Esta pasada
semana, el 13 de febrero, la cámara baja del parlamento belga – siguiendo los
pasos de Holanda - aprobaba por mayoría extender el derecho a la eutanasia
activa a los niños, sometida, en teoría al menos, a una serie de condiciones
estrictas como son que estén sufriendo una enfermedad terminal, que se
enfrenten a un sufrimiento físico constante e insoportable que no pueda ser
aliviado, que un psicólogo determine si el paciente es libre para tomar la
decisión de morir, y el consentimiento de los padres.
Me pareció que
se trataba de un paso más en un camino peligroso, como ya he comentado en este
foro en alguna otra ocasión (Caminos
paralelos), y así lo comenté en Twitter, con un titular que, reconozco que
podría no ser muy elegante (“En el matar, como en el rascar, todo es empezar”),
pero sí expresivo de la idea que quería transmitir en los escasos caracteres
que permite ese medio al dar traslado de la noticia, y es que, una vez
eliminadas ciertas barreras morales es muy difícil detener el deslice una vez
que la sociedad se ha adentrado en el camino resbaladizo del suicidio asistido
por el doctor. Un tuitero, con el que tuve un cordial intercambio de pareceres
después de llamarme “talibán” (y no es una ironía, creo que vimos nuestros
respectivos perfiles, y que podíamos seguir hablando) me hizo llegar un enlace
sobre el denominado “Slippery_slope”,
(pendiente deslizante), para indicarme –creo- que yo estaba utilizando esa
falacia argumental clásica de la retórica, también conocido como efecto dominó.
No, no es
ninguna falacia, y aquí es España podemos observar sin dificultad, en relación
con el aborto, la evolución, jurídica y social, desde la despenalización de una
conducta calificada de “excepcional”, en supuestos absolutamente excepcionales,
por la Ley 9/1985 de despenalización del aborto, a la privación del derecho a
al vida del art. 15 CE al concebido y no nacido por STC 53/1985, que le
otorgaba la consideración de “bien jurídicamente digno de protección” cuyos
derechos había que ponderar con los derechos de la madre en esos supuestos
excepcionales, hasta una “normalización social” que lleva a su consideración
como un ámbito de libertad de lícito
ejercicio que implica, de facto, el reconocimiento de un derecho
(subjetivo), es decir, en la facultad / potestad de un sujeto – la madre - de exigir a otros
sujetos – Administración y profesionales sanitarios – la eliminación de un
tercer sujeto, el hijo que lleva en sus entrañas, porque existe el derecho,
exigible, a la prestación sanitaria consistente en tal eliminación; y ya no en
esos supuestos excepcionales que se convirtieron de facto en un coladero, sino
con total libertad dentro de los plazos señalados por la Ley Orgánica
2/2010 de 3 de
marzo, de Salud
Sexual y Reproductiva y de Interrupción Voluntaria del Embarazo, calificándose ya por algunos
sectores como un “derecho fundamental” de la mujer.
No, no es
ninguna falacia, y la prueba la tenemos en el camino que ya ha recorrido en esa
dirección Holanda – que ha servido de modelo a Bélgica -, un país en el que, desde que se autorizó en los
años 80, ha pasado de la eutanasia para enfermos terminales a la eutanasia para
enfermos crónicos, de la eutanasia para enfermedades físicas a la eutanasia
para enfermedades psicológicas como la depresión, de la eutanasia voluntaria a
la mayoritariamente involuntaria, un país en el que
los médicos sugieren la eutanasia a pacientes que no la habían solicitado, por
padecer ceguera, diabetes, sida o artritis, y en el que la Sociedad Pediátrica
ha publicado instrucciones sobre la eutanasia para bebés con enfermedades
crónicas o retraso mental, porque no van a llevar una vida “digna”, algo que
recuerda siniestramente a las ideas que informaban el plan nazi Aktion T4.
No, no es
ninguna falacia, y es fácil de imaginar a dónde puede conducir esa pendiente,
cuando es posible leer la noticia de que en Canadá, una país en el que la
eutanasia es de momento ilegal (aunque ha habido un fuerte debate durante los
últimos años, y en la provincia de Québec podría legalizarse próximamente), un
juez ha tenido que recordar recientemente a una familia que la alimentación –
que además no era por medios artificiales, sino de forma natural – a un enfermo
de alzheimer, no es un tratamiento médico, y por lo tanto no implica
obstinación ni ensañamiento terapéutico, sino una medida de mantenimiento y
cuidado básico para cualquier persona.
La
eutanasia, como técnica de liberación de vidas “inaceptables”, no
es en ningún caso una opción, y menos todavía en una cultura, como la que
impera, del “descarte” de los más débiles, de los indefensos, de los excluidos,
de aquellos que llevan una vida poco “digna” para los parámetros de una
sociedad hedonista, en la que se han desactivado en buena medida los frenos
morales, una sociedad en la que la legalización de algunas prácticas médicas
incorrectas, como pueden ser el aborto o la eutanasia, conllevan de forma casi
ineludible su expansión a cada vez más supuestos, en una suerte de pendiente
deslizante en la que cada vez es más difícil detenerse.
2 comentarios:
Perfecto Nacho, completamente de acuerdo, ni una coma que añadir.
Muchas gracias, Javier.
Un cordial saludo
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