material o espiritual.

Anónimo dijo...

Discrepo. El alma no ve, ni huele, no podría sobrevivir. La prueba en vida la tenemos al dormir. Cuando dormimos, mente y cuerpo descansan, hay un estado de subconsciencia, de sueños, de actividad mental desenfrenada pero onírica que nos lleva a situaciones anormales como volar o correr hacia atrás a velocidades superiores a las de un avión, imposible. Si hubiera alma, en ese estado de sueño, sentiría por su lado mientras que cuerpo y mente lo harían por el suyo, cosa que no ocurre, no hay doble percepción, doble existencia o doblez sensorial.

Desde el foro dijo...

Hola Dredo, sí, efectivamente, a lo que hay que temer es a lo que hacemos con nuestras vidas, y un matiz, sin olvidar lo que profesamos cada vez que recitamos el credo, la resurrección de la carne al final de los tiempos.

Desde el foro dijo...

Discrepo, Anónimo, no somos una especie mixta de dos naturalezas (material y espiritual) yuxtapuestas de alguna manera, sino almas encarnadas formando una unidad, y por eso, como dices, no existe esa doble percepción "esquizofrénica" que en tal caso existiría, ya estuviéramos despiertos o dormidos.

Dredo dijo...

Pero, ¿qué carne?. La que teníamos, tras la muerte se ha convertido en ceniza, bien por un proceso lento o acelerado a través de la incineración. Tengo entendido que el cuerpo que habrá será "glorioso", si bien no entiendo que deba tener la misma imagen o similar a la actual. ¿Qué opinas José Ignacio?.

Desde el foro dijo...

Hola Dredo, no sabemos exactamente cómo será, como no sabemos cómo será exactamente ese nuevo ámbito de la vida que significa un ser con Dios, y como ni siquiera podemos tener una idea de lo que será la vida eterna, que, ahora mismo, somos incapaces de imaginar mas que como una interminable sucesión de días, algo tan insoportable como alejado de lo que debe ser. Será un nuevo cuerpo, glorioso, sin las limitaciones fruto de nuestra naturaleza corruptible, en un mundo nuevo, como deja ver el Apocalipsis. Es imposible de imaginar cómo será porque seguro que excede infinito de cuanto podamos imaginar, de tan limitados que somos.