domingo, 3 de mayo de 2015

El trabajo, una exigencia de dignidad, justicia y libertad




Ya me he referido en alguna ocasión a la doctrina social de la Iglesia, como cuando me referí a las reacciones, algunas curiosas, al discurso, con una fuerte carga social, del Papa Francisco en el Parlamento Europeo el pasado 25 de noviembre, y puesto que acaba de pasar el 1 de mayo, día del trabajo para todos, y festividad de San José Obrero para los cristianos, es un buen momento para referirse a esta realidad desde el punto de vista cristiano, lo que dice la doctrina social de la Iglesia sobre el trabajo, que, junto con la familia, aparece ya en el Génesis [“Bendijo Dios [a Adán y a Eva] y les dijo: Sed fecundos, y multiplicaos, y llenad al tierra y sometedla: dominad en los peces del mar, en la aves del cielo y en todo animal que serpea sobre la tierra”], y no como un castigo divino a sobrellevar, porque es un encargo de Dios a nuestros primeros padres que es previo a su pecado, y que es parte esencial de su ser persona en el mundo. El Papa Francisco, en su catequesis de mayo  de 2013, coincidiendo con la festividad de San José Obrero, se refirió a este texto señalando que ”El trabajo forma parte del plan de amor de Dios: nosotros estamos llamados a cultivar y custodiar todos los bienes creados, y de este modo participamos en la obra de la creación. El trabajo es un elemento fundamental para la dignidad de una persona… nos hace semejantes a Dios, que ha trabajado y trabaja, actúa siempre; da la capacidad de mantenerse a si mismo, a la propia familia, de contribuir al crecimiento de la propia Nación.”

A esta realidad, se había referido poco antes el Santo Padre, ante el Pontificio Consejo Justicia y Paz, el 2 de octubre de 2014, una fecha que coincidía con el quinto aniversario de la publicación de la Encíclica de Benedicto XVI “Caritas in veritate”, calificada por el Papa como “un documento clave para la evangelización de lo social, que da valiosas orientaciones sobre al presencia de los católicos en la sociedad, las instituciones, la economía, las finanzas y la política”; y no se trata, como decía la misma encíclica, de que la Iglesia tenga soluciones técnicas que ofrecer, ni las tiene ni es su cometido tenerlas, entre otras cosas porque no es su misión mezclarse en la política de los Estados, pero sí tiene “una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancia en favor de una sociedad a medida del hombre, de su dignidad y de su vocación. Sin verdad se cae en una visión empirista y escéptica de la vida, incapaz de elevarse sobre la praxis, porque no está interesada en tomar en consideración los valores —a veces ni siquiera el significado— con los cuales juzgarla y orientarla.”

Y esa misión de verdad es la que, en relación con el trabajo, le lleva a denunciar el empleo de los recursos financieros buscando el beneficio inmediato, especulativo, en vez buscar la sostenibilidad de las empresas en el largo plazo y su servicio a la economía real, promoviendo iniciativas económicas que faciliten el acceso al trabajo; a denunciar la explotación del desequilibrio internacional de los costes laborales, que afecta a millones de personas que viven explotadas con sueldos misérrimos, y que además de no respetar la dignidad de los que suministran esa mano de obra barata, destruye el empleo en aquellas regiones en las que está más protegido; a denunciar la falta de mecanismos de tutela de los derechos laborales y del medio ambiente, frente a una ideología consumista, que no se siente responsable ni de las ciudades ni de lo creado, olvidando que comprar es siempre un acto moral, no solo económico, y que todos como consumidores tenemos una responsabilidad social específica, que se añade a la responsabilidad social de las empresas; a denunciar el crecimiento de la desigualdad y la pobreza que ponen en peligro la democracia inclusiva y participativa, que siempre presupone una economía y un mercado que no excluya a los más débiles y que sea justo; a reclamar la necesidad de superar las causas estructurales de la desigualdad y la pobreza, a través de instrumentos básicos para la inclusión social de los más necesitados, como son la educación, el acceso a la atención sanitaria y el trabajo para todos; a defender la necesidad de un Estado de derecho social, que no debe ser desmantelado, y la necesidad de considerar el trabajo como un derecho fundamental, no como una variable dependiente de los mercados financieros y monetarios, rechazando todas aquellas ideas que pretenden aumentar la rentabilidad a costa de la restricción del mercado del trabajo, creando nuevos excluidos y atentando contra la dignidad de la persona, contra la familia, contra la realización del bien común y contra la paz…, y así podríamos seguir.

Se trata de que el trabajo, independientemente de su mayor o menor valor objetivo, es expresión esencial de la persona, y cualquier forma de materialismo y de economicismo que intente reducir al trabajador a un mejor instrumento de producción,  a simple fuerza de trabajo, a un valor exclusivamente material, acaba por desnaturalizar la esencia del trabajo, privándolo de su finalidad más noble y profundamente humana, porque es el hombre – con la dignidad inmensa que le confiere su condición de hijo de Dios - la medida de la dignidad del trabajo, y no al revés. Y se trata de que “La educación y el empleo, el acceso al bienestar para todos son elementos clave para el desarrollo y la justa distribución de los bienes, tanto para lograr la justicia social, como para pertenecer a la sociedad y para participar libre y responsablemente en la vida política, entendida como la gestión de la res publica'', como ha dicho el Papa Francisco, y antes, de una u otra forma,  Benedicto XVI, Juan Pablo II, Pablo VI…, porque no es cosa de un Papa o de dos, es doctrina social de la Iglesia, que tiene una misión de verdad que cumplir en todo tiempo y circunstancias a favor de una sociedad a la medida del hombre, de su dignidad y de su vocación, que es garantía de libertad y de un desarrollo humano integral. 

A todos nos va mucho en ello.

Como ya dije en otra ocasión, merece la pena conocerla.

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