A mediados del pasado mes de marzo era noticia en
algunos medios de comunicación que tres jueces británicos habían sido
expulsados, y uno más había dimitido antes de que lo expulsaran, por razón de
que en el transcurso de una investigación, de la que no se informaba cuál era
su objeto, resultó que accedían a material pornográfico desde sus ordenadores
de trabajo, lo cual no es que sea en sí mismo ilegal, es decir, que no incluía
menores u otro contenido ilegal, pero la Oficina de Investigación de Conducta
Judicial británica que llevó adelante el procedimiento disciplinario consideró
que estos jueces habían hecho un mal uso inexcusable de sus cuentas de Internet
pagadas por los contribuyentes, y que se trataba de una “conducta totalmente
inaceptable para un miembro de la judicatura”, y de desprestigio del sistema judicial.
No se si tal decisión, que creo muy razonable, habrá
suscitado algún debate en el Reino Unido, pero aquí sí que asistí a un pequeño
debate en redes sobre si dicho comportamiento era motivo suficiente o no para
expulsar a un juez de la carrera judicial, y si hay algo que me llamó la
atención fueron las opiniones de quienes arremetían contra estos jueces por
haber utilizado para tales menesteres medios públicos, los ordenadores y el
acceso a Internet, y tiempo de trabajo remunerado por el contribuyente, eso sí,
enfatizando que no entraban en cuestiones de “moral” por el hecho de que se
tratara de material pornográfico, llegando a afirmar algunos a una pregunta
directa que sí, que tanto les daba si se gozaban viendo porno o jugando al Candy
Crush.
A ver, no quiero referirme ahora a si ser consumidor
de porno es o no malo. En realidad es un desorden individual cuyos daños no se
quedan en la privacidad del usuario, ni tan siquiera de su relación de pareja,
sino que tiene cada vez más claros y estudiados costes sociales; recuerdo a
este respecto un capítulo de la serie “Friends” que trataba el tema con un
humor no exento de crítica, en el que dos amigos que descubren tener porno
gratis en su TV, no pueden desengancharse, y terminan sorprendidos de que las
mujeres con las que se relacionaron durante el día no reaccionaran como las
actrices de esas películas. Pero insisto, no se trata de eso ahora, sino de que
la moral, o la ética, tienen un campo mucho más amplio que la sexualidad, no se
circunscribe a ella, sino que se refieren al conjunto de reglas o normas por
las que se rige y juzga la conducta de un ser humano en una sociedad, y atañe
por tanto al bien y al mal; y si es cierto que la exigencia de un
comportamiento moralmente honesto en el trabajo implica, sin duda, no dedicar ese
tiempo a otros entretenimientos, con independencia de quién pague la nómina,
ello implica un elevado nivel de exigencia moral que parece chocar frontalmente
con la laxitud con la que se juzga el hecho de que a lo que se dedique sea a
ver pornografía, bajo el amparo del sacrosanto principio de respeto a la vida
privada, como si esta pudiera ser un ámbito separado, exclusivo y excluyente,
independiente de la relaciones familiares y sociales, de la vida pública.
Traía a colación en otra entrada, “Arsénico
por compasión”, unas palabras de Chesterton [Ortodoxia, Cap. III], en las
que afirmaba que la gente de hoy no es que sea perversa, lo que ocurre es que
está llena de absurdas virtudes supervivientes: “Cuando alguna teoría
religiosa es sacudida, como lo fue el cristianismo en la reforma, no solo los
vicios quedan sueltos. Claro que los vicios quedan sueltos y vagan causando
daños por todas partes; pero también quedan sueltas las virtudes, y estas vagan
con mayor desorden y causan todavía mayores daños. Pudiéramos decir que el
mundo moderno está poblado por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto
locas. Y se han vuelo locas, de sentirse aisladas y de verse vagando solas.”
Pues parece que este es un buen momento para traerlas
de nuevo a colación, porque al juzgar estas personas el comportamiento de estos
jueces hacían exhibición y defensa de un puritanismo, en el sentido de
rigurosidad moral, que llamaba la atención, por lo selectivo (solo afectaba a
los trabajadores públicos, por ser pagados por los contribuyentes), y por lo
despistado, si no desquiciado, al equiparar un inocente entretenimiento como
puede ser el Candy Crush, o el Facebook, con el consumo de pornografía,
subsumido todo ello en el delito mayor cometido por estos hombres – según esta
categorización moral - que era haberlo hecho en el tiempo y con el ordenador de
su trabajo, por lo que esto implicaba de engaño al contribuyente.
Como dijo Aquel, contra quienes – como algunos
escribas y fariseos - eran tan observadores de las minucias de la Ley y de las
Tradiciones, y se olvidaban del mandamiento fundamental del amor, equivocando
las prioridades: “¡Guías ciegos que coláis un mosquito y os tragáis un
camello.” … urge reordenar las ideas y los
principios, y darles su justo valor, para evitar causar mayores estropicios en
las personas, en las familias y en la sociedad.
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