En la bula “Misericordia Vultus” , por la que se convoca
por el Papa Francisco el jubileo extraordinario de la misericordia, se refiere el
Papa a una palabras del beato Pablo VI en la conclusión del Concilio Vaticano II
que, que aunque referidas al Concilio,
es aplicable a toda la Iglesia, y eso incluye a cada uno de los cristianos:
“Una corriente de afecto y admiración se ha volcado del
Concilio hacia el mundo moderno. Ha reprobado los errores, sí, porque lo exige
no menos la caridad que la verdad, pero, para las personas solo invitación,
respeto y amor.”
Qué claro el mensaje, y qué difícil de entender y de
practicar en tantos casos, y no solo para quienes no profesan la fe católica, sean
ateos, agnóstiscos, o simples humanos que viven sin preguntarse, sino para
quienes sí la profesan; no se puede decir que lo que está mal está bien, ni
siquiera por caridad a la persona que comete o vive en ese mal, porque eso es
faltar a la verdad, que está tan estrechamente unida a la caridad que se
termina faltando también a ésta, pero qué difícil resulta tantas veces – y en
particular, como es lógico, con temas que afectan a formas de vida y de relación
- entender que es posible distinguir una cosa y
otra, practicarlo de corazón, y no digamos explicarlo.
Las
imágenes de la película de La Pasión (de Mel Gibson) que anteceden recogen al
escena en la que escribas y fariseos llevan a Jesús a una mujer sorprendida
en adulterio, para tener de qué acusarle si no la condenaba, y la pena era la
lapidación. Todos recordamos la escena, y cómo Jesús invita a que tire la
primera piedra el que esté libre de pecado, y todos terminan yéndose…, pero nos
cuesta más recordar que al final, cuando Jesús despide a la mujer sin
condenarla, no le dice, vete y sigue con tu vida, que aquí no ha pasado nada,
sino “Vete, y en adelante no peques más.”
Condenar el mal, sin
condenar a quien lo comete…., todo un reto que no se puede soslayar porque está
en el mismo corazón de la doctrina cristiana.
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