lunes, 16 de noviembre de 2009

De excomuniones y patochadas

Se indignan algunos políticos porque un obispo católico -  el Secretario General de la Conferencia Episcopal, Don Juan Antonio Martínez Camino - se haya dirigido a los fieles católicos para decirles que desde la fe cristiana el aborto es un pecado mortal, con el que no se puede participar ni colaborar, y para recordar lo que debe ser obvio para un católico, que quién está en esa situación no puede recibir la Comunión y puede incurrir en excomunión. Algunos incluso (el Secretario General del PSOE en Córdoba, entre otros) han salido en tropel reclamando para sí la excomunión de una fe que no profesan, protagonizando una patochada que causaría tanta risa como sonrojo si no fuera por las invectivas, dignas del más rancio anticlericalismo decimonónico, de las que ha ido acompañada dicha petición. 

Pero vamos a ver,  ¿afectan el pecado o la excomunión a quienes no son católicos? Es evidente que no, porque no participan de la vida de la Iglesia ni de los sacramentos. Entonces, ¿a qué vienen semejantes declaraciones? ¿A que viene que vengan ahora algunos, como la Ministra de Igualdad, Doña Bibiana Aído, a descubrirnos el Mediterráneo afirmando con demagogia insufrible que “¡Las leyes se hacen en el Parlamento y no en los púlpitos!”?. 

Es cierto, pero también lo es que el Parlamento no es sino un instrumento para canalizar y resolver las diferencias de opinión, y que éstas se basan en principios, convicciones o ideas que, en otros regímenes tal vez, pero en una democracia no son patrimonio de los políticos ni de los partidos; y que opinar o discutir las leyes que se proponen desde el Gobierno es ejercer la democracia; y que profesar o no creencias religiosas o tener unas u otras convicciones éticas morales o filosóficas no puede implicar limitaciones para opinar o debatir acerca de esas leyes, porque no puede haber ciudadanías de primera y de segunda en función de esos principios o convicciones. 

¿Que es elemental? Pues parece no para todos, y es oportuno recordarlo cuando se le quiere negar a un Obispo la posibilidad, no solo de opinar, sino incluso dirigirse a los fieles de su propia Iglesia.

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