domingo, 31 de octubre de 2010

La justificación

El pasado 26 de octubre fue el aniversario del discurso sobre la justificación que Diego Laínez, teólogo español que llegaría a ser Prepósito General de la Compañía de Jesús, pronunció en el año 1546 ante el Concilio de Trento, lo que me ha recordado un artículo de Pérez-Reverte, citado por un lector en una entrada a este blog (“…no lo que es de Dios”), en el que se afirmaba que “…en el Concilio de Trento España se equivocó de camino: mientras la Europa moderna apostaba por un Dios práctico, emprendedor, aquí fuimos rehenes de otro Dios reaccionario y siniestro…”; y si ya entonces comentaba lo extraño de tales conceptos, para un creyente, y me preguntaba qué dios era ese y para quién era práctico, parece interesante – al hilo de dicho aniversario - examinar alguno de los temas tratados en dicho Concilio para valorar tal afirmación.

Lo cierto es que, en una primera aproximación, podemos comprender el rechazo de quienes rechazan dogmáticamente los dogmas, y desearían la vuelta de la Iglesia a sus orígenes, que sitúan en las catacumbas, o lamentan la ineficacia de santa guillotina, porque el Concilio de Trento (1545 -1563), supuso un tratamiento preciso de los puntos más controvertidos del dogma católico, y la culminación de un proceso de reforma que, iniciado en el siglo XV, alcanzó por este medio forma oficial, completa y definitiva, permitiendo la más completa renovación de la Iglesia.

Pero hay algunos puntos tratados en el Concilio cuya relevancia va más allá de lo estrictamente teológico, y cuyo rechazo absoluto – que supone la correlativa aceptación de la mal llamada “Reforma” – puede llegar a sorprender.

Sorprende, en primer lugar, que se ataque el Concilio de Trento frente al “Dios práctico, emprendedor” de la Europa moderna (¿deberemos excluir a Francia – que se adhirió al Concilio - de la modernidad?), cuando en él se defendió la independencia y separación de la Iglesia respecto del Estado, al rechazar la intromisión de príncipes y reyes en asuntos eclesiásticos, y al fijar la doctrina del Sacramento del Orden, frente a Lutero que, necesitado del apoyo de los príncipes alemanes para su causa, les atribuyó toda la jurisdicción temporal y religiosa, además de todos los bienes eclesiásticos; frente a Enrique VIII que igualmente, aunque por razones distintas (la negativa de Clemente VII a anular su matrimonio con Catalina de Aragón), se constituyó en cabeza suprema de la Iglesia de Inglaterra; o frente a Calvino que, en sentido completamente contrario, impuso un régimen teocrático sometiendo el poder civil al religioso.

Pero, sobre todo, sorprende esa visión del Concilio Tridentino como algo represor y contrario a la libertad humana, cuando en realidad significó todo lo contrario.

Uno de los puntos dogmáticos tratados en el Concilio fue el problema de la justificación, es decir, de la acción salvadora de Dios y de la relación y el papel que juegan la gracia divina y la libertad humana en esa salvación; no se trataba de una cuestión baladí, ni de un problema teologal sin trascendencia para la humanidad porque, ciertamente, aquellos hombres debatían acerca de Dios, pero también del hombre, de su libertad y su dignidad, y las posiciones eran encontradas.

Lutero afirmaba que el hombre tiene una naturaleza corrompida, y que no existe la libertad humana, que es una palabra sin contenido, porque el hombre solo puede pecar; a partir de ahí afirmó que la justificación de los hombres se verifica solo por la fe, por la aplicación e imputación de los méritos de Cristo, que es una aplicación extrínseca de esos méritos y no una renovación del hombre, que queda tan corrompido como antes y, por consiguiente,  las obras – buenas o malas - del hombre no sirven para nada.  Calvino, por su parte, aunque admitía la utilidad de las buenas obras – por la relajación de costumbres que supuso el luteranismo – afirmaba y proclamaba como doctrina la doble predestinación, a la gloria y a la condenación, pues todo lo que sucede, sucede por absoluta necesidad sin que el hombre pueda hacer nada por evitarlo.

Frente a dichas concepciones, es difícil encontrar afirmaciones más tajantes y contundentes de la libertad y dignidad del hombre que las que se recogen en el Concilio de Trento, que salva el resorte fundamental de la voluntad humana, la creencia en el libre albedrío, y la unidad moral del género humano.

