lunes, 26 de enero de 2015

Es el fundamentalismo, idiotas.

Perdón si el título parece un poco agresivo, pero solo parafraseo el de un artículo de Arturo Pérez Reverte (“Es la guerra santa, idiotas”), en el que se refería especialmente al Islam y a la Yihad, pero que aprovecha, como cabía esperar de él, para cargar contra todas las religiones. Es del pasado septiembre pero ha vuelto a circular por las redes a raíz del atentado del 7 de enero en París contra la revista “Charlie Hebdò”, y que junto a la lógica repulsa contra un atentado criminal, injustificable, ha dado origen a manifestaciones de todo tipo, contra el Islam claro, pero también contra todas las religiones, a las que se presenta, sin distinción (“curas, imanes, sacerdotes o como queramos llamarlos, con turbante o sin él”), como un poder arcaico y peligroso que induce a la violencia asesina, además de un movimiento paralelo en defensa de la sacrosanta libertad de expresión, y aglomeraciones masivas para comprar el último número de esa revista, que ha elevado su tirada, normalmente entre cincuenta y cien mil ejemplares, a siete millones, y no me extrañaría – en todas partes se cuecen tontos - que alguien hubiera pensado concederle la distinción de oficial de la Legión de Honor.

Esos descerebrados fundamentalistas no esperaban tal reacción, y sin embargo, y pese a la natural repugnancia de tales asesinatos, no puedo sumarme a ese movimiento, “Je suis Charlie”, que ha recorrido calles y redes sociales, como si tal publicación fuera el paradigma y baluarte de la libertad de expresión y por ende de nuestra civilización occidental, ni puedo admitir la identificación de religión con fundamentalismo, como si fuera un axioma que éste sólo puede darse dentro del ámbito de lo religioso.

A ver, dejando aparte el problema de si es posible o no la representación gráfica del profeta, que el Islam parece rechazar, junto a viñetas en las que se distingue claramente al Islam de la barbarie de los fundamentalistas islámicos, que serían respetuosas con el profeta y con los musulmanes – que son las que “valientemente” han reproducido algunos medios de comunicación estos días -, hay otras en las que, por ejemplo, se presenta al profeta desnudo y con el culo en pompa, jactándose del mismo, lo que es gratuitamente ofensivo, siendo mucho más vomitivas sin parangón, e irreproducibles, ni para criticarlas, las que ha dedicado en tantas ocasiones a los cristianos, dibujando a la Virgen María tras ser violada por los tres Reyes Magos, o a las tres personas de la Santísima Trinidad sodomizándose mutuamente, por poner unos ejemplos.

Lo siento si alguien se siente ofendido, pero hay que tener las ideas muy poco claras para pensar que en eso consiste la libertad de expresión, reivindicando un supuesto “derecho a la blasfemia” como corolario de ese derecho, y no tiene nada que ver que la respuesta nunca pueda ser la violencia; el derecho a la libertad de expresión es evidente que no se refiere a la barbarie y a la violencia del insulto gratuito, como es evidente que hay una frontera entre la sátira y el insulto (la diferencia la marca la inteligencia), que ha sido rebasada en no pocas ocasiones por las groseras viñetas de esa publicación, innecesariamente ofensivas para tantas personas que profesan una religión.

Además, y hay que decirlo, hay una buena dosis de hipocresía en esa defensa a ultranza de la libertad de expresión, porque con la misma energía con la que se defiende frente a lo que se consideran viejas ortodoxias, como la religión – por más que sea un derecho fundamental reconocido –, se rechaza cuando lo que se ponen en solfa son las nuevas ortodoxias de nuestra sociedad posmoderna y liberal: el matrimonio homosexual, la misma homosexualidad (el pasado martes, sin ir más lejos, era noticia la censura de la murga de Santa Cruz, “Ni fu ni fa”, afirmando el colectivo LGBT - con una desvergüenza sin parangón - y el Concejal de festejos, que es que el humor debe tener límites), la ideología de género, el feminismo radical, el derecho a abortar, o a concebir personalmente o por vientre ajeno, el derecho a una vida digna, para justificar la eugenesia o la eutanasia, el cambio climático, etc. Y si bien es cierto que en estos casos no se incurre en la violencia del asesinato a tiros, también lo es que en muchos casos tienen sus propios muertos, que a nadie importan porque se practican asépticamente entre las blancas paredes de una clínica, y que se crea un clima social de intolerancia, de desprecio por cualquiera que se atreva cuestionar esas nuevas ortodoxias, que, aparte la censura, en muchos casos puede incluir la muerte civil y/o profesional, o la cárcel.

Pero es que, además, no se puede confundir la religión con una patología de la misma, como es el fundamentalismo religioso, que es siempre una falsificación de la religión, porque en esa ecuación el problema a eliminar es el fundamentalismo – la exigencia intransigente de sometimiento a una doctrina o práctica, por métodos violentos, que no tienen por qué ser sólo físicos -, y éste no se circunscribe al hecho religioso sino que puede abarcar otros campos del pensamiento y de las ideas. Por supuesto nadie puede ni debe matar en nombre de Dios, eso es una aberración, pero tampoco en nombre de “la luz de la razón”, de la república o la revolución, del "hombre nuevo", del laicismo, del feminismo, de la ideología de género, del derecho a decidir o a concebir, o del derecho a una vida digna. ¿Acaso no es cierto que muchas de estas ideas, como antes señalaba, tienen sus propios muertos? ¿Cuantas veces – sin ir más lejos - Pérez Reverte se ha lamentado de que la guillotina no acabara en su tiempo con la mitad de la población española?, y es algo que a mí se me antoja de un fundamentalismo tan fanático como aquel contra el que predica, aunque no lleve turbante, como traté en L`ami du peuple sobre el aplastamiento de La Vendee, precedente de otros genocidios laicos ejecutados en nombre de la raza, la igualdad, la revolución, o lo que sea.

No, el problema no es la religión, sino el fundamentalismo cualquiera que sea la causa en la que busque amparo, y la libertad de expresión mal concebida puede terminar convirtiéndose en un instrumento violento y perverso a su servicio, que genere a su vez más violencia; libertad de expresión sí, claro, para exponer y debatir ideas, conceptos, razones de nuestras creencias o increencias, sueños…, pero no para ofender e insultar, y el que no sepa  distinguir entre ambas cosas es que tiene un problema.

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