domingo, 14 de marzo de 2010

La decisión


“My keeper sister”, “La decisión de Anne”, en la traducción española, trata la historia de unos padres que, ante la grave enfermedad de su hija Kate – leucemia -  deciden tener otra hija, Anne, que es concebida “in vitro“, después de una cuidada selección y preparación artificial, para que su cuerpo fuera perfectamente compatible con el de su hermana y así poder suministrarle los repuestos necesarios para su supervivencia. El diálogo de Kate con el abogado (Alec Baldwin), no puede ser más expresivo: “No viviría si Kate no estuviera enferma. Me concibieron con un propósito; así tienen piezas de recambio para Kate><. …Bromeas ¿verdad?>”  No, no es broma, y ese sencillo diálogo describe muy bien los términos del problema.

La película no ha durado mucho en cartelera, y es que plantea cuestiones éticas muy graves sobre las que no todo el mundo está dispuesto a interrogarse, lo que explica en parte el silencio que, con contadas excepciones, y al margen de los entusiastas del “progreso” – que son los mismos que, coherentes con su visión del hombre, defienden el aborto y la eutanasia - acompañó en su momento a la aprobación de la Ley 14/2007 de Investigación Biomédica que, en abierta contradicción con acuerdos internacionales como el Convenio de Oviedo y la Declaración de la ONU, permite la clonación humana con finalidad terapéutica.

Y es que todos nos podemos identificar con unos padres desesperados por la enfermedad de su hija y con su deseo de salvarla a toda costa; pero la cuestión es si ese fin, sin duda digno de toda aprobación, justifica los medios, esto es, diseñar y fabricar un ser humano para obtener piezas de recambio para el primero.

La cuestión la planteaba hace años Joseph Ratzinger, en un diálogo [“Dialéctica de la secularización. Sobre la razón y la religión”] con el filósofo Jürgen Habermas, conocido exponente del pensamiento laico de raíz ilustrada, cuando en su ponencia inicial, a propósito de las nuevas formas de poder y nuevas cuestiones sobre su ejercicio, señalaba que “Mientras tanto asoma otra forma de poder que a primera vista parece puramente benéfico y digno de toda aprobación, pero que en realidad podría convertirse en una nueva amenaza para el hombre. El hombre es ya capaz de hacer hombres, de producirlos, por así decir, en probeta. El hombre se convierte en un producto, y de esta suerte la relación del hombre consigo mismo cambia radicalmente. No es ya un don de la naturaleza o del Dios creador; es el producto fabricado por él mismo. El hombre ha descendido al fondo de la fuente del poder, a las fuentes de la propia existencia. Ahora ya la tentación de hacer experimentos con el hombre, la tentación de considerar a los hombres como basura y de deshacerse de ellos no es una fantasía de moralistas hostiles al progreso.”

No se trata de rechazar el progreso ni los avances científicos, porque es cierto que la investigación biomédica con “células troncales” abre perspectivas esperanzadoras para la curación de enfermedades hasta ahora incurables, y eso es en principio bueno [aunque plantea el problema de la justicia, que de momento vamos a obviar], pero no es por principio bueno, porque no todo lo que se puede hacer se debe hacer, y si se pueden diseñar y fabricar seres humanos , no puede depender de la existencia o no de alternativas científicas y  técnicas para producir repuestos.

El límite es bastante claro y es el respeto a la vida y a la dignidad del ser humano, la defensa de la convicción de que la salud o la vida de unos no puede fundamentarse en la creación, utilización y destrucción de otros seres humanos, y el rechazo de aquellas ideologías omnicomprensivas que, bajo la retórica del “progreso de la humanidad” y la promesa del paraíso en la tierra, esgrimen el poder del hombre sobre la naturaleza, un poder que finalmente se revela como el poder de unos hombres sobre otros hombres.

2 comentarios:

Leandro dijo...

Nunca dejará de sorprenderme que sigamos creyendo, a estas alturas, que jamás vamos a morir o a sufrir

Desde el foro dijo...

No recuerdo ahora dónde leí - creo que era en La Abolición del hombre, de C.S. Lewis, pero no lo podría asegurar- la anecdota de una persona que tenía depositada toda la esperanza de la humanidad en el progreso y la razón; la cuestión era que se estaba muriendo de tuberculosis, pero estaba convencido de que se trataba de un accidente, un error, que se solventaría en el futuro merced al "progreso".
Un tema interesante. Así, a bote pronto, me trate a la cabeza la encíclica del Papa Benedicto XVI, Spe Salvi, y un personaje de "Todo fluye", de Vassili Grossman.
Gracias por la sugerencia.