Así, a título de ejemplo, en el Decreto de la Justificación se afirma que (Cap. IX) no se puede decir… que nadie queda absuelto de sus pecados, y se justifica, sino el que crea con certidumbre que está absuelto y justificado; ni que con sola esta creencia logra toda su perfección el perdón y justificación; y advierte (Cap. XII) contra la presunción de creer temerariamente su propia predestinación… como si fuese constante que el justificado, o no puede ya pecar, o deba prometerse, si pecare, el arrepentimiento seguro; y declara excomulgado a quien afirme que (Can. IV) el hombre no puede disentir, aunque quiera, sino que como un ser inanimado, nada absolutamente obra, y solo se ha como sujeto pasivo, o de quien dijere (Can. V) que el libre albedrío del hombre está perdido y extinguido después del pecado de Adán; o que es cosa de solo nombre, o más bien nombre sin objeto, y en fin ficción introducida por el demonio en la Iglesia; o de quien afirme (Can. XX) que el hombre justificado, por perfecto que sea, no está obligado a observar los mandamientos de Dios y de la Iglesia, sino sólo a creer; como si el Evangelio fuese una mera y absoluta promesa de la salvación eterna.

A la vista de tales declaraciones parece difícil sostener que el Dios reaccionario y siniestro fuese precisamente el católico. Creo que lo verdaderamente reaccionario es que los príncipes se creyeran elegidos directamente por Dios para asumir todo el poder temporal y espiritual, y libres de ataduras morales porque, al fin y al cabo, no podían disentir, aunque quieran ,y no estaban obligados a observar los mandamientos sino sólo a creer para su propia justificación; y lo verdaderamente siniestro fueron los “escuadrones de la virtud” de la comuna (de bienes y de mujeres) anabaptista de Münster, o de la dictadura presbiteriana calvinista de Ginebra.

Y es posible que alguien pueda creer que la confiscación de los bienes de la Iglesia por Enrique VIII fue algo inspirado por ese dios práctico y emprendedor, y no por la avaricia y el afán de poder, pero lo cierto es que terminaron en manos de la oligarquía dominante, que acumuló así más del cincuenta por ciento de la tierra y de los medios de producción, reduciendo a la condición de proletarios, mediante la aplicación estricta e inmisericorde del principio de la competencia, a una vasta cantidad de población hasta entonces propietaria de sus casas y tierras, o arrendataria de las órdenes religiosas en condiciones mucho más benévolas, dando origen al capitalismo, contra cuyos salvajes excesos nació el comunismo.

No, no creo que el Dios reaccionario y siniestro fuese precisamente el católico, que afirmó con tal firmeza la libertad del hombre, y es posible que el otro fuese un dios práctico y emprendedor, pero¿para quién?

12 comentarios:

Leandro dijo...

A veces tengo la sensación de que, dando un salto atrás en el tiempo, hasta mucho antes de la Reforma y la Contrarreforma, puede uno encontrar en los Evangelios un Dios mucho menos reaccionario y siniestro, y a la vez mucho más claro y directo, que el definido (en el peor sentido que pueda tener el término) por calvinistas, luteranos y católicos. Probablemente sea una impresión equivocada, pero es la que tengo. La fe de los Concilios y los escritos teológicos parece muchas veces restringida a personas con una cultura sobresaliente, y yo tengo la idea (ya digo, probablemente errónea), de que la Fe, entendida como tal, es más bien cosa de gentes sencillas (que no simples). Cuanto más crecen nuestros conocimientos y nuestra erudición, más difícil se hace creer sin más. De hecho, ¿no había que ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos? Pues eso, nada más... y nada menos.

Manolo dijo...

Gracias Nacho por los temas que sacas a la palestra y la excelente documentación que los instruye. El resumen que aportas en esta entrada sobre el Concilio de Trento, además de interesante, me parece muy oportuno y, para un servidor, con gran valor didáctico, ya que este tema fue tocado de puntillas en los dos institutos en los que cursé el bachillerato, a pesar de haber elegido ciencias mixtas con la opción de historia. Pero eran los años 80 y algunos profesores estaban más ocupados en vendernos las mieles de la movida o en iniciarnos en el arte de fumar unos pitillos en la propia clase. Ahora, con cuarenta y tantos, disfruto cuando me encierro un par de horas en una biblioteca para tratar de llenar algunas lagunas así como profundizar en aquellos temas que son de mi gusto, sin ánimo de memorizar renglón alguno.

Volviendo al tema, seguir a Jesús es el camino, si bien, por más que trató de dejarlo llano, nos empecinamos en la cuadratura del círculo. El Concilio de Trento, a mi juicio, fue un alto en el camino, una toma de posiciones con el fin de hacer converger todo aquello que el hombre había dispersado. Creo que era necesario ya que el paso de los siglos y la acción del hombre habían creado el mecanismo adecuado para ventear diferentes maneras de interpretar y vivir las enseñanzas de Jesús, alzándose al unísono varias Torres de Babel. Si bien coincido con Leandro en cuanto que "la Fe es cosa de gentes sencillas", entiendo que aspirar a la salvación debería ser cosa de todos, si bien la sencillez, la ausencia de apegos o la humildad, nos pueden ayudar a ver las cosas un poco más claras en el campo religioso. Quizá que con estos ingredientes y varios más, pueda alcanzar la meta de amar a mi prójimo y a Dios sobre todas las cosas, pero no soy docto y por ello estoy agradecido a toda aquella persona que es capaz de actualizar la doctrina, evitando que el tiempo pueda malvar el mensaje. Para una tarea tan monumental, hacen falta personas con una preparación, formación y Fe muy por encima de la inmensa mayoría, como seguramente lo fueron los que durante 18 años dieron lo mejor de sí mismos para ofrecer al resto de mortales una obra como la que se forjó en Trento

Desde el foro dijo...

Leandro, empezando por el final, es cierto que hay que ser como niños para entrar en el Reino de los Cielos, pero la sencillez está vinculada a la humildad, no a la mayor o menos capacidad intelectual; es decir, ser como niños significa ser sencillos y humildes, que no soberbios, y el problema no es el conocimiento ni la erudición, sino el desconocimiento o rechazo de nuestra propia pequeñez, flaquezas y limitaciones, frente ante nuestro Padre; como tú dices, ser como niños, nada más y…. nada menos.

No creo que haya, que se pueda siquiera, creer sin más; los talentos nos fueron dados con el mandato de emplearlos, y la fe del carbonero está bien para el carbonero, pero no para el que no lo es; y si bien es completamente cierto que el conocimiento no garantiza el amor a Dios (“también los demonios creen y se estremecen” – Santiago, 2,19; carta que, por cierto, fue eliminada por Lutero, porque no cuadraba con su concepción de “sola fides” , sin obras)) también creo que lo natural es intentar conocer aquello que amamos (las reglas de un juego, de un arte, de una profesión, a nuestra mujer, o a Dios), que es muy difícil amar aquello que desconocemos, y que es muy difícil tener fe y amar a Dios – nos puede parecer incluso ridículo - cuando nuestros conocimientos y experiencias humanas crecen con nosotros, y nuestro conocimiento de Dios se corresponde con el de la catequesis de primera Comunión de un niño de 7 años.

Y termino por el principio de tu comentario. No es el Dios de los Concilios frente al Dios de Calvino o Lutero. Dios solo hay uno, y lo que la Iglesia ha tratado, a través del magisterio doctrinal impartido a través de los Concilios ha sido, precisamente, defender la fe verdadera, la pureza del evangelio frente a las desviaciones de quienes querían imponer sus propias concepciones; Jerusalén (año 50) frente a los cristianos procedentes de los fariseos que quieren imponer la circuncisión; Nicea (año 325) frente a las enseñanzas de Arrio; Constantinopla (año 381) frente a las enseñanzas de Macedonio, Nestorio y Pelagio; Calcedonia (año 451) frente a los monofisitas… ,o Trento (1545-1563) frente a los protestantes (Lutero, Calvino, Zuinglio, etc.). No, no es equiparable, y ya lo había dicho San Pablo a los presbíteros de Éfeso (Hechos 20,30) “Se… que de entre vosotros mismos surgirán hombres que enseñarán doctrinas perversas, con el fin de arrastrar a los discípulos tras ellos.”…, pues eso.

Desde el foro dijo...

Manolo, me alegro que te haya servido de algo.

Es cierto, el problema es cuando nos empeñamos en la cuadratura del círculo, intentando conseguir que el Evangelio se adecue a nuestras propias concepciones, convicciones, necesidades o deseos mundanos (por cierto, no hace falta llegar a ser un hereje), y el listado de quienes lo han intentado a lo largo de la historia – pasada y presente - es muy largo; algunos de esos errores son verdaderamente extravagantes, como la fusión de elementos cristianos y gnósticos realizada por los maniqueos, contra los que combatió San Agustín después de haber estado entre ellos.

Es precisamente la Iglesia, fundada por las palabras y obras de Jesucristo (como aparece repetidamente en el Evangelio: Juan, 21, 15-17; Lc 22,32; Mt. 16, 18-19), la que tiene encomendada la misión de evitar que ese mismo Evangelio se pervirtiera, la que tiene encomendada la defensa del depósito de la fe, definiendo el dogma frente a los errores y desviaciones que se proponen, y así lo ha ejercido por medio de su Magisterio a lo largo de los siglos desde su misma fundación (Concilio de Jerusalén, año 49-50) hasta ahora.

Manolo dijo...

Mientras que no se celebre otro concilio, ahí tenemos a Benedicto XVI, ejemplo vivo de tesón y acercamiento, acorde a la vocación misionera y evangelizadora de la Iglesia.¡Qué regalo el que acaba de hacer a España!. Con raras excepciones, me da la impresión que ha dejado profunda huella en creyentes y no creyentes, con su oratoria dulce y pausada, a la vez que firme y sin fisura alguna.

Que no me hablen de una Iglesia acomodada, ya que ahí tenemos la labor humanitaria que se extiende por todos los rincones del planeta de la mano de misioneros que, por amor a su prójimo, incluso llegan a perder la vida. Mientras que estos católicos se juegan el pellejo día a día, a pecho descubierto y sin ocultar su rostro, otros seres se esconden tras un pasamontañas, siendo su única misión la de aterrorizar y aniquilar a sus semejantes. Otros, por motivos que llaman religiosos, ponen bombas en aviones, trenes, etc; eso sí, siempre a escondidas, sin enseñar el rostro, a pesar de estar armados hasta los dientes. Nuestros hermanos católicos no llevan armas, dan la cara, se juegan el tipo y saben hacer felices a los que les rodean, al igual que saben morir con valentía y con las manos limpias de sangre ajena.

Que tampoco me hablen de las riquezas y opulencias de la Iglesia, no las conozco. Conozco una Iglesia comprometida que, ante la incapacidad de los políticos para asegurar lo más básico a los ciudadanos a los que se deben, se brinda la misma como única vía para que millones de personas puedan tener algo que comer o vestir, además del regocijo y el calor que ofrece de manera gratuita y desinteresada, sin coste alguno para las arcas públicas. Hablamos de la Iglesia Católica, modelo a seguir por su capacidad organizativa, pragmatismo, logística, eficacia y eficiencia, además de hacerlo con generosidad, sencillez y humildad, en definitiva, con amor. En libro alguno de economía de empresa o de teoría económica he visto mencionar este modelo económico, seguramente el único que permite sobrevivir a muchas personas hoy en día.

La mejilla la sigo poniendo, que me den tortas. Pero a cada torta, grito más fuerte y digo claro que los que critican a la Iglesia no la conocen pero pueden hacerlo, siempre está abierta. Aprovechemos y disfrutemos de las palabras hermosas que nos ha dejado Benedicto XVI y que todavía resuenan cálidas, fraternales y contundentes en nuestra piel de toro.

Desde el foro dijo...

Sí han sido palabras hermosas Manolo, se pueden leer en la página web de la Conferencia Episcopal Española.

Ratzinger (ahora Benedicto XVI) es un personaje especial, desde mucho antes de ser Papa, y su lectura es muy aconsejable, incluso al margen de creencias.

Es curioso que cuando el discurso de Ratisbona, que suscitó tantas críticas y rechazos, a pesar de que nadie se lo había leído, por la tergiversación de sus palabras que hizo la prensa - que tiene cierta responsabilidad en ello, por poner a becarios a comentar (fue el caso de El Mundo), o por simple animadversión - suscitara el apoyo de personajes tan dispares como Gustavo Bueno, Wael Farouq, Andrè Glucksmann, Jon Juaristi, Sari Nusseibeh, Javier Prades, Robert Spaemann...., etc. , plasmado en un libro "Dios salve la razón", además de otros muchos intelectuales de distinto cuño, y que cientos de escuelas coránicas iniciaran un acercamiento, y se iniciara un dialogo en torno al amor a Dios y al prójimo. De esto no se dijo nada, claro.

Lo dicho, merece la pena leerlo.

Manolo dijo...

Tremendo elenco de mentes privilegiadas, buena muestra de la diversidad ideológica, religiosa, cultural y geográfica. Su clase magistral ciertamente humanista, daba la entrada a la esperanza de compatibilizar fe y razón.

Intelectuales de verdad, personas muy preparadas y con voluntad de llegar a metas comunes. Muy diferentes a ciertos individuos que se autodenominan, sin aval alguno, excepto el de dos o tres cadenas televisivas de calidad arrabalera, "intelectuales". Personajillos que tendenciosamente pretenden ofender a las cabezas mejor amuebladas de nuestro siglo, sin éxito ya que, además de no obtener respuesta alguna de aquellos a los que pretendían insultar, herir u ofender, producen hilaridad en los que pausada y serenamente aprovechamos los beneficios de los mensajes prósperos y reestablecedores de la ilusión perdida, que nos regalan personas de demostrada solvencia moral y cognitiva.

Anónimo dijo...

Pero sí que es cierto que la economía se ha desarrollado más y mejor en países protestantes que en países católicos, y eso, perdona, pero no se explica simplemente con la confiscación de los bienes de la Iglesia en Inglaterra a la que aludes, que es un caso muy particular y además las razzias han existido siempre, y los ricos, por comercio, impuestos, piratería, robo, o lo que sea, también.

Anónimo dijo...

¿Hay alguien ahí?

Manolo dijo...

"¿Hay alguien ahí?", así empieza un concierto de "Los Suaves". Músicas aparte, en lo que se refiere a Cristianismo, en sentido amplio, contemplando todas sus ramificaciones y diferencias, el mensaje común es el del amor: "Dios es amor". Comparar si un país u otro ha medrado más que otro e intentar justificar la prosperidad por su afinidad religiosa, no le veo acertado, incluso lo veo como un obstáculo para alcanzar la santidad. Ahora bien, los talentos, hay que aprovecharlos todo lo que se pueda.

Desde el foro dijo...

Yo también estoy aquí anónimo.

Tienes razón, el tema es bastante más complejo, pero se trataba de recordar, frente a quienes critican ese Concilio, lo que en realidad significó, para la reforma de la Iglesia y como afirmación del libre albedrío y la dignidad humana, y defienden a los mal llamados "reformistas" que en realidad sometieron todos los aspectos de la vida humana a un control y fiscalización religiosas impresionantes y que seguro que rechazarían.

Vinculado con ese tema hay un aspecto muy interesante, al que no me he referido, pero que abordaré en algún momento, que es la razón por la cual se produce en algunos países, fundamentalmente aquellos que estuvieron sometidos a la influencia calvinista, un desarrollo de la sociedad capitalista moderna, de la economía, de la organización del trabajo, etc., más rápido que en otros no sometidos a esa influencia, cuando en realidad esa especie de dictadura religiosa ni lo pretendía ni lo buscaba, e incluso sus desarrollos posteriores habrían sido probablemente rechazados por Calvino o por Lutero.

Pero eso será otra historia

Desde el foro dijo...

Manolo, no estoy tan seguro que lo del Dios/Amor fuera así con los calvinistas; creo que para ellos era más bien terrible, lejano y absolutamente arbitrario, habiendo elegido para la salvación y la condenación a todos desde el principio (la doble predestinación), sin que nadie pudiera hacer nada al respecto, ni la Iglesia, ni los sacramentos, ni el mismo Cristo que murió (según ellos) solo por los elegidos, ni por supuesto uno mismo, que estaba privado de libertad por el pecado y predestinado a un final que desconocía.

Y sí, no creo - al margen de las circunstancias históricas e incluso psicológicas, derivadas indirectamente de una opción, que puedan haberlo motivado - que la comparación de los respectivos medros personales o nacionales puedan servir en modo alguno a la santidad, que es lo pidió Cristo de todos, que fuéramos santos.