domingo, 20 de abril de 2014

Pascua de Resurrección



El video que antecede recoge los últimos minutos de la película “La Pasión”, que tras relatar la Pasión de Cristo, desde la oración en el Huerto de los olivos hasta su muerte en la Cruz, escándalo para los judíos y necedad para los gentiles, como decía San Pablo [“Los judíos piden signos, los griegos buscan sabiduría; nosotros en cambio predicamos a Cristo crucificado, escándalo para los judíos, necedad para los gentiles.” (1 Cor. 1, 22-23)], termina con esa escena de su resurrección de entre los muertos.

En esta Semana Santa que acaba de terminar los cristianos, como cada año, hemos vuelto a conmemorar como un suceso actual la pasión y muerte de Jesús, sí, pero también su gloriosa resurrección, que es la verdad culminante de la fe en Cristo, y parte esencial del Misterio Pascual en el que alcanza todo su sentido el misterio de la Cruz que, de otra forma, no sería tal. Y es que su resurrección no es una elaboración doctrinal tardía, un producto elaborado de la mente de los hombres, sino un hecho sorprendente, un acontecimiento extraordinario, que es creído y vivido como tal por las primeras comunidades cristianas, una verdad central de la que los cristianos dan testimonio desde el mismo principio, como recoge muy pronto San Pablo, en su carta a los Corintios (57 d.C.) cuando afirma transmitir lo que él mismo recibió [1 Cor. 15, 3-8): “…que Cristo murió por nuestros pecados…; que fue sepultado y resucitó al tercer día según las escrituras…; y que se apareció a Cefas, y después a los doce. Después se apareció a más de quinientos hermanos a la vez, la mayoría de los cuales vive todavía y algunos han muerto. Luego se apareció a Santiago, después a todos los apóstoles.” y, por último, a él mismo. No, no se trata de una idea que surge en el tiempo. Creer en la resurrección de Jesús ha sido, desde su mismo comienzo, un elemento esencial de la fe cristiana, hasta el punto de poder afirmar que somos cristianos precisamente por creer en ella;  y es que nada tendría sentido si no fuera por su resurrección, si todo hubiera terminado con su muerte, porque, (San Pablo)“si Cristo no ha resucitado, inútil es nuestra predicación, inútil es también vuestra fe… si tenemos puesta la esperanza en Cristo solo para esta vida, somos los más miserables de todos los hombres…Si los muertos no resucitan, comamos y bebamos, que mañana moriremos.”

Por eso, si hay que vivir, y así lo hemos intentado, la Cuaresma y la Semana Santa con el espíritu de mortificación y penitencia propio de los hechos que se conmemoran – aunque ambas, por los pecados propios y ajenos, son cosa de todo el año -, lo que hay que celebrar ahora de verdad, con alegría, es la Pascua de Resurrección porque, parafraseando al Papa Francisco en su exhortación apostólica “Evangelli Gaudium” (de lectura obligada para quien se confiese cristiano, y recomendable para el que no, o para quien se sienta alejado), vivir una Cuaresma sin Pascua no es una opción, porque lo que creemos y profesamos los cristianos es que, como la columna de humo que guiaba a los israelitas por el desierto, Cristo resucitado es la columna de luz que deshace las tinieblas del pecado y nos guía hacia el Padre, y que “así como Cristo ha resucitado verdaderamente de entre los muertos y vive para siempre, así también Él resucitará a todos en el último día, con un cuerpo incorruptible: los que hayan hecho el bien resucitarán para la vida, y los que hayan hecho el mal, para la condenación (Jn 5, 29)”, y eso solo puede ser motivo de esperanza y de alegría, aunque no podamos saber exactamente cómo será esa resurrección de la carne, ni esa vida eterna.

Acaba de comenzar la Pascua, un tiempo litúrgico entre los Domingos de Resurrección y Pentecostés, en el que la Iglesia celebra con alegría, como si se tratara de un solo y único día festivo, como un gran Domingo, el paso de la muerte a la vida del Hijo de Dios, y nuestra salvación. ¡Celebrémoslo!

¡Feliz Pascua! 




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