sábado, 11 de abril de 2015

Puritanismo desquiciado


A mediados del pasado mes de marzo era noticia en algunos medios de comunicación que tres jueces británicos habían sido expulsados, y uno más había dimitido antes de que lo expulsaran, por razón de que en el transcurso de una investigación, de la que no se informaba cuál era su objeto, resultó que accedían a material pornográfico desde sus ordenadores de trabajo, lo cual no es que sea en sí mismo ilegal, es decir, que no incluía menores u otro contenido ilegal, pero la Oficina de Investigación de Conducta Judicial británica que llevó adelante el procedimiento disciplinario consideró que estos jueces habían hecho un mal uso inexcusable de sus cuentas de Internet pagadas por los contribuyentes, y que se trataba de una “conducta totalmente inaceptable para un miembro de la judicatura”, y de desprestigio del sistema judicial.

No se si tal decisión, que creo muy razonable, habrá suscitado algún debate en el Reino Unido, pero aquí sí que asistí a un pequeño debate en redes sobre si dicho comportamiento era motivo suficiente o no para expulsar a un juez de la carrera judicial, y si hay algo que me llamó la atención fueron las opiniones de quienes arremetían contra estos jueces por haber utilizado para tales menesteres medios públicos, los ordenadores y el acceso a Internet, y tiempo de trabajo remunerado por el contribuyente, eso sí, enfatizando que no entraban en cuestiones de “moral” por el hecho de que se tratara de material pornográfico, llegando a afirmar algunos a una pregunta directa que sí, que tanto les daba si se gozaban viendo porno o jugando al Candy Crush.

A ver, no quiero referirme ahora a si ser consumidor de porno es o no malo. En realidad es un desorden individual cuyos daños no se quedan en la privacidad del usuario, ni tan siquiera de su relación de pareja, sino que tiene cada vez más claros y estudiados costes sociales; recuerdo a este respecto un capítulo de la serie “Friends” que trataba el tema con un humor no exento de crítica, en el que dos amigos que descubren tener porno gratis en su TV, no pueden desengancharse, y terminan sorprendidos de que las mujeres con las que se relacionaron durante el día no reaccionaran como las actrices de esas películas. Pero insisto, no se trata de eso ahora, sino de que la moral, o la ética, tienen un campo mucho más amplio que la sexualidad, no se circunscribe a ella, sino que se refieren al conjunto de reglas o normas por las que se rige y juzga la conducta de un ser humano en una sociedad, y atañe por tanto al bien y al mal; y si es cierto que la exigencia de un comportamiento moralmente honesto en el trabajo implica, sin duda, no dedicar ese tiempo a otros entretenimientos, con independencia de quién pague la nómina, ello implica un elevado nivel de exigencia moral que parece chocar frontalmente con la laxitud con la que se juzga el hecho de que a lo que se dedique sea a ver pornografía, bajo el amparo del sacrosanto principio de respeto a la vida privada, como si esta pudiera ser un ámbito separado, exclusivo y excluyente, independiente de la relaciones familiares y sociales, de la vida pública.

Traía a colación en otra entrada, “Arsénico por compasión”, unas palabras de Chesterton [Ortodoxia, Cap. III], en las que afirmaba que la gente de hoy no es que sea perversa, lo que ocurre es que está llena de absurdas virtudes supervivientes: “Cuando alguna teoría religiosa es sacudida, como lo fue el cristianismo en la reforma, no solo los vicios quedan sueltos. Claro que los vicios quedan sueltos y vagan causando daños por todas partes; pero también quedan sueltas las virtudes, y estas vagan con mayor desorden y causan todavía mayores daños. Pudiéramos decir que el mundo moderno está poblado por las viejas virtudes cristianas que se han vuelto locas. Y se han vuelo locas, de sentirse aisladas y de verse vagando solas.”

Pues parece que este es un buen momento para traerlas de nuevo a colación, porque al juzgar estas personas el comportamiento de estos jueces hacían exhibición y defensa de un puritanismo, en el sentido de rigurosidad moral, que llamaba la atención, por lo selectivo (solo afectaba a los trabajadores públicos, por ser pagados por los contribuyentes), y por lo despistado, si no desquiciado, al equiparar un inocente entretenimiento como puede ser el Candy Crush, o el Facebook, con el consumo de pornografía, subsumido todo ello en el delito mayor cometido por estos hombres – según esta categorización moral - que era haberlo hecho en el tiempo y con el ordenador de su trabajo, por lo que esto implicaba de engaño al contribuyente.

Como dijo Aquel, contra quienes – como algunos escribas y fariseos - eran tan observadores de las minucias de la Ley y de las Tradiciones, y se olvidaban del mandamiento fundamental del amor, equivocando las prioridades: “¡Guías ciegos que coláis un mosquito y os tragáis un camello.” … urge reordenar las ideas y los principios, y darles su justo valor, para evitar causar mayores estropicios en las personas, en las familias y en la sociedad.   

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