viernes, 2 de diciembre de 2011

Democracia, libertad y objeción de conciencia






El pasado 31 de octubre se cumplió el 11º aniversario de la proclamación por Juan Pablo II de Sto. Tomás Moro como patrón de los políticos y gobernantes, y parece ésta una buena ocasión para tratar acerca del derecho a la objeción de conciencia como garantía de la libertad individual en los regímenes democráticos, y su problemática.

Existe hoy la convicción generalizada de que la democracia no es un sistema perfecto pero es el mejor de los sistemas posibles, el único que consigue la distribución y el control del poder, ofreciendo la mejor garantía contra la arbitrariedad y la opresión, y el mejor aval de la libertad y del respeto a los derechos humanos. Tal vez podría discutirse si el sistema actual, “partidocrático”, sin separación nítida entre poder legislativo y ejecutivo, ni poder judicial independiente, y en el que los partidos aparecen como órganos del Estado financiados por el erario público, con privilegios que no tienen los particulares y concesionarios del monopolio estatal de la acción política, garantiza ese control, pero ese es otro tema, o tal vez no, porque cuando un sistema político con esas taras coincide con determinadas ideologías, los efectos negativos para la libertad suelen multiplicarse, como los problemas para el ejercicio de la objeción de conciencia.

Libertad y contenido. Ideologías.

Es un tema complejo porque, por un lado, el respeto a la libertad del individuo aparece como el más alto fin al que el hombre puede aspirar, y que un régimen democrático debe proteger, y por otro, esa libertad solo puede subsistir en un orden de libertades orientado al bien común y al justo orden público; una libertad individual sin medida ni contenido se anula a sí misma y se convierte en violencia contra los demás, y ese contenido viene determinado por los conceptos de lo justo y lo bueno. El problema es, claro, determinar qué es lo justo y lo bueno, y simplificando un poco se puede decir que hay dos posiciones enfrentadas, de un lado la tesis según la cual hay una verdad ética objetiva, anterior y superior a las instituciones democráticas, que no es el simple producto de la mayoría, sino que la precede e ilumina, y de otro la posición relativista radical que quiere apartar completamente de la política, por considerarlos perjudiciales para la libertad, los conceptos de bien y de verdad, concibe la democracia como un simple entramado de reglas que permite la formación de mayorías y la transmisión y alternancia del poder, y considera que el derecho solo se puede entender de forma puramente política, es decir, justo es lo que los órganos competentes disponen que es justo, es el positivismo jurídico al que ya me referí en otra ocasión.

El concepto moderno de democracia parece estar unido hoy de forma indisoluble al relativismo, que se presenta como garantía de la libertad: no queremos que el Estado nos imponga su idea de lo justo y lo bueno, y a todos no parece razonable que así sea, pero [Joseph Ratzinger, “Verdad, valores, poder”] “¿No se ha construido la democracia en última instancia para garantizar los derechos humanos, que son inviolables?…Los derechos humanos no están sometidos al mandamiento del pluralismo y la tolerancia sino que son el contenido de la tolerancia y la libertad…Eso significa que un núcleo de verdad – a saber, de verdad ética – parece ser irrenunciable precisamente para la democracia.”; detrás del relativismo radical, como apuntaba la Conferencia Episcopal Española en la Instrucción Pastoral “Orientaciones morales ante la situación actual de España”, “se esconde un peligroso germen de pragmatismo maquiavélico y de autoritarismo. Si las instituciones democráticas, formadas por hombres y mujeres que actúan según sus criterios personales, pudieran llegar a ser el referente último de la conciencia de los ciudadanos, no cabría la crítica ni la resistencia moral a las decisiones de los parlamentos y de los gobiernos. En definitiva, el bien y el mal, la conciencia personal y la colectiva quedarían determinadas por las decisiones de unas pocas personas, por los intereses de los grupos que en cada momento ejercieran el poder real, político y económico.”

En el mismo sentido, pero desde la necesaria laicidad del Estado, apunta Martin Rhonhemimer [“Cristianismo y Laicidad”] el riesgo de un laicismo integrista puesto que “…En la medida en que a esa normativa política se le reconoce como normativa moral inapelable se viene abajo la diferencia entre legalidad y legitimidad y se vuelve moralmente legítimo lo que está legal y procedimentalmente justificado…Esta concepción de la laicidad coincide en parte con el viejo mito proto-totalitario de la “volunté générale” creado por Rousseau, según el cual la mayoría siempre tiene razón y la posición minoritaria es errónea y moralmente ilegítima…Desde luego - afirma Rhonhemimer - nadie niega que el principio de legalidad y la corrección procedimental sean valores también morales, porque ciertamente lo son. La cuestión estriba exactamente en que a ese principio y a esa corrección  no se les debe otorgar la categoría de absolutos. Siempre pueden ser aventajados por consideraciones morales de orden superior…”, que pueden existir y deben poder existir como fundamento de una sociedad abierta, laica y democrática.    

Conciencia individual y colectiva. Objeción de conciencia.

Pues bien, es precisamente en este tipo de sociedad, abierta, laica, democrática, compleja, a veces multicultural, y en el que coexisten tan diferentes concepciones sobre lo que eso deba significar, en el que se plantea el problema del reconocimiento, por una lado, de la libertad de conciencia, que es individual, y la existencia, por otro, de una conciencia colectiva, unas creencias compartidas y actitudes morales predominantes que, en ocasiones, se plasma en leyes y reglamentos con vocación de general y obligado cumplimiento; dichas normas suponen una imposición de la colectividad sobre el individuo, limitando su libertad, precisamente porque persiguen el bien común y el justo orden público, o lo que como tal ha sido definido por los órganos competentes, y la objeción de conciencia es la negativa o resistencia a cumplir ese mandato o norma jurídica cuando entra en conflicto con las propias convicciones.

La objeción de conciencia es tan antigua como la compulsión del poder a invadir todos los ámbitos de la vida: Sócrates se suicidó bebiendo “tosigo” (un preparado de cicuta) en cumplimiento de la condena a muerte, acusado de impío por haber situado a su conciencia por encima de la Polis (la Ciudad-Estado); Antígona se ahorcó para no ser enterrada viva en una tumba excavada en la roca, pena impuesta por obedecer a su conciencia y a los dioses, y desobedecido al rey Creonte, enterrando a su hermano Polinices; los mártires cristianos se enfrentaron a terribles torturas y a la muerte por oponerse a leyes que les obligaban a rendir culto al Cesar, la religión de Estado; y Santo Tomás Moro murió decapitado por negarse a reconocer el divorcio que Enrique VIII pretendía por su propia autoridad, dado que el Papa había denegado la nulidad, y rehusar jurar la supremacía del rey y del Parlamento con respecto al Papa.

Las cosas han cambiado y hoy, aunque sigue siendo conflictiva, al menos formalmente se reconoce como un derecho primario, natural, previo a su reconocimiento legal, y que por eso mismo no debe ser conculcado por la Ley, el respeto a la libertad de cada ciudadano para vivir conforme a sus convicciones morales, filosóficas o religiosas, y por eso no es extraño que la posibilidad de objetar – un signo de salud democrática y una auténtica llamada de atención ante eventuales excesos legales - figure entre las garantías jurídicas reconocidas por algunas constituciones occidentales, y que el Art. 10 de la Carta de Derechos Fundamentales de la Unión Europea, después de reconocer que “1. Toda persona tiene derecho a la libertad de pensamiento, conciencia y religión.” reconozca “2… el derecho a la objeción de conciencia de acuerdo con las leyes nacionales que regulen su ejercicio.”

Pero tras ese reconocimiento formal surgen problemas de orden práctico, que están hoy en la base de los conflictos en torno al reconocimiento efectivo del ejercicio de ese derecho: determinar en qué materias se puede o no ejercer ese derecho, porque es cierto que su reconocimiento indiscriminado afectaría a la misma supervivencia del Estado de Derecho, y cómo se puede garantizar desde el Estado.

A este respecto podemos señalar que hay dos doctrinas, que no son necesariamente alternativas en el sentido de que pueden ser aplicadas en el mismo contexto institucional, a diferentes cuestiones, o grupos de cuestiones, y que tratan de dar respuesta a esos problemas: a) La doctrina del coto vedado, según la cual hay materias que atañen  a la ética y a las “formas de vida”, al dominio de lo moralmente sensible, sobre las cuales las mayorías, incluso amplias y reforzadas, no pueden válidamente producir normas imperativas que impongan a los individuos deberes de hacer o de no hacer, aun cuando esos límites al poder legislativo no sean explícitos en las cartas constitucionales, siendo competencia del tribunal constitucional garantizar, en última instancia, el respeto a tales límites por los legisladores; y b) la doctrina de la objeción de conciencia liberal, para la que las mayorías políticas sí pueden producir normas imperativas en esas materias, respetando ciertas condiciones procedimentales, sin embargo, si el contenido de una ley moralmente sensible es el reflejo de un particular punto de vista moral la ley debe contener disposiciones que permitan la objeción de conciencia a los que no la comparten, y si no las contiene, la posibilidad de objetar debe no obstante ser garantizada a través de una interpretación constitucionalmente adecuada de sus disposiciones, o a través de disposiciones aditivas del tribunal constitucional.

Como es fácil de suponer, el éxito de estas garantías es difícil y precario, - Pierluigi Chiassoni -“porque depende básicamente de dos factores, por un lado de la actitud cultural de los operadores jurídicos, y por otro de un poderoso trabajo de elaboración doctrinal y jurisprudencial concerniente a la determinación de las materias específicamente protegidas por el principio de libertad de conciencia.”, y ni la una ni la otra están, a veces, a la altura de lo que tan solemnemente proclaman las Constituciones.

La objeción de conciencia en España.

En España la única regulación explícita de la objeción de conciencia se refiere al servicio militar por la razón evidente de que cuando se promulgó la Constitución en 1978 no existían ni la ley del aborto ni los problemas de conciencia relacionados con la bioética, y la objeción fiscal a pagar impuestos destinados a actividades militares, a trabajar en días festivos para la propia religión, a recibir determinados tratamientos médicos, o a expedir determinados medicamentos, eran cuestiones sin clara trascendencia práctica.

Es a partir de los años 80 cuando estallan esos problemas, como consecuencia de cierta incontinencia legal en el ejercicio del poder desde determinadas concepciones ideológicas, que dan origen a un choque entre la norma legal que impone un hacer y la norma ética o moral que se opone a esa actuación, y se expanden de modo masivo los conflictos de conciencia contra ley; es entonces cuando el Tribunal Constitucional, aunque sin mantener una postura constante, interviene en ejercicio de esa función de garante de los derechos fundamentales y reconoce (SSTC 15/1982 de 23 de abril y 53/1985 de 11 de abril) que la objeción de conciencia es un verdadero derecho constitucional, esté o no regulado en leyes positivas, porque forma parte del derecho constitucional a la libertad ideológica y religiosa  reconocido en el art.16 CE, y por tanto no requiere de un desarrollo legal para ser directamente aplicable.

No está todo tan claro sin embargo, y queda mucho por hacer, y si bien es cierto que hoy no se va a condenar a nadie a morir bebiendo cicuta, emparedado en la roca o decapitado - nuestra sensibilidad occidental reniega de ese tipo de manifestaciones violentas, al menos con las personas “visibles” - el “poder” dispone de otros muchos medios, y los utiliza, para imponer determinadas convicciones en materias “moralmente sensibles”, forzando la libertad y la conciencia de quienes no las comparten, como se ha podido comprobar cuando se ha querido hacer efectivo el ejercicio de este derecho en ámbitos como la Justicia , la MedicinaFarmacia, o la Educación, y a ello no es ajeno un régimen con las taras propias de una  “partidocracia” a que ya nos hemos referido.

Creo que merece la pena recordar en este punto las palabras de Gregorio Peces Barba a propósito del debate constitucional sobre el art. 15 CE [“Todos tienen derecho a la vida y a la integridad física y moral”], que han quedado recogidas en el diario de sesiones para la Historia: “desengáñense sus señorías, todos saben que el problema del derecho es el problema de la fuerza que está detrás del poder político y de la interpretación. Y si hay un Tribunal Constitucional y una mayoría antiabortista, la «persona» impide una ley de aborto.”, y lo  contrario también, por supuesto.

Lo dicho, queda todavía mucho camino por recorrer. Que Sto. Tomás Moro ilumine a nuestros políticos y gobernantes.


5 comentarios:

Manolo dijo...

No estaría mal la democracia si no tuviera tantos padres, esos políticos de antaño que cada 6 de Diciembre aparecen en los medios de comunicación, lo hayan hecho mal o bien, dándose golpes de pecho e irguiéndose como protagonistas de algo que les ha catapultado a su propio bienestar personal con patente de corso para opinar, escribir libros con éxito garantizado, sin importar los desmanes que hayan podido procurar al pueblo español, el único al que se le debe atribuir el éxito o la catástrofe de la democracia.

¿Padre de la democracia el responsable de las matanzas de Paracuellos del Jarama?. ¿Padres de la democracia los que permitieron la Ley del aborto?. ¿Padres de la democracia las personas más favorecidas económica, laboral y socialmente, sin provenir tales beneficios de herencia o como consecuencia del trabajo personal?.

Sobre el trocito de película con el que se inicia el regalo de adviento que José Ignacio ha tenido a bien articular, decir que me ha llamado la atención la actitud del verdugo: le pide perdón a aquél que va a abrazar a la muerte por la fuerza de su brazo. Tomás Moro le hace ver que no es algo personal, que el verdugo está cumpliendo con su trabajo. ¿Cuántos, cumpliendo con nuestro trabajo, somos verdugos de otros?. ¿Cuántos comerciales necesitan vender para comer y venden sin importar si el objeto vendido es el ideal para su cliente?, ¿cuántos abogados defienden a sus clientes a sabiendas que la propia defensa va en contra de lo objetivamente justo y bueno?. ¿Cuántos médicos podrían sanar y cuidar mejor de los enfermos a su cargo pero se rinden ante un horario, una nómina o una falta de interés hacia "un paciente más"?, ¿cuántos policías giran el vehículo oficial en la calle anterior a aquella en la que se está cometiendo un delito?, ¿cuántos camareros no vigilan las mínimas condiciones de higiene en las mesas que atienden?. ¿Realmente queremos a nuestro prójimo?.

Desde el foro dijo...

El problema no es desde luego la democracia, sino algunos de los que se erigen en protagonistas intentando imponer determinadas ideologías que terminan atentando contra la misma democracia.

El problema es el de siempre, el que ya formuló el Rey Salomón en forma de petición a Dios "Concede, pues, a tu siervo un corazón atento para juzgar a tu pueblo y discernir entre el bien y el mal"... criterio último y motivación que debe ser esencial para cualquier político y para la política misma, como compromiso con la justicia para conseguir la paz.

Tal vez aquí lo que debamos hacer sea preguntarnos por nuestro grado de responsabilidad cuando, tal vez asqueados por cuantos desmanes conocemos, rechazamos la política como algo propio de gente sin oficio y/o sinvergüenzas y, en definitiva, les venimos a dejar el campo libre y hacer realidad aquello contra lo que justamente protestamos.

Por lo demás, es cierto Manolo, fíjate que campo inmenso hay de santificación personal para cada uno en cualquier ámbito de la vida, y cuanto cuesta a veces, ¿verdad? Por suerte, siempre estamos a tiempo de rectificar, y lo único que no está permitido - aunque a veces cueste, y mucho - es no abandonarse a la desesperanza.

Manolo dijo...

Salomón buscaba el bien y la propsperidad de su pueblo, encomendándose a Dios en todo momento. Era una forma de dirigir perfecta, inspirada por la gracia de Dios y así pudo gozar de ver medrar a su pueblo, siendo querido por éste, sin dejar de lado la rectitud y la justicia.

Efectivamente la responsabilidad es de cada uno de los que depositan su voto a la hora de elegir, en democracia, a los que serán sus dirigentes. Creo que hay políticos buenos, de vocación y con voluntad de ver prosperar a su pueblo. Como ya comenté en otro artículo, no vendría mal dejarse orientar por los que rezan y confían los rumbos de este mundo a la voluntad de Dios. No creo que todos los políticos sean malos pero me opongo enérgicamente a la banda de golfos que pululan permanentemente por la vida pública sin dejar de hacer el mal, removiendo rencores, desenterrando muertos y luchando a favor de la muerte, de lo gris, de lo nefasto.

Como Salomón salen pocos pero son esos pocos a los que debemos mimar para procurar que su sabiduría consiga vencer una crisis, remar a favor de la vida y del respeto a cada persona. Por supuesto, el hombro lo tenemos que poner todos, no podemos esperar que resuelvan nuestros problemas cotidianos con los brazos cruzados, aunque hay muchos que lo hacen y solamente se revuelven cuando el pan no les llega del cielo y es entonces cuando ocupan plazas públicas y avenidas a toque de tamboril, pancarta y megáfono.

Hoy en día seguramente sea la democracia la mejor de las aternativas, pero fastidia mucho ver como, por la democracia, hemos tenido una y otra vez señores y señoras que nos han tomado el pelo, que han traicionado a su propio país cada vez que han podido, sin dejar nunca de lado el lucro personal por encima de todas las cosas. Pero, para permitir eso, han tenido el apoyo de millones de votantes, es decir, son millones de seres los que reman dejándose llevar por una corriente de pensamiento que insufla aire a fuegos apagados, que permite con desparpajo los atentados contra la vida y que se empeña en lograr una sociedad manipulada, callada, muerta y sin personalidad.

Afortunadamente tenemos a la mano poder aprender algo del sabio Salomón y especialmente en este día de La Inmaculada, no estaría mal procurarnos un poco de sabiduría de la mano, por ejemplo, del Eclesistés.

Manolo dijo...

Quiero decir Eclesiastés, Salomón no tenía estos problemas de darle a tres teclas a la vez o darle demasiado flojo a una.

Manolo dijo...

Espero que la democracia nos haya dado un buen presidente para España. Me he parado en las noticias que leía esta tarde y parece que nuestro nuevo presidente ha tenido el valor de jurar y de hacerlo ante la Constitución y ante la Biblia, cosa que, en democracia, con el respaldo del pueblo, 2 presidentes no han querido hacerlo, dando la espalda a millones de españoles y residentes que avalan lo que la historia viene conjugando siglo tras siglo, haciendo que España sea lo que es, una gran nación, gracias, entre otras cosas, a sus convicciones religiosas.

El nuevo presidente será creyente o no, eso pertenece a su intimidad, pero ha tenido el arrojo y la valentía de decir sí a todos los españoles y tener voluntad de gobernar para todos "jurando", no prometiendo, ante la sociedad, ante el Jefe del Estado y con una mano encima del del libro que políticamente nos define y la otra encima del libro que ha inspirado a los mejores gobernantes y gobernados, además de ser el que a más lenguas se ha traducido, el más universal.

Mientras unos prometen otros juran, como garantía de la palabra dada, un grado más, inspirando más confianza, justo lo que este país necesita, flujos de confianza interna y externa. Pero eso es lo normal en personas firmes, trabajadoras y con claridad de ideas. El tiempo pondrá a cada uno en su sitio, pero este hombre empieza bien, con sencillez, sin rencores decimonónicos, sin remover cementerios y con un pragmatismo que pinta muy bien.

Me da en la nariz que este hombre nos va a poner a trabajar a todos, que es lo que tenemos que hacer: TRABAJAR. Le vamos a decir adiós a los gandules de turno que aprovechan la mínima para meter silicona en las cerraduras de establecimientos en los que se quiere trabajar, medrar y crecer.

Me da en la nariz que este hombre va a propiciar que los que no han trabajado nunca o han perdido sus empleos, puedan empezar a hacerlo, a la par que nuestros mayores no pierden poder adquisitivo, acorde a lo que dijo que iba a hacer en su programa político.

Tengo confianza y veo pulcritud e higiene política en este señor que se ha currado a pulso el estar al timón de este gran velero que empieza a establecer correcciones de derrota.

Estimado presidente, un servidor te va a seguir de cerca pero sin poner zancadillas y dejando margen de maniobra. Espero que te sepas rodear de un buen gabinete y, por el bien de todos, lleves este barco a buen puerto. Para ello, mi goleta te da prioridad de paso, ofrece honores por estribor y prepara andariveles de apoyo para lo que pueda precisarse en esta singladura.

Suerte.