domingo, 9 de febrero de 2014

#ElTrenDeLaLibertad



El pasado fin de semana hubo manifestaciones en algunas ciudades, protagonizadas por diversos colectivos feministas y pro-abortistas, a favor de mantener la vigente “Ley de salud sexual y reproductiva, y de interrupción voluntaria del embarazo”, es decir, de la ley del aborto, y en contra de la propuesta para su reforma anunciada por el actual ministro de Justicia, señor Ruiz Gallardón; dichas manifestaciones se realizaron bajo el nombre de “El tren de la libertad” – en las redes sociales circuló con el hashtag que sirve de título a esta entrada-, reivindicando el aborto libre y gratuito, “porque yo decido”, con la pancarta que es posible ver al comienzo, ilustrando esta entrada.

No se a vosotros, pero a mi, esa pancarta de un tren humeante, dibujada con los trazos infantiles de ese niño cuya vida reclaman que quede a merced de la libre voluntad de la madre en cuyo seno es concebido, me ha parecido siniestra, muy siniestra, y terriblemente evocadora, porque me ha recordado los trenes de la muerte nazis, esos trenes que condujeron a millones de judíos a los campos de exterminio. ¿Que esa comparación es una barbaridad? Pues mira, yo no estaría tan seguro. Sí que es cierto que en este caso no se trata de un proceso sistematizado de limpieza étnica pero, como en el programa nazi Aktion T4, sí que hay, por ejemplo, razones de control de población (feminismo radical, ideología de género, ambientalistas y neomalthusianos se dan aquí la mano), y de eliminación eugenésica de seres humanos, que no responden a un estándar de calidad, y cuya vida, que se presume será improductiva, se considera que no es digna y que no merece la pena ser vivida, además de que su atención sanitaria – como ha dicho esta pasada semana una concejala socialista con toda claridad - es “costosísima” para las arcas públicas. Y sí, es cierto que ese proceso de eliminación no lo impone ahora el Estado como hizo el régimen nazi, pero eso solo significa que estamos, moralmente, peor que entonces porque - esto es lo más grande – ahora lo hacemos nosotros solos y en nombre de la "compasión" y la libertad. Y si hablamos de números, en España se han producido, desde su legalización en 1985, más de dos millones de abortos, es decir, más de dos millones de muertos; hay muchas ciudades, y provincias enteras, que no tienen esa población.

Pero es sobre todo el lenguaje, lo que se dice y cómo se dice, y lo que no se dice. Por ejemplo, las tropas de la SS que se encargaban de vaciar los ghettos y poblaciones de los territorios ocupados, nunca informaron a los prisioneros del destino de los trenes, y solo les decían que serían conducidos a campos de trabajo y labores agrícolas en territorios ocupados, y las deportaciones fueron presentadas como “reasentamientos” de la población judía en esos campos, en uno de los cuales (Auschwitz) se podía leer a la entrada “Arbeit macht frei”, “el trabajo os hará libres”; se trataba de una gran mentira, un ejercicio de cinismo que tiene muchas similitudes con el ejercido por los grupos pro-abortistas que se manifestaron tras esa pancarta de trazos infantiles reclamando libertad.

Y es que no tiene ningún sentido, salvo crear confusión, afirmar como afirman que esa vida en estado de gestación no es una persona, porque ese es un concepto jurídico que no cabe confundir con el de ser humano; y no tiene ningún sentido racional afirmar que sea un ser humano, o no sea tal, dependiendo de la voluntad o de los sentimientos de su madre, que sea o no deseado, porque eso no modifica la realidad de su existencia y condición, y la ciencia tiene muy claro que el embrión es uno de nosotros; y es un claro ejercicio de cinismo en el uso del lenguaje hablar de la interrupción del embarazo, poniendo el acento en el proceso de gestación, en lugar de en el sujeto protagonista de ese proceso, que es un ser humano, siendo evidente que la interrupción del proceso lleva consigo la muerte del mismo; y es otro ejercicio de cinismo hablar de “el tren de la libertad”, y afirmar como eslogan “porque yo decido”, en abstracto, como si se tratara de una simple reafirmación de la libertad de la mujer que no tuviera nada que ver con la vida de un ser humano distinto de ellas, porque en definitiva se trata de la “libertad”…para matar, o no matar, “porque yo decido”…matar, o no matar. Me decían en Twitter que esa no era la cuestión, que la estaba desviando; no señores míos, es que ese es precisamente el tema, y quienes lo desvían son quienes construyen su discurso al margen de la realidad.

Como señala el Papa Francisco en “Evangelii Gaudium”, existe una “tensión bipolar entre la idea y la realidad. La realidad simplemente es, la idea se elabora. Entre las dos se debe instaurar un diálogo constante, evitando que la idea termine separándose de la realidad. Es peligroso vivir en el reino de la sola palabra, de la imagen, del sofisma. De ahí que haya que postular un tercer principio: la realidad es superior a la idea…La idea – las elaboraciones conceptuales – está en función de la captación, la comprensión y la conducción de la realidad.” Es verdad, el  sueño de la razón produce monstruos, es decir, la razón que pretende ser autosuficiente, que se instala en el sofisma y es incapaz de atender al sentido de la realidad de las cosas, es la que produce esos monstruos, y los monstruos paridos por las mentes de quienes parten del principio de que si la realidad no se ajusta a su sueño o a su idea, tanto peor para la realidad, adquieren a veces caracteres siniestros, como ese “tren de la libertad” para abortar.

No, que no me digan que la comparación es una barbaridad porque, como en el caso de los trenes nazis, el llamado tren de la libertad tiene la misma parada y destino final, la muerte.

ADENDA: Mientras pertrecho estas líneas leo la noticia de que hay un proyecto de ley, que puede ser aprobado próximamente por el parlamento Belga, y que goza de un apoyo mayoritario de la población, para permitir la eutanasia de niños; y es que en el matar, como en el rascar, todo es empezar, y una vez eliminados determinados principios morales, no hay límites para la cultura de la muerte.

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