Ya me he referido en alguna ocasión a la doctrina social de
la Iglesia, como cuando me referí a las reacciones, algunas curiosas, al discurso,
con una fuerte carga social, del Papa Francisco en el Parlamento Europeo el
pasado 25 de noviembre, y puesto que acaba de pasar el 1 de mayo, día del
trabajo para todos, y festividad de San José Obrero para los cristianos, es un
buen momento para referirse a esta realidad desde el punto de vista cristiano,
lo que dice la doctrina social de la Iglesia sobre el trabajo, que, junto con la familia, aparece ya en el Génesis [“Bendijo Dios [a Adán y a Eva] y les dijo: Sed fecundos, y multiplicaos, y llenad
al tierra y sometedla: dominad en los peces del mar, en la aves del cielo y en
todo animal que serpea sobre la tierra”], y no como un castigo divino a sobrellevar, porque
es un encargo de Dios a nuestros primeros padres que es previo a su pecado, y
que es parte esencial de su ser persona en el mundo. El Papa Francisco, en su
catequesis de mayo de 2013,
coincidiendo con la festividad de San José Obrero, se refirió a este texto
señalando que ”El trabajo forma parte del plan de amor de Dios: nosotros
estamos llamados a cultivar y custodiar todos los bienes creados, y de este
modo participamos en la obra de la creación. El trabajo es un elemento
fundamental para la dignidad de una persona… nos hace semejantes a Dios, que ha
trabajado y trabaja, actúa siempre; da la capacidad de mantenerse a si mismo, a
la propia familia, de contribuir al crecimiento de la propia Nación.”
A esta realidad, se había
referido poco antes el Santo Padre, ante el Pontificio Consejo Justicia y Paz,
el 2 de octubre de 2014, una fecha que coincidía con el quinto aniversario de
la publicación de la Encíclica de Benedicto XVI “Caritas in veritate”, calificada por el Papa como “un documento clave para la
evangelización de lo social, que da valiosas orientaciones sobre al presencia
de los católicos en la sociedad, las instituciones, la economía, las finanzas y
la política”; y no se trata, como decía la
misma encíclica, de que la Iglesia tenga soluciones técnicas que ofrecer,
ni las tiene ni es su cometido tenerlas, entre otras cosas porque no es su
misión mezclarse en la política de los Estados, pero sí tiene “una misión de
verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a
medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad se cae en una
visión empirista y escéptica de la vida, incapaz de elevarse sobre la praxis,
porque no está interesada en tomar en consideración los valores —a veces ni
siquiera el significado— con los cuales juzgarla y orientarla.”
Y esa misión de verdad es la que, en relación con el
trabajo, le lleva a denunciar el empleo de los recursos financieros buscando el
beneficio inmediato, especulativo, en vez buscar la sostenibilidad de las
empresas en el largo plazo y su servicio a la economía real, promoviendo
iniciativas económicas que faciliten el acceso al trabajo; a denunciar la explotación del desequilibrio internacional de los
costes laborales, que afecta a millones de personas que viven explotadas con
sueldos misérrimos, y que además de no respetar la dignidad de los que
suministran esa mano de obra barata, destruye el empleo en aquellas regiones en
las que está más protegido; a denunciar la falta de mecanismos de tutela de los
derechos laborales y del medio ambiente, frente a una ideología consumista, que
no se siente responsable ni de las ciudades ni de lo creado, olvidando que
comprar es siempre un acto moral, no solo económico, y que todos como
consumidores tenemos una responsabilidad social específica, que se añade a la
responsabilidad social de las empresas; a denunciar el crecimiento de la
desigualdad y la pobreza que ponen en peligro la democracia inclusiva y
participativa, que siempre presupone una economía y un mercado que no excluya a
los más débiles y que sea justo; a reclamar la necesidad de superar las causas
estructurales de la desigualdad y la pobreza, a través de instrumentos básicos
para la inclusión social de los más necesitados, como son la educación, el
acceso a la atención sanitaria y el trabajo para todos; a defender la necesidad
de un Estado de derecho social, que no debe ser desmantelado, y la necesidad de
considerar el trabajo como un derecho fundamental, no como una variable
dependiente de los mercados financieros y monetarios, rechazando todas aquellas
ideas que pretenden aumentar la rentabilidad a costa de la restricción del
mercado del trabajo, creando nuevos excluidos y atentando contra la dignidad de
la persona, contra la familia, contra la realización del bien común y contra la
paz…, y así podríamos seguir.
Se trata de que el trabajo, independientemente
de su mayor o menor valor objetivo, es expresión esencial de la persona, y cualquier
forma de materialismo y de economicismo que intente reducir al trabajador a un
mejor instrumento de producción, a
simple fuerza de trabajo, a un valor exclusivamente material, acaba por
desnaturalizar la esencia del trabajo, privándolo de su finalidad más noble y
profundamente humana, porque es el hombre – con la dignidad inmensa que le
confiere su condición de hijo de Dios - la medida de la dignidad del trabajo, y
no al revés. Y se trata de que “La educación y el empleo, el acceso al
bienestar para todos son elementos clave para el desarrollo y la justa
distribución de los bienes, tanto para lograr la justicia social, como para
pertenecer a la sociedad y para participar libre y responsablemente en la vida
política, entendida como la gestión de la res publica'', como
ha dicho el Papa Francisco, y antes, de una u otra forma, Benedicto XVI, Juan Pablo II, Pablo
VI…, porque no es cosa de un Papa o de dos, es doctrina social de la Iglesia,
que tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancias a
favor de una sociedad a la medida del hombre, de su dignidad y de su vocación,
que es garantía de libertad y de un desarrollo humano integral.
A todos nos va mucho en ello.
A todos nos va mucho en ello.
Como ya dije en otra ocasión, merece la pena
conocerla.
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