domingo, 22 de noviembre de 2015

Delirios escapistas



A raíz del atentado contra la revista “Charlie Hebdò”, me referí en “·Es el fundamentalismo, idiotas”, a las reacciones que suscitó, que, junto a la lógica repulsa, dio lugar a manifestaciones de todo tipo, contra el Islam, y también contra todas las religiones, a las que se presentaba, sin distinción (“curas, imanes, sacerdotes o como queramos llamarlos, con turbante o sin él”), como un poder arcaico y peligroso que induce a la violencia asesina; y lo mismo ha vuelto a ocurrir como consecuencia de los recientes atentados en París, siendo numerosos los comentarios contra las religiones, en particular contra las tres grandes religiones monoteístas, a la que se acusa de contener en sí mismas el germen del fanatismo y la violencia, porque al fin y al cabo, decía Pérez-Reverte, “cuando uno no teme más que a Dios es capaz de cualquier cosa.”

Una expresión gráfica de ese pensamiento es la del “misterioso pianista”, como titularon los medios de comunicación, interpretando frente al Bataclan, en París, la canción de John Lennon, Imagine, “para llamar a la paz y la concordia entre los pueblos”; ya sabes:

Imagine there's no Heaven 

It's easy if you try 

And no Hell below us 

Above us only sky 


Imagine all the people 

Living for today 

Imagine there's no country 

It isn't hard to do 


Nothing to kill or die for
And no religion too
Imagine all the people
Living life in peace 



Sin Cielo y sin Infierno, sin religiones, el hombre solo sobre la tierra con el cielo como único techo, viviendo su vida en paz unos con otros…, “Tu puedes decir que soy un soñador”, sigue la canción, y es posible, pero muy equivocado al vincular la violencia a la existencia de religiones, y la paz universal a su desaparición.

En primer lugar, y habrá que repetirlo, no se puede confundir la religión con una patología de la misma, como es el fundamentalismo religioso, que es una falsificación de la religión, porque en esa simbiosis el problema a eliminar es el fundamentalismo, y éste no se circunscribe al hecho religioso sino que puede abarcar otros campos del pensamiento y de las ideas. Por supuesto nadie puede ni debe matar en nombre de Dios, porque eso es una aberración, pero tampoco en nombre de “la luz de la Razón”, de la república, de la revolución o del laicismo, como también se ha hecho tantas veces desde el aplastamiento de La Vendee al que me referí L`ami du peuple , y que fue precedente de otros genocidios laicos ejecutados en nombre de la raza, la igualdad, la revolución, y tantas otras causas que pretendían reinstaurar el “paraíso en la tierra", aunque para ellos tuvieran que correr ríos de sangre, ejerciendo un fundamentalismo tan fanático como el religioso, aunque no hubiera turbantes, kipás ni crucifijos de por medio.

Y en segundo lugar, no cabe hablar de la irracionalidad de la violencia fundamentalista religiosa, para atacar a las religiones – y a los creyentes - como irracionales y, por tanto, causa de esa violencia, porque ni es cierto, y basta pensar en los millones de creyentes, también del Islam, que la viven y profesan pacíficamente, y son víctimas de esa misma violencia , y porque es un error: ni la Razón excluye la violencia, que no es en si misma racional o irracional, y puede asumir una forma perfectamente racional, ni la Paz expresa la condición originaria de un orden racional, porque es el resultado final de un conflicto entre un orden previo, que quiere ser conculcado, y un orden nuevo que intenta imponerse, a veces mediante un ejercicio calculado – racional – de la violencia.

Como señalaba André Glucksmann (Occidente contra Occidente), sobre lo que denomina el “estado de guerra” general que impone el terrorismo internacional, hay varios delirios con los que, cediendo al pánico causado por la violencia, se intenta ocultar la realidad de este desafío – y todos los hemos visto reproducidos de una u otra forma a raíz de los atentados de París -, el típico antiamericano (anti-occidental) que considera esa violencia como el justo castigo a nuestros pecados - algo habremos hecho -; el ingenuo que la considera patrimonio de marginales sin Estado, olvidando nuestro sangriento sin parangón siglo XX; el insultante que la atribuye a la pobreza, y falta de educación – la violencia se combate con libros - , desconociendo el origen acomodado y culto de tantos terroristas; y, por último, el delirio antimusulmán, que estigmatiza en bloque a mil trescientos millones de personas, como si el integrismo islamista no atacara en primer lugar a los musulmanes, y que - añado – muchos transforman en antirreligioso, por aquello de no discriminar, atribuyendo idéntica peligrosa condición a todas ellas, y enfocándolo como un problema de guerra de religiones que la modernidad debiera solucionar mediante su supresión controlada.

No, no se trata de una guerra de religiones, ni el problema lo causa la existencia de religiones, porque, como señala André Glucksman, “el terrorismo integrista no es el arcaico absceso de fijación en un pasado superado; los ángeles exterminadores surgen de la faz negra, masacrante y nauseabunda de nuestra hipermodernidad. El “hermano” islamista que se sacrifica a si mismo y a los demás es el gemelo del chekista bolchevique, la duplicación del “héroe” fascista que jura “¡viva la muerte!”...”; es muy moderno, y racional, en el ejercicio de la violencia para imponer un nuevo orden.

Cuanto antes seamos conscientes de ello, y nos dejemos de delirios escapistas, mejor 

No hay comentarios